Liliana Caruso

No somos ángeles


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resonantes, representó a la familia de Carolina Aló, la chica asesinada de 113 puñaladas por su novio Fabián Tablado y también fue representante legal de Diego Armando Maradona).

      El doctor Damboriana todavía recuerda las quince horas de charla con el odontólogo Ricardo Barreda. Lo describe como un hombre, inteligente, agradable, pero un tanto calculador.

      Cuando el abogado llegó, después de los saludos y presentaciones de rigor, se encontró con el primer pedido desopilante de Barreda.

      –Doctor, tengo entendido que usted da clases de Derecho en la Universidad, me gustaría hacerle algunas consultas porque yo acá en la cárcel estudio para ser abogado y tengo algunas dudas con la materia “Contratos”.

      Ahí mismo Barreda se despachó con sus preguntas y al doctor Damboriana no le quedó otro remedio que satisfacer las dudas del “nuevo alumno”.

      Concluida esa clase improvisada de Derecho, Barreda y el abogado empezaron a hablar del caso y de las posibilidades escasas que tenía el odontólogo de conseguir la libertad.

      Después de horas de charla Damboriana hizo una pregunta lógica:

      –Barreda, si usted no era feliz y lo maltrataban, ¿por qué no se divorció? ¿Por qué no se fue de su casa?

      –Y… sabe que pasa. Yo ahí tenía mis cosas, mi consultorio –respondió Barreda casi infantil.

      –No lo entiendo, ¿eso qué tiene que ver? –insistió el abogado.

      –Sabe lo que pasa, yo fui una víctima de mi propia comodidad –se autodefinió el odontólogo.

      La casa del crimen

      No hay ciudadano platense que no sepa dónde queda la casa en la que el odontólogo Ricardo Barreda acribilló a toda su familia. Calle 48 en pleno centro de la ciudad de las diagonales.

      La casa del crimen es antigua y se parece más a un petit hotel que a una casa de familia. Durante muchos años, estuvo cerrada y en trámite de sucesión. Lo que siempre llamó la atención fue la cantidad de pintadas y grafittis que había en el frente.

      “Ricky Ídolo”, “Aguante Barreda”, le escribieron entre otras leyendas. Nunca quedó en claro quién fue el precursor de las pintadas a favor del dentista. Algunos dicen que un periodista dio el puntapié inicial, y que luego se sumaron los fanáticos del “viejo”, orgullosos y decididos porque Barreda había hecho realidad el sueño de matar a la suegra. En 2012, mientras se peleaban por la sucesión, la casa de la masacre fue expropiada, y la convirtieron en un centro de prevención y ayuda a víctimas de violencia de género. La última imagen del espanto fue su auto abandonado, y la escopeta decomisada en la Justicia.

      Localidades agotadas

      Si hay un ranking de celebridades en la historia delictiva de la Argentina, el odontólogo Ricardo Barreda ocupa un lugar de privilegio. No solo aparecieron en su casa pintadas en su apoyo. En agosto de 1995, cuando era juzgado por el cuádruple crimen en un tribunal oral, la sala estuvo colmada todos los días del debate. Iban desde estudiantes de Derecho, Psicología y Periodismo, hasta profesionales y vecinos. Como muestra de su popularidad, el día dedicado a los alegatos, cuarenta minutos antes del inicio ya había una cola de una cuadra debajo de la lluvia. Y encima, más de cien personas se quedaron afuera y sin el show. Los que tuvieron “la suerte” de entrar se aferraron tanto a las codiciadas sillas que ni siquiera se levantaron para ir al baño. Pero el apoyo popular no tuvo incidencia en el fallo y al odontólogo lo condenaron a perpetua.

      La cumbia del odontólogo

      Aunque parezca mentira, a Barreda se le festejaron sus asesinatos como quien festeja un buen chiste. Cuatro buenos chistes en este caso.

      Tal ha sido la repercusión del caso Barreda que hasta tiene su propia canción: “La cumbia del odontólogo”. “Sometidos por Morgan” es el sugestivo nombre de la banda que la interpreta.

      Te decían mariquita, te decían;

      Te decían que no eras hombre

      Te decían “basura”, te decían

      No te llamaban por tu nombre.

      Pero pusiste tu sello

      Y las pasaste a degüello

      Agarraste la escopeta

      Y las hiciste boleta

      No te arrepentís de nada

      Sos el héroe de la jornada.

      Odontólogo, La Plata

      Te debe una vida grata

      Un mal día te casaste,

      Y por eso la embarraste

      Pero con grueso calibre

      Te volviste un hombre libre.

      Aunque ahora estés en cana

      ¡Qué lindo es a la mañana

      Cuando el sol te ilumina y no

      Ves ninguna mina!

      Quiero que triunfe la verdad

      El dentista en libertad,

      Pero qué digo dentista

      ¡Vos más bien sos un artista!

      El idílico e imaginario bienestar económico de la década del 90 le impuso a Pinamar un ritmo vertiginoso. El selecto balneario de la costa atlántica argentina era (y aún hoy lo es) el reducto preferido de políticos, empresarios, modelos, la clase alta y hasta la media “acomodada”. Una especie de vidriera fashion, la que marca el estilo de cada verano.Pero en enero de 1997, Pinamar se sacudió. Cambió por primera vez las páginas del glamour por la crónica policial: el reportero gráfico José Luis Cabezas aparecía asesinado y quemado dentro de su auto en una cava.

      En febrero de 1996, como reportero de la revista Noticias, Cabezas le había sacado una foto al empresario Alfredo Yabrán señalado como el dueño del millonario negocio telepostal argentino. Era la primera vez que en una playa argentina se veía la cara de un hombre que había levantado un muro alrededor de su intimidad y su imperio. El 3 de marzo de ese mismo año, la foto fue tapa de la revista de actualidad. Dicen que, furioso, Yabrán dijo en la intimidad ese día: “Sacarme una foto a mí, es como pegarme un tiro en la frente”.

      La foto que tanto le dolía al empresario había sido tomada mientras Yabrán caminaba con su mujer por las arenas de Valeria del Mar, en el partido de Pinamar. En ese mismo distrito, casi un año después, apareció el cuerpo sin vida del fotógrafo. Y todos los ojos, inevitablemente, se posaron en Yabrán. Era el principio del fin del esquivo empresario postal que recién después de meses de investigaciones irregulares, testigos “truchos” y asesinos que no eran, quedó formalmente imputado de la autoría intelectual del crimen de Cabezas.

      Pero nunca llegó a juicio oral. Presionado por una acusación que amenazaba su imperio, se suicidó un año después en una estancia de su propiedad en la ciudad entrerriana de Gualeguaychú.

      Había más. El asesinato de Cabezas movilizó a una sociedad que se enteraba de la manera más brutal de la operatoria de las bandas mixtas formadas por delincuentes comunes y policías.

      Un grupo de ladrones de poca monta oriundos de la ciudad platense de Los Hornos, dos policías bonaerenses y el jefe de seguridad de Alfredo Yabrán quedaron detenidos y fueron condenados por el crimen.

      Después de diez años de apelaciones, el Tribunal de Casación de la provincia de Buenos Aires bajó las condenas y todos, con el tiempo, fueron quedando libres. Uno de los condenados murió, otro obtuvo el beneficio de prisión domiciliaria por razones de salud, y otro, en su libertad condicional, fue contratado como custodio de un boliche bailable. La sacaron muy barata. La pena que cumplieron “fue una ganga”. Siempre corrió el rumor de que los habían entregado al poder político de turno a cambio de rebajarles las penas en tiempo récord. Esto nunca se pudo probar. La duda será