Liliana Caruso

No somos ángeles


Скачать книгу

affaire del arma equivocada tenía a Hugo Conzi a mal traer. Pero a pesar de que los vientos soplaban en contra, decidió seguir dando batalla. Hugo creyó que había una sola opción para demostrar su verdad. Todas las balas encontradas en la escena del crimen y las balas extraídas del cuerpo de Marcos Schenone correspondían al arma de su hermano, esa que él tan gentilmente había entregado. Todavía quedaban dos balas sin peritar que se convirtieron en una obsesión para Hugo.

      Pero había un inconveniente, esos dos proyectiles estaban alojados dentro del cuerpo del remisero Rodolfo Fernández. Más precisamente en su nalga izquierda.

      –Si este señor no se opera, le corto la pierna –amenazaba Hugo Conzi en un reportaje radial.

      No fue necesario llegar tan lejos. El remisero aceptó intervenirse quirúrgicamente y en el juicio oral contra Horacio Conzi, Fernández declaró ante los jueces la verdadera motivación que lo llevo al quirófano:

      –Una noche vi a Hugo Conzi en el programa de televisión de Mariano Grondona que pedía que entregara la bala para poder probar la inocencia de su hermano. Como yo quería que me la sacaran, hablé con mi abogado para que se comunicara con Conzi para que me pagara una operación. La intervención representaba cierto riesgo para mi vida y la quería hacer con médicos de confianza –relató el testigo.

      El remisero Fernández recordó que 12.000 dólares fueron para pagar la operación realizada en el Sanatorio Adventista de Belgrano y para los abogados. Él, en tanto, se quedó con 20.000 dólares.

      La bala nunca llegó a manos de los que pagaron pues fue secuestrada por el juez de Garantías de San Isidro, Orlando Díaz, y por el fiscal Mario Kohan, que presenció la operación junto con los abogados de Conzi y de Schenone.

      El remisero recordó también que “me extrajeron un proyectil de un glúteo, y otro, por cuestiones de riesgo, no me lo sacaron. El tercero lo entregué el día del hecho. Yo le dije a los policías que encontré este ‘pituto’ –como se bautizó a la bala arrojada por el inodoro en la escena del crimen de María Marta García Belsunce– en los pliegues de mi panza”.

      Finalmente las pericias determinaron que la bala extraída del cuerpo del remisero también había sido disparada por el arma de Horacio Conzi.

      Ese maldito teléfono

      “Una escucha telefónica tomada por la SIDE indicaría que el empresario Hugo Conzi (49) quiso sobornar con 5.000 pesos a un testigo clave contra su hermano Horacio (43), detenido y acusado del crimen de Marcos Schenone”.

      La noticia acaparó la atención de todos los medios. Otra vez Hugo Conzi en el ojo de la tormenta. Los investigadores no podían creer que por teléfono los allegados a Horacio arreglaran semejante cosa.

      Pero cuando se pusieron en contacto con la SIDE entendieron lo que había pasado. Otro golpe de suerte para la investigación.

      La información había sido captada a través de un teléfono intervenido que había quedado mal colgado. Una conversación desopilante que tuvo lugar a pocos metros de ese teléfono, quedó grabada para delicia de los investigadores.

      Las voces que quedaron registradas eran las de Hugo y dos de sus amigos más íntimos. Según sus dichos, la idea era pagarle al remisero Rodolfo Fernández para que cambiara la declaración que había hecho ante la Justicia porque había comprometido seriamente a Horacio.

      Con esta pieza de audio se encontraron los fiscales:

      (Amigo) –Rodolfo Fernández está necesitando tener diez pesos en el

      bolsillo, no los tiene.

      (Hugo Conzi) –Dale la plata; se la tirás ahí en la esquina y que la agarre él –habría contestado Hugo Conzi, que manifestó miedo de que la entrega del dinero fuera captada por algún canal de televisión con cámara oculta.

      (Amigo) –Si nos llegan a filmar dándole cinco lucas, ya está, olvidate de todo.

