Catherine Spencer

En Sicilia con amor


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En muy poco tiempo arregló la situación con su casero, pagó sus deudas y envió un equipo de mudanzas para que embalaran las pertenencias de Matthew y de ella. También lo dispuso todo para que su empresa de catering pasara a ser propiedad de tres mujeres que habían trabajado para ella y que querían hacerse cargo del negocio. Lo único que no consiguió fueron pasaportes para su hijo y para ella… pero eso fue porque Corinne los había conseguido ella misma hacía dos años, cuando había viajado a México.

      Por consiguiente, diez días después de haber conocido a Raffaello, Corinne estaba frente a un juez y se convirtió en la señora Orsini. Ese mismo día por la tarde, acompañada de su recién estrenado esposo y de su hijo, embarcó en un avión de la compañía Air Canada con destino a Roma. Allí comenzaba su nueva vida.

      Capítulo 5

      LAS FOTOGRAFÍAS que había visto de la casa de él apenas hacían justicia al lugar. La Villa di Cascata era, para decirlo claramente, impresionante. Era enorme, lujosa, parecía la residencia de alguien de la realeza y, teniendo en cuenta la manera en la que habían llegado a ella, a Corinne no debía sorprenderle. Habían viajado en primera clase a Roma, donde habían tomado un avión privado que les había llevado a Sicilia. Aquél era un mundo muy distinto al que ella había estado acostumbrada.

      Y esa diferencia se hizo aún más palpable en cuanto llegaron a la villa y él le presentó a su madre y a su tía. Malvolia Orsini y Leonora Pacenzia, dos mujeres extremadamente elegantes, estaban en la gran puerta de entrada de la villa y la miraron de manera precavida.

      –Bienvenida –le dijeron–. Encantadas de conocerla –añadieron, hablando en un inglés casi tan impecable como el de Raffaello.

      Pero aquellas palabras carecían de ninguna calidez y, para ser sincera, Corinne tuvo que reconocer que no podía culparlas si pensaban que era una cazafortunas. Ella misma se había acusado de ello más de cien veces durante la semana anterior.

      A su lado se sentía inepta y muy simple. Su traje de boda, un vestido gris que le había parecido estupendo cuando lo había comprado dos días atrás, en aquel momento le parecía insulso al lado del vestido negro de su suegra. La mujer incluso casi arruga la nariz con desagrado al analizar la falda que llevaba ella, la cual estaba manchada por los dedos pegajosos de su hijo.

      –¿Éste debe ser…? –comenzó a decir Malvolia, refiriéndose a Matthew.

      –Mi hijo –respondió Corinne, incapaz de ocultar su tono de enfrentamiento. No sería responsable de sus acciones si la mujer mostraba el más mínimo signo de desaprobación con respecto a Matthew.

      Fuera cual fuera la opinión que tenía Malvolia de la nueva esposa de su hijo, la impresión que le causó Matthew fue difícil de ocultar. Se agachó hasta poder mirarlo a la cara.

      –Ciao, pequeño. ¡Qué guapo eres! ¿Cómo te llamas?

      –Matthew –contestó el niño, acercándose a ella–. ¿Y tú cómo te llamas?

      –Yo soy la signora Orsini.

      –¿Eres mi nueva niñera?

      –No –contestó la mujer, apartándole el pelo de la frente–. Soy tu nueva abuela, pero puedes llamarme Nonna –entonces se levantó y señaló a su hermana–. Y ésta es tu nueva tía, Zia Leonora.

      La hermana de Malvolia, una mujer levemente menos intimidante que ésta, le dio un abrazo al pequeño y miró a Corinne a continuación.

      –Tiene un hijo muy agradable, signora –le dijo.

      –Estoy de acuerdo –concedió Corinne.

      –Y en alguna parte por aquí yo tengo una hija muy agradable –le comentó Raffaello a su madre, abrazando a Corinne por la cintura–. ¿Cómo es que no está aquí para conocer a su nuevo hermanastro?

      –Le dije que fuera a los establos con Lucinda. Lorenzo prometió darle una clase de equitación.

