Liliana Caruso

No somos ángeles


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      Jorge Eduardo Scarcella era vecino del barrio de Saavedra. Fue él quien llamó a la Comisaría 49, alertado por los gritos que salían del departamento número 1 del edificio de la calle Manuela Pedraza 5.973.

      Después de golpear la puerta del departamento en cuestión, el personal policial pudo ver por la hendija de la cerradura a dos mujeres sin ropas, llenas de sangre. Una de ellas acuchillaba a un hombre mientras la otra, arrodillada, lloraba agarrándose la cabeza. No hubo tiempo para pensar y la entrada policial fue violenta, desesperada.

      El hombre estaba en el piso, sin vida, sobre un enorme charco de sangre. La atacante fue despojada del arma blanca pero no dejaba de gritar:

      –Satán está acá, salió de él y ahora está en ella.

      El hombre muerto fue identificado como Juan Carlos Vázquez, padre de esas dos mujeres. La menor era Silvina; la mayor, Gabriela.

      Todos los que participaron en la investigación de este brutal parricidio aún hoy recuerdan con espanto el caso que se conoció públicamente como el de “Las hermanas satánicas”.

      Las pericias psiquiátricas a las que ambas mujeres fueron sometidas desafiaron a los peritos más experimentados. Finalmente determinaron que las hermanas Vázquez eran inimputables, es decir que, debido al estado morboso de sus facultades mentales, no pudieron comprender la criminalidad de sus actos.

      Los psiquiatras concluyeron también que ambas eran peligrosas para sí mismas y para terceros por lo que fueron derivadas al Neuropsiquiátrico Braulio Moyano, bajo estrictas medidas de seguridad.

      Antes de la masacre, las hermanas habían asistido a reuniones en un Centro de Alquimia llamado “Transmutar”. Su titular, Sergio Etcheverry, fue imputado por el juez Julio Corvalán de la Colina pero nunca fue citado a declarar. El dictamen de los peritos psiquiatras fue tan rotundo en relación a la locura de las hermanas, que Etcheverry quedó al margen de toda sospecha.

      Policías, médicos y psicólogos siempre supieron que nada tenía que ver el diablo en la historia. Pero aún mucho tiempo después, nadie encontró argumentos científicos para explicar algunas situaciones que vivieron cuando estuvieron en contacto con las chicas Vázquez.

      Algo cayó del cielo

      Diego Rodrigo Bravo era el policía que cumplió funciones de consigna en la ambulancia que llevó el día del parricidio a las hermanas Vázquez hasta el Hospital Pirovano.

      Cuando llegaron al hospital los médicos empezaron a atender a Gabriela ya que era la más lastimada. Bravo salió del consultorio de la guardia y pudo ver en un pasillo acostada en una camilla a Silvina Vázquez que cantaba y pronunciaba palabras en un dialecto imposible de entender. La enfermera que la cuidaba estaba impresionada y hasta con miedo de acercarse a esta chica que se arqueaba pese a estar firmemente atada de manos y pies.

      Minutos después llegó el momento de que los médicos revisaran a Silvina. El policía Bravo fue el encargado de arrastrar la camilla hasta el box de urgencias. En ese momento ocurrió lo inexplicable: el policía sintió que “algo” le caía sobre la gorra y la campera. Instintivamente se dio vuelta y nada. Estaba solo en el pasillo. Miró al techo pero el cielorraso estaba en perfectas condiciones.

      Un material gelatinoso, incoloro y sin olor le manchó casi por completo la espalda. Ni médicos, ni enfermeras pudieron determinar qué era esa especie de gelatina que cayó del cielo o, tal vez, del infierno.

      Folie à deux (locura de dos)

      Hay que ser riguroso: Lucifer nunca fue considerado un sospechoso, pese a las situaciones extrañas que presentó el caso. Según los peritos, el único culpable de esta tragedia fue “la enfermedad psiquiátrica” y punto.

      Durante dos meses, las hermanas Vázquez fueron evaluadas por los doctores Lucio Bellomo y Lidia Cortecci, peritos oficiales, y el doctor Martín Abarrategui, perito de parte. También participaron las psicólogas María Casiglia y Ana María Cabanillas, perito oficial y de parte, respectivamente.

      Todos ellos se pusieron de acuerdo y llegaron a un dictamen único, ya que coincidieron en el diagnóstico. Silvina, de 21 años, presentaba un trastorno esquizofrénico (alteración mental grave caracterizada por pérdida de contacto con la realidad, alucinaciones, delirios o pensamiento anormal). Y Gabriela, de 28, padecía un trastorno esquizofreniforme (se parece a la esquizofrenia pero en este cuadro los síntomas han estado presentes por menos de seis meses).

      Traducido en sentido jurídico, las dos fueron consideradas dementes.

      Todos los peritos también coincidieron en que la patología de Gabriela se retroalimentaba cuando se encontraba en presencia de su hermana. Se producía entonces un mecanismo de identificación masiva. Silvina tenía poder sobre Gabriela usando un discurso delirante pero efectivo.

      Ninguno de esos peritos creyó jamás en las historias diabólicas que relataban las dos hermanas. Pero dejaron asentado por escrito en el resumen de la junta médica del día 4 de abril de 2000 un hecho que aún no pudieron explicar. Ocurrió mientras Gabriela, la mayor de las Vázquez, relataba con lujo de detalles una seguidilla de situaciones vividas junto a su padre y a su hermana días antes de la tragedia:

      –Empezamos a notar cosas raras en la casa, había olor a podrido… las lamparitas se rompían sin causa y el ventilador se apagaba… como ahora.

      En ese momento Gabriela se quedó callada, y efectivamente las luces del consultorio médico se apagaron y el ventilador dejó de funcionar.

      Según los psiquiatras, durante toda la entrevista la luz iba y venía, al ritmo de las palabras de Gabriela.

      Libres

      La investigación logró determinar que Silvina, después de matar con más de cien puñaladas a su padre, agredió a su hermana Gabriela porque creía que “el demonio” la había poseído. Un año después de la sangría, Gabriela recuperó la libertad.

      A mediados de 2003 le llegó el turno a Silvina. El juez Nacional de Ejecución Penal, el doctor Néstor Narizzano, decidió externar a la más chica de las Vázquez.

      El Cuerpo Médico Forense determinó que Silvina ya no era peligrosa ni para sí misma ni para terceros y puso como condición que viviera junto con su tía Nicéfora en un departamento de la Capital Federal. También le ordenaron un tratamiento psiquiátrico ambulatorio en la Unidad de Salud Mental Nº 3 Ameghino.

      La resolución del juez encierra, sin embargo, una condición que estremece: impone la obligación de que ambas hermanas “no vuelvan a ponerse en contacto nunca más”.

      ¿El trasfondo? Los psicólogos consideraron que aquella tarde de marzo ambas empezaron un ritual, que fue interrumpido por la Policía. Nadie podía asegurar que de juntarse no intentarían terminar lo que empezaron.

      Uno de los peritos que trató a las hermanas públicamente negó que el asesinato de Juan Carlos Vázquez haya sido un crimen satánico. Pero cada vez que recuerda el caso, apela a una media sonrisa que acompaña con una frase: “La mejor estrategia del Diablo es hacernos creer que no existe”.

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