escritorio.
—Vaya, eres tú, Axel. Estaba a punto de cerrar —miró a Tara y frunció el ceño—. Siento mucho lo de su casa, señorita.
El funcionario tomó el formulario y comenzó a teclear en una vieja máquina de escribir.
—¿Queréis pagar la licencia en efectivo o con tarjeta?
Axel le tendió varios billetes cuando el hombre terminó de escribir la licencia, la guardó en un sobre y se la tendió.
—Con mis mejores deseos.
—Gracias, George —Axel agarró el sobre y urgió a Tara a dirigirse hacia la puerta.
Una vez en el interior de la camioneta, Tara consideró la posibilidad de pedirle que pasaran por su casa, pero rápidamente descartó la idea. Él se habría negado y ella no estaba segura de que estuviera preparada para ver aquel destrozo. En cambio, intentó hacer entrar a Axel en razón.
—Creo que te equivocas al querer casarte conmigo por el bebé. Y estoy segura de que puedes comprenderlo.
—Hay peores motivos.
—¡Pero no estás enamorado de mí!
—¡Y tú tampoco estás enamorada de mí!
Tara desvió la mirada.
—Tienes dos opciones, cariño —dijo Axel cuando giraron en la autopista—. Puedes decidir entre una ceremonia civil o religiosa. Porque para cuando volvamos a casa, la noticia de que vamos a casarnos ya habrá corrido por todo el pueblo.
—Ni siquiera sabes si el niño es tuyo —replicó Tara, dispuesta a aferrarse a cualquier argumento.
—Me dijiste que no habías estado con nadie desde que te casaste. Prácticamente eras virgen, Tara, y tú y yo sabemos que no has estado con nadie desde entonces. Ese bebé es mío.
—Creo que en este momento te odio.
—Lo mismo digo. Pero si en este momento detuviera la camioneta y comenzara a acariciarte, los dos sabemos que los sentimientos serían muy diferentes.
—No estés tan seguro.
Axel metió la mano en el bolsillo y sacó las medias de encaje.
—¿Las reconoces?
—No sé por qué te molestas en guardarlas.
—Me dejaron un buen recuerdo —respondió Axel mientras volvía a guardarlas.
Tara estuvo ardiendo de rabia durante el resto del trayecto. Cuando llegaron a la cabaña, había nada más y nada menos que seis vehículos aparcados delante.
Tara salió de la camioneta sin esperar a que Axel le abriera la puerta y se dirigió hacia la cabaña. Pero Axel la alcanzó rápidamente y la agarró por la cintura.
—Sonríe —le susurró al oído.
Tara intentó zafarse, dolorosamente consciente del brazo de Axel bajo sus senos.
—No pienso sonreír.
—Claro que sí. Porque dentro de esa cabaña no hay una sola persona que se merezca tu animadversión.
Axel no podía haber dicho nada más efectivo. Todos los Clay, excepto Axel, habían sido extraordinariamente amables con ella. Y su hijo era también un Clay, formaba parte de aquel cariñoso clan. De modo que dejó de retorcerse y susurró:
—Tienes razón.
Axel se separó entonces de ella, abrió la puerta y la invitó a entrar. Y en cuanto aparecieron, los recibió un alud de gritos y felicitaciones. Le palmeaban a Axel la espalda, besaban a Tara e incluso comenzaron a descorchar botellas de sidra. Cada vez iba llegando más gente con bebida y comida y aquella improvisada fiesta duró hasta la noche. Todo habría sido perfecto, si Tara no hubiera sabido la verdad que se ocultaba tras aquella farsa.
Emily, con Lucas durmiendo en sus brazos, se acercó a Tara.
—¿Juegas al billar? ¿Al póquer?
—Me temo que la respuesta es no a las dos cosas.
—Bueno, pues si quieres aprender, lo único que tienes que hacer es decírselo a Squire. No hay nada que le guste más que acoger a los que parten con desventaja —se mecía, palmeando la espalda de Lucas—. ¿Ya has pensado en el vestido de novia?
—Eh… no.
Pero la mera mención de aquellas tres palabras «vestido de novia», fue como un imán para todas las personas que había en la habitación.
—¿Habéis pensado en las flores? —preguntó alguien.
—¿Y en la música?
—¿Y en los invitados?
Eran tantas las preguntas que Tara deseó poder taparse los oídos y escapar corriendo de allí.
—No lo sé —respondió con impotencia.
—La boda será el sábado de la semana siguiente —intervino Axel. Se acercó a Tara y le rodeó la cintura con el brazo—, sabemos lo que queremos y no nos apetece esperar.
—Pero es muy poco tiempo para preparar una boda, Axel —Emily parecía verdaderamente sorprendida—. ¡Sólo tenemos doce días! ¿Y si la iglesia no está disponible para entonces?
—En ese caso, nos casaremos en cualquier otra parte. Diablos, por mí, como si nos casamos en un campo de fútbol.
Tara tuvo que hacer un esfuerzo para no esbozar una mueca. Axel hablaba como si estuviera ansioso por casarse con ella.
—Si sólo contamos con doce días —dijo Emily—, tendremos que empezar a organizarnos. ¿Quién tiene el teléfono del reverendo Stone?
—Yo —Gloria sacó el móvil y le dictó a Emily el número.
—Axel, llámale inmediatamente —sugirió Emily—. No tenemos tiempo que perder.
Curiosamente, a Tara le entraron ganas de agarrar a Axel, marcharse con él y dejar que Emily se ocupara de todas las cuestiones relacionadas con la boda. Pero Emily agarró a Tara del brazo, impidiendo cualquier posible escapatoria.
—¿Tienes algo en la tienda que quieras ponerte el día de la boda? O, si quieres, podemos ir a Gillete o a Casper.
—Podríamos utilizar uno de nuestros vestidos —sugirió Sarah—. O hacer uno nuevo. Entre la madre de Max y la suegra de Leandra podrían hacer uno en una semana.
—¿Qué te parece, Tara?
Todos los ojos estaban fijos en ella.
—Yo… creo que estoy un poco abrumada.
—Claro que estás abrumada, cariño —dijo Emily con calor—. Sinceramente, los hombres siempre tienen prisa, y mi hijo no es diferente. Pero no te preocupes, todo saldrá bien. Cuando nos proponemos algo, somos capaces de conseguir cosas increíbles.
Y unas horas después, cuando ya terminaba la fiesta, demostró que tenía razón: habían confirmado la iglesia, tenían las flores y el fotógrafo e incluso habían decidido el menú.
—Lo único que nos falta son los anillos y el vestido —le dijo Emily cuando ya sólo quedaban ella y su marido en la cabaña—. Sé que Axel tiene un traje decente porque se lo vi en el funeral de Ryan, pero a lo mejor no es lo más apropiado para una boda.
—Mamá —Axel posó la mano en el hombro de su madre y la condujo hacia la puerta—. Te prometo no aparecer en vaqueros y con una camiseta sucia. Llévatela a casa papá, antes de que tengamos que darle un tranquilizante.
—No puedo evitarlo —Emily abrazó a su hijo una vez más y después abrazó a Tara—. Estoy encantada. Hacéis una pareja perfecta.
—Mamá, creo que hay algo que deberíais saber —dijo Axel. Tara abrió la boca para protestar,