      –¿Por qué ahora, madre mia? Sabías cuándo llegaríamos y seguramente eres consciente de las ganas que tengo de verla y de presentarla a los nuevos miembros de la familia.

      –Pensé que era mejor no agobiar a tu… esposa con demasiadas cosas tan pronto –contestó Malvolia, poniéndose imperceptiblemente tensa.

      Puso énfasis en la palabra «esposa» para dejar claro que no consideraba a Corinne más que una arribista que no tenía que entrar por la puerta delantera de la villa cuando había una trasera para los sirvientes.

      –Preferirá refrescarse antes de conocer a Elisabetta, ¿no es así, signora? –continuó diciendo.

      –Gracias –respondió Corinne con la misma formalidad–. Así es.

      –Una decisión acertada –comentó Malvolia, inclinando la cabeza–. Después de todo, sólo tiene una oportunidad para dar una buena primera impresión.

      Aquel insulto sutil casi desestabiliza a Corinne. Hacía mucho tiempo había aprendido que las lágrimas no aportaban otra cosa que no fuera terminar con los ojos hinchados y la nariz roja, así como que la única manera de vencer los obstáculos era luchando contra ellos. Pero en aquel momento no le quedaban fuerzas para luchar. Era sábado y no había dormido casi nada desde el jueves por la noche. Y no sólo eso. A pesar de los inconvenientes de su antigua vida, romper con ella había resultado ser mucho más difícil de lo que había esperado. La casa en la que había estado viviendo durante años no había sido gran cosa, sobre todo para los elevados estándares de Malvolia, pero había sido su hogar, mientras que aquel lugar…

      Tratando de no sentirse deprimida miró a su alrededor. La casa era realmente impresionante. Tenía una gran escalera central que otorgaba una gran solemnidad a la vivienda. Las paredes estaban decoradas con obras de arte y adornos.

      Pero aquella villa era un territorio extraño para ella, que se sentía como un extraterrestre.

      Leonora debió haberse dado cuenta de que Corinne estaba a punto de perder la compostura ya que se acercó a ella y le habló con amabilidad.

      –Venite, signora, y le enseñaré sus habitaciones.

      –Yo mantendré a este pequeñín entretenido –dijo Malvolia, poniéndole a Matthew una mano sobre la cabeza–. Estará muy contento conmigo, signora.

      En cualquier otro momento, Corinne se hubiera opuesto a aquello, pero en lo único que podía pensar era en escapar de la fría mirada de su suegra.

      Al verlas alejarse, Raffaello se dio cuenta de lo tensa que estaba Corinne, tensión que le había acompañado desde que habían salido de Canadá.

      Cuando ella se había dado la vuelta para seguir a Leonora, él había podido ver la desolación que reflejaban sus ojos y fue consciente de quién la había hecho sentirse de aquella manera. Entonces llamó a un miembro del personal para que se ocupara de Matthew y, cuando estuvo a solas con su madre, la agarró con fuerza por el codo y la condujo hacia el soggiorno.

      –Esperaba que esto no fuera a ser necesario y suponía que había pasado suficiente tiempo para que aceptaras mi nuevo estilo de vida, madre. Pero como obviamente no lo has hecho, vamos a tener que llegar a un acuerdo de cómo vas a tratar a mi familia. Quizá desapruebes…

      –¡Desde luego que lo desapruebo! –exclamó ella, apartando el brazo–. Que nos informaras de que ibas a volar al otro extremo del mundo para convencer a una mujer que no habías visto antes de que se casara contigo ya fue bastante impresionante. Pero me dije a mí misma que estabas actuando en un arrebato del momento, guiado por tu devoción por Lindsay, y que entrarías en razón antes de realizar ninguna tontería.

      –Entonces es que subestimaste mi determinación ya que te telefoneé para informarte de que la boda era un hecho consumado.

      –¿Crees que presentarme a esta mujer… a esta extranjera que no tiene más conocimiento ni comprensión que una pulga de nuestro estilo de vida… es