Liliana Caruso

No somos ángeles


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      Los fiscales tomaban nota aun sin creer muchos en esa predicción. Pero Rodríguez iba por más:

      –Horacio Conzi se va a quedar sin plata .Va a caer en menos de treinta días. Va a cometer un error. No lo busquen, cae solo.

      Kohan y Collantes se fueron de la reunión con mas dudas que certezas.

      Siete días después, por curiosidad, citaron a Roby, el amigo de Horacio: se quebró y contó los detalles que faltaban para cerrar la acusación contra Conzi.

      Tal como lo había anunciado el misterioso Rodríguez.

      Eso no fue todo. Horacio Conzi también “cayó” en el plazo anunciado, había cometido un error fatal. Rodríguez no se había equivocado.

      Los fiscales llamaron a Contrainteligencia para agradecer la colaboración:

      –¿Quieren hablar con Rodríguez? No, se habrán equivocado acá no trabaja ningún Rodríguez.

      Kohan y Collantes entendieron que nunca iban a saber el nombre real del hombre que vaticinó misteriosamente los dos momentos clave del caso.

      Mar del Plata, no tan feliz

      Un amigo de Horacio Conzi recibió un llamado desde un celular extraño. Los agentes que estaban a cargo de las escuchas telefónicas descifraron que ese celular estaba en Mar del Plata.

      Ese fue el gran error de Conzi: hablar por teléfono. Solo, aburrido y sin un lugar seguro adónde ir, los llamados telefónicos lo perdieron.

      Policías bonaerenses y agentes de la SIDE llegaron a la ciudad balnearia. Unas pocas horas les llevó ubicar a un hombre “sospechoso” en la zona de Playa Chica.

      Dos agentes se acercaron y le hablaron:

      –¿Horacio Conzi?

      –No, yo soy Ignacio Martínez –contestó.

      Ignacio Martínez tenía pelo largo y castaño. Horacio Conzi era pelado. Ignacio Martínez tenía ojos marrones. Horacio Conzi tenía ojos celestes. Algo no cerraba, pero también algo olía mal.

      –Documentos, por favor –insistió el policía.

      –Aquí tiene –contestó el supuesto Ignacio Martínez.

      En ese momento otro agente que vigilaba la situación tuvo una sospecha. Corrió y empujó a Ignacio Martínez: una peluca castaña se desparramó en el piso.

      Horacio Conzi empezó a llorar. Sus lentes de contacto marrones se inundaron de lágrimas.

      –No me peguen. Soy Conzi –gritó desesperado imitando al peluquero argentino Roberto Giordano cuando, para evitar que hinchas de fútbol le pegaran una paliza, se defendió con un “No me peguen, soy Giordano”.

      Sus días en clandestinidad habían terminado.

      Horacio Conzi y el más allá

      La primera declaración indagatoria de Horacio Conzi es increíble. Obviamente, negó haber tenido algo que ver en el crimen de Marcos Schenone, pero sus argumentos dejaron mudos a los fiscales:

      • “Estoy convencido de que todo esto que me está ocurriendo es una prueba que Dios me está haciendo y que les hace a todos los grandes de la humanidad. Pero también me está advirtiendo que demuestre mi inocencia”.

      • “Se me señala como una persona con violencia, con antecedentes malos y con delirios o fanatismo religioso. Quiero aclarar que se me ha hecho saber desde el más allá que exija un peritaje psicológico sobre mi persona para demostrar que lejos de ser algo semejante estoy totalmente seguro y consciente de lo que digo y que simplemente fui elegido para cambiar el destino de la humanidad, como lo hiciera hace 400 años Galileo Galilei, curiosamente, de origen genovés y acuariano, como quien declara”.

      • “El libro que estoy escribiendo es una prueba irrefutable del mensaje divino que le estoy por entregar a la humanidad, si esta Fiscalía me autoriza a seguir escribiendo. Y necesito que esa autorización sea lo más urgente posible porque el mensaje está destinado a frenar y evitar la tercera guerra mundial a la que nos llevaron los verdaderos fanáticos religiosos del Oriente Medio”.

