Catherine Spencer

En Sicilia con amor


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      –No –contestó él, que la siguió hasta el salón. Una vez allí sacó un documento y lo puso sobre la mesa–. Decidí que debía protegeros tanto a ti como a tu hijo por si enviudas una segunda vez. Si no me crees, míralo tú misma.

      –Ya veo –comentó ella, tragando saliva.

      –Espero que así sea –dijo él, mirándola fijamente–. Quizá nuestro matrimonio no sea uno convencional… pero aun así requiere que ambos pongamos en él nuestra confianza si queremos que tenga éxito. Yo no soy un hombre que incumpla mi palabra y, aunque te parezca que me faltan otras muchas cualidades, puedes confiar en eso.

      Lo tranquilo y directo que fue Raffaello hizo que ella se sintiera tonta y avergonzada. No todo el mundo era tan irresponsable con la verdad como su difunto marido.

      –Te creo, Raffaello –contestó–. Y por todo lo que Lindsay me dijo acerca de ti, también sé que puedo confiar en ti. No contemplaría la posibilidad de poner el futuro de Matthew en tus manos si no lo hiciera. Es sólo que, cuando se trata de él, soy… débil. Quiero lo mejor para mi hijo.

      –Ésa es la manera en la que actúan todas las buenas madres.

      –Me gustaría pensar que así es, pero últimamente no lo he estado haciendo muy bien. La noche que nos conocimos dijiste que nuestros hijos son inocentes y que se merecen lo mejor que podamos darles. Cuanto más pensé en ello más me di cuenta de que tenías razón. No es la única razón por la que cambié de idea sobre nuestro acuerdo, pero es la que tuvo mayor importancia.

      –¿Entonces por qué has perdido repentinamente la confianza en mí?

      –Porque cuando mi marido murió y yo me encontré sola y con un bebé, me dije a mí misma que no debía confiar en nadie más ya que la única persona de la que podía depender era de mí. Decidí que desde ese momento en adelante íbamos a estar sólo mi hijo y yo y que jamás haría nada que arriesgara su felicidad o seguridad. Entonces apareciste tú y casi de repente todo eso no tenía sentido. Pero tras lo que pareció un principio prometedor, no tuve noticias de ti durante dos días y me impresiona lo cerca que he estado de romper mi promesa y de poner en peligro el futuro de Matthew.

      –Siento si te he causado una preocupación innecesaria. No era mi intención –aseguró Raffaello, acercándose a ella. Le tomó las manos con firmeza–. Sea lo que sea lo que depare el futuro, te doy mi palabra de que ni tu hijo ni tú sufriréis como resultado de este matrimonio.

      Las manos de él estaban frías, pero aun así aquella caricia inundó el cuerpo de Corinne de calidez. No podía recordar la última vez que se había sentido tan segura.

      –Yo haré todo lo que pueda para asegurar que no te arrepientes de haber hecho esa promesa.

      –Entonces tenemos un acuerdo, ¿no es así?

      –Así es.

      Corinne había esperado que en aquel momento él le soltara las manos y que abriera la botella de champán… pero no lo hizo. En vez de ello la acercó hacia sí y posó los labios sobre los suyos en un beso tan fugaz que ella se preguntó si lo había imaginado. Pero la explosión de calor que sintió en una zona casi olvidada bajo su cintura le aseguraba lo contrario.

      Impresionada, se apartó de él.

      –¿Qué es lo próximo?

      –Por ahora… –contestó él– sugiero que leas el contrato. Entonces, si es de tu agrado, ambos lo firmaremos y brindaremos por nuestra aventura conjunta.

      –No tengo que leerlo. Ya te lo he dicho, confío en ti.

      –No puedo estar de acuerdo con eso. Jamás debes firmar nada, por no hablar de un documento legal, sin haberlo leído –contestó él, señalando con la cabeza el documento que reposaba sobre la mesa–. Adelante, Corinne. Es claro y conciso. Dudo que vayas a tener ninguna dificultad en comprenderlo, pero si tienes alguna preocupación éste es el momento para hablar.

