—dijo Tara con la voz rota—. ¿Por qué me duele tanto entonces?
Axel se agachó a su lado y le quitó las botas.
—A lo mejor porque es la casa en la que más tiempo has vivido.
Tara no contestó. Se limitó a reclinarse lentamente contra la almohada.
—¿Quieres que me quede contigo? —le preguntó Axel preocupado.
—No.
Axel suspiró. Alargó la mano hacia ella, queriendo apartarle el pelo de su pálido rostro, pero se detuvo a medio camino. Si hubiera estado haciendo su trabajo como se suponía que tenía que hacer, podría haber evitado el incendio. Quizá incluso hubiera atrapado al responsable de aquel desastre.
—Intenta descansar —fue lo único que le dijo mientras salía del dormitorio.
Fue desde allí a la cocina, a donde le siguieron Casey y Erik.
—Ya nos hemos enterado de la noticia —dijo Erik—. Acaba de llamarnos mi padre. Está intentando localizarte.
Y Axel estaba seguro de que Tristan también.
—He dejado el teléfono en la camioneta.
—¿Hay algo que podamos hacer? —preguntó Casey.
—Decidle a vuestros padres que tengan una pistola a mano —musitó muy serio.
—Así que ésas tenemos —contestó Erik.
—Sí, ésas tenemos.
Casey asintió lentamente. Al igual que Erik, él también había sabido esquivar la llamada por la agencia. Era un chico interesado en la literatura y en las mujeres, pero también era el mejor tirador de toda la familia. Había tenido un buen maestro: su padre.
—¿Quieres que hagamos guardia en la cabaña?
Axel se frotó la cara. Su padre pondría en alerta a todos los peones del rancho y Matthew podía hacer lo mismo en el Double-C.
—No dejéis que nadie pase a vuestro rancho. Y, por el amor de Dios, no habléis de nada de esto con ningún desconocido.
Sus primos asintieron y salieron inmediatamente.
Axel salió también para buscar su teléfono, lo había dejado en la camioneta. Ignoró todos los mensajes que tenía y llamó directamente a su padre.
—Estoy enterado de todo —dijo Jefferson inmediatamente—. ¿Dónde estás? ¿Estás bien?
—Estoy en la cabaña, y sí, estoy bien. Pero no sé si Tara está bien.
—¿Se sabe ya cuál ha sido el origen del fuego?
Axel sabía que el cuerpo de bomberos llevaría a cabo su propia investigación, pero teniendo en cuenta las circunstancias en las que se encontraban, era mucho esperar que el incendio hubiera sido algo accidental.
—¿Puedes venir aquí?
—Sí, y llevaré a tu madre.
—Estupendo —no había nadie mejor que Emily Clay en medio de una crisis.
En cuanto terminó de hablar con su padre, regresó a la cabaña. Allí escuchó los mensajes coléricos de Tristan. Pero, sobre todo, estuvo pensando en la mujer que estaba en aquel momento en su cama y deseando que estuviera allí por una razón muy distinta.
Capítulo 14
Ya estás despierta.
Tara miró a la madre de Axel, que estaba sentada en una mecedora, no lejos de la cama. Una mecedora como las que ella había imaginado para el porche.
—¿Quieres que te traiga algo? ¿Agua? ¿Un whisky? —dejó el libro que estaba leyendo, se sentó al lado de Tara y la agarró por la barbilla—. Lo importante es que todo el mundo está bien —la consoló.
Era cierto, pero también era difícil sentirlo cuando todos sus objetos personales habían ardido bajo las llamas. Intentó tragar saliva, pero se atragantó.
—Voy a buscarte un vaso de agua —dijo Emily—, ahora mismo vuelvo —y salió rápidamente de la habitación.
Tara apoyó la cabeza en la almohada. Se llevó la mano a los ojos e intentó alejarse de todo. De la voz de Emily que llegaba a ella desde la otra habitación, del tenue resplandor de la lámpara en la habitación a oscuras…
Notó un ligero cosquilleo en el abdomen y se quedó muy quieta. Dejó caer el brazo lentamente y lo posó sobre su vientre. Volvió a sentirlo. Era como el aleteo de una mariposa. El bebé se había movido.
—Aquí tienes, Tara —Emily volvió a aparecer con un vaso de agua.
Tara se incorporó en la cama, tomó el vaso y lo vació. Emily dejó el vaso en una caja que había al lado de la lámpara, tomó de nuevo el libro y se sentó en la mecedora.
—Voy a quedarme aquí un rato más, ¿te parece bien?
—¿Cuánto… cuánto tiempo llevas aquí?
—Desde que Axel nos ha llamado para decirnos que estabais en la cabaña. Ahora son las dos de la madrugada.
—¿Llevas aquí tanto tiempo?
—Claro que sí —Emily sonrió—. Axel no quería que estuvieras sola cuando te despertaras.
—¿Dónde está él?
—Ha ido al pueblo, con su padre. Pero no te preocupes. Mason ha estado aquí desde entonces.
—¿Tú sabes lo de Mason?
—Sé muchas cosas —le aseguró Emily con calma—. Axel nos ha hablado de tu hermano, querida.
—Lo siento, siento haberos engañado.
—¿Habernos engañado? ¿Por qué dices que nos has engañado? —Emily arqueó ligeramente las cejas.
—Porque Axel y yo no tenemos una relación sentimental.
Curiosamente, la madre de Axel se mostró vagamente divertida.
—Claro que sí. Estáis viviendo juntos.
—Pero sólo porque tiene la misión de cuidarme.
Emily volvió a dejar el libro que estaba leyendo al lado de la cama.
—¿Sabes? Cuando Axel decidió dedicarse a este trabajo, no nos hizo ninguna gracia. Pero ese impulso que le lleva a hacer todo lo que considera que debe hacer no es sólo algo que haya aprendido en esta familia. Creo que lo lleva escrito en los genes… Sin embargo, jamás había traído a ninguna de sus «misiones» a una de las comidas de los domingos. De hecho, eres la primera mujer a la que invita a nuestra casa —le apretó la mano a Tara—. Mi hijo te quiere. Y eso significa que también nosotros te queremos.
Tara no estaba todavía preparada para examinar sus sentimientos. Pero aquella mujer tan amable era la abuela de su hijo.
—Emily —comenzó a decir—, nunca he conocido a nadie como tú. Nunca he conocido una familia como la tuya.
—Bueno, creo que somos una familia como cualquier otra. Unas veces buenos, otras malos y en ocasiones, un poco estrafalarios. Pero estamos juntos cuando nos necesitamos.
—Mi familia no es así.
—¿Sólo tienes a tu hermano?
Tara desvió la mirada. Ya ni siquiera tenía a su hermano.
—Nuestros padres murieron en un accidente de coche hace diez años.
—Así es como perdí yo a mi padre —respondió Emily suavemente—. Pero yo era una niña, y Squire me trajo aquí a vivir con él.
—¿Entonces tú te has criado con…?
—¿Con Jefferson? Bueno, él era