      • “Es la Biblia del tercer milenio. Dios me dijo que Jesús no murió en la cruz y que cumplió una misión en la Tierra, que fue malinterpretada por la Iglesia. La misma misión es la que me fue encomendada para cambiar la historia de todas las religiones del mundo”.

      Hugo Conzi, el verdadero gran hermano

      “El arma no es el arma, la camioneta no es la camioneta, las pruebas no son las pruebas, y el asesino no es el asesino”.

      Con esa frase terminante, el abogado de Horacio Conzi, Fernando Burlando, dejó clara su estrategia de defensa.

      Pero el conocido abogado no contaba con que el hermano de su cliente, Hugo Conzi, en su afán por ayudar, terminaría complicando más aún la ya difícil situación judicial de Horacio.

      El 17 de enero de 2003, 24 horas después del crimen de Marcos Schenone, y con Horacio Conzi prófugo de la Justicia, los fiscales Kohan y Collantes concretaron los primeros allanamientos.

      Kohan fue al restaurante Dallas. En simultaneo, su colega Collantes junto con personal policial de la Delegación Departamental de Investigaciones de San Isidro llegó hasta la casa de los hermanos Conzi en el exclusivo barrio de La Horqueta. Tocaron timbre y los atendió un Hugo Conzi en pijama. Hugo no estaba solo, los investigadores fueron recibidos también por una chica delgada y escultural que estaba en ropa interior.

      Haciendo esfuerzos sobrehumanos para desviar la atención del cuerpo bronceado de la rubia novia de Hugo Conzi, los investigadores pidieron tener acceso a todas las armas que pudiera haber en la casa.

      –Ok, yo les voy a dar todo –dijo confiado el dueño de casa.

      Hugo caminó hasta un sillón blanco y debajo de un almohadón sacó un arma, una 9 milímetros.

      Seguido por el personal policial, Conzi subió las escaleras y entró en una habitación austera. En un costado de la estancia, una mesa de luz guardaba un gran secreto.

      –Aquí adentro del cajón está el arma de mi hermano Horacio –reveló Hugo mientras entregaba una Pietro Beretta cargada con quince proyectiles.

      Adentro de un placard la Policía encontró también una escopeta y una caja con municiones similares a las que mataron al joven Marcos Schenone.

      El fiscal Collantes se fue con una sensación de fracaso. Era obvio que si Hugo Conzi había entregado con tanta tranquilidad el arma de su hermano Horacio, esa no había sido el arma del crimen.

      A pesar de esa deducción lógica, las armas fueron enviadas a la Asesoría Pericial de La Plata. En ese lugar fueron sometidas a peritajes.

      El fiscal Collantes esperó el resultado en una antesala acompañado por Elsa y Eugenio, los padres del chico asesinado.

      –Doctor Collantes, ¿puede venir, por favor? –le pidió uno de los peritos con una sonrisa de oreja a oreja.

      –Doctor, es el arma homicida. Tenemos una certeza absoluta.

      El fiscal Collantes no lo podía creer. Algo había pasado. Hugo Conzi sin oponer resistencia alguna había entregado a la Justicia la mayor prueba de cargo en su contra.

      Tiempo después entendieron lo que había pasado, cuando escucharon a Hugo Conzi gritando su versión frente a los micrófonos de los canales de televisión.

      –Me cambiaron las balas. Yo tiré el arma de mi hermano al río frente al carrito de la Costanera Norte, Los Años Locos. No puede ser, esto es un truco –gritaba desaforado Hugo.

      El papá de Marcos Schenone fue el primero en entender lo que había pasado.

      –La que él tiró fue el arma equivocada. Creyó que tiraba la que usó el hermano y tiró la que no había sido usada. Cuando fue la Policía secuestró el arma que había usado