      Finalmente el remisero no cambió su declaración. Pero nunca se supo si alguien le ofreció esos famosos 5.000 pesos. Pero esa charla le sirvió a los investigadores para tener en claro la manera en la que Conzi se manejaba.

      El juicio

      En noviembre de 2005 Horacio Conzi comenzó a ser juzgado por el crimen de Marcos Schenone. El Tribunal Oral Nº 4 de San Isidro fue el encargado del debate, y la fiscal, la doctora Gabriela Baigún, fue quien llevó adelante la acusación. Esta mujer menuda pero de carácter fuerte fue la única que pudo ponerle límites al temperamento desbordado de Hugo Conzi. Pero una frase de Conzi arrancó las carcajadas del público en la sala de audiencias y le pudo sacar una sonrisa a la fiscal.

      La situación empezó el día en el que Hugo fue citado a declarar como testigo en el juicio de su hermano. Uno de los jueces del Tribunal le formuló a Conzi una pregunta con respecto a la noche del crimen de Marcos Schenone. Rápidos de reflejos, los abogados de Horacio interrumpieron, alegando que Hugo no podía declarar en contra de su propio hermano. La reacción de Hugo no se hizo esperar:

      –Dejame contestar –le gritó Conzi al defensor Ricardo Montemurro, y acto seguido miró a la fiscal Baigún y le dijo:

      –De haber sabido, la hubiera contratado a usted como defensora.

      Denuncia, denuncia, que algo quedará

      Segundos después de sentarse en el banquillo de los testigos Hugo Conzi empezó con un derrotero de denuncias, que abarcaban un complot para involucrar a su hermano en el crimen del joven Schenone. En el medio de ese complot, había un policía de apellido Calabresi. Según Conzi, el uniformado le había confesado que los investigadores habían cambiado pruebas para perjudicar a Horacio.

      Calabresi negó rotundamente los dichos de Conzi y el Tribunal dispuso que se haga un careo entre los dos hombres. El careo incluyó tramos desopilantes, entre ellos, cuando Conzi comenzó a llamar “Cala” al policía Calabresi y más tarde aludió a él diciéndole “Cala... bresi”, momento en que el subcomisario le dijo: “Conzi, Hugo Conzi” y, este retrucó: “Bond, James Bond”.

      Al salir de los Tribunales de San Isidro, Hugo Conzi se mostró airoso y comentó a todo el que quisiera oírlo:

      –¿Lo vieron salir a Calabresi? Se le llenó el culo de preguntas cuando habló conmigo. Mintió porque se juega los 24 años de carrera. Se hizo pis.

      Más allá de todo lo que Hugo hizo para beneficiar a su hermano, Horacio Conzi fue condenado a cumplir la pena de 25 años de prisión por el asesinato de Marcos Schenone y por las tentativas de homicidio del resto de las personas que viajaban en el remise con el chico asesinado. En diciembre de 2012, la Corte provincial confirmó la condena. El papá de Marcos murió de tristeza dos años antes.

      La participación de Hugo Conzi llegó incluso a opacar la figura de su hermano preso. Tanto es así que en el fallo condenatorio los jueces del Tribunal Oral Nº 4 le dedicaron un párrafo al “Gran hermano”:

      “Pese a la vehemencia y altanería que mostró en el debate, dejó traslucir la angustia que le significa sobrellevar el encierro de su hermano a quien evidentemente quiere y protege como si fuese un hijo”.

      –Ángel de luz, hermana, hermana, liberamos a papá del demonio, te voy a liberar ahora a ti.

      A los gritos e intentando zafarse de las ataduras, Silvina Vázquez repetía esta frase mientras era trasladada en una ambulancia del SAME al Hospital Pirovano de Capital Federal.

      –Ahora papá va a renacer y va a ser un hombre bueno.

      Adentro de la ambulancia, dos médicos y un policía –el principal Jorge Lucero– intentaban en vano tranquilizarla.

      –Recemos por mamá. Mamita, mamita, te vengamos.

      Silvina estaba completamente desnuda y manchada con sangre. Al lado en una camilla, también desnuda y ensangrentada, su hermana Gabriela Vázquez la acompañaba en la locura y en los alaridos.

      –Demonios,