      Raffaello tenía razón y ella leyó el contrato, que era muy específico. Corinne accedía a vivir con él en Sicilia lo antes posible una vez el acuerdo estuviera firmado.

      Ambos compartirían las responsabilidades paternales tanto de la hija de él como del hijo de ella.

      Si Raffaello fallecía antes que ella, Corinne heredaría la mitad del patrimonio de él, mientras que la otra mitad le correspondería a Elisabetta. Si era Corinne la que fallecía antes que su marido, sería Matthew el que heredaría su parte de la herencia.

      Si alguno de los dos fallecía antes de que sus hijos alcanzaran la mayoría de edad, el que sobreviviera se ocuparía del cuidado de los dos menores.

      Si ambos fallecían antes de que sus hijos alcanzaran la mayoría de edad, un tutor, que debían elegir entre ambos, sería el encargado de administrar los fondos y de encargarse de la tutela legal de los pequeños.

      –¿Qué te parece? –quiso saber él cuando ella dejó de leer.

      –Estoy impresionada ante tu generosidad. Si tengo alguna reserva ante todo esto es que yo no estoy aportando suficientes cosas al acuerdo.

      –Estás satisfaciendo los últimos deseos de mi esposa. Eso es suficiente para satisfacerme a mí.

      A Corinne le bajó el ánimo oír que él seguía refiriéndose a Lindsay como «mi esposa» y se preguntó cómo se iría a referir a ella cuando se casaran. Mientras firmaba el acuerdo pensó que quizá la fuera a llamar «mi cónyuge sustituto» o «mi esposa suplente».

      –Ahora que ya hemos arreglado los negocios, podemos celebrarlo –dijo entonces Raffaello, descorchando la botella de champán–. ¿Dónde guardas las copas, Corinne?

      Afortunadamente ella tenía un par de copas, aunque no eran muy finas ni elegantes. Pero si él se percataba de ello era lo suficientemente educado como para no comentar nada.

      –¡Por el futuro! –brindó Raffaello.

      –Y por nuestros hijos. En realidad esto versa sobre ellos –comentó Corinne, indicándole que se sentara en el sofá–. ¿Y ahora qué?

      –Mañana obtendré una licencia de matrimonio. Nos casaremos tan pronto como podamos, lo que seguramente será esta semana.

      –¡No seas ridículo! –exclamó ella–. ¡En una semana no tendré tiempo para nada! Tengo que cerrar mi negocio, hacer las maletas, hablar con mi casero…

      –Eso son sólo detalles, Corinne. Ahora que ya has tomado tu decisión, todo lo que debes hacer es decidir qué cosas quieres llevar contigo a Sicilia. Yo me encargaré del resto.

      –Pero…

      –Y estoy seguro de que comprenderás que no quiero estar alejado de Elisabetta durante más tiempo del necesario.

      –Sí claro, desde luego –contestó Corinne, consciente de que si la situación fuera a la inversa ella estaría deseando volver con Matthew.

      Pero aun así le parecía imposible hacer lo que proponía Raffaello en sólo un par de días.

      –Confía en mí, cara mía –pidió él, acariciándole la mejilla.

      –Lo hago –dijo ella, sorprendida al percatarse de que era cierto–. Simplemente no estoy acostumbrada a que se ocupen de mí, eso es todo.

      –Pues acostúmbrate ya que ése será mi regalo de boda –ordenó Raffaello–. Estás frunciendo el ceño, ¿dudas de mi palabra?

      –No. Simplemente me acabo de dar cuenta de algo que hemos pasado por alto. Matthew iba a comenzar el colegio en septiembre, pero no podrá hacerlo en Sicilia ya que no conoce el idioma.

      –Te preocupas por nada, querida. Elisabetta tiene una institutriz que le enseña en inglés aparte de en italiano. Matthew encajará a la perfección y para navidades ya hablará italiano con fluidez. ¿Hay algún otro problema por el que creas que debemos retrasar la boda?

      –No