alzó la mirada. Tenía los ojos llenos de lágrimas.
—Estabas muy enfadado.
—Asustado —la contradijo—. No sólo tenía que mantenerte a ti a salvo, sino también a nuestro hijo. ¡Y ya has visto lo bien que se me da!
Tara inclinó la mejilla contra su mano.
—Axel, ni siquiera tú eres capaz de proteger a todo el mundo… Pero, ¿qué vamos a hacer ahora?
—Vamos a casarnos y vamos a criar juntos a ese niño.
—¿Y si no funciona?
Axel no pudo evitarlo. Hundió los dedos en su pelo.
—Si los dos queremos, funcionará.
Tara alzó por fin la cabeza para buscar su mirada.
—¿De verdad lo crees?
—Sí, claro que lo creo.
—Ni siquiera sé por dónde empezar.
—Claro que lo sabes —cerró las manos alrededor de sus hombros y la atrajo hacia él—. Empezaremos por aquí, por donde empezamos la vez anterior.
Le rozó los labios y Tara no se apartó. Se limitó a inhalar suavemente y a acariciar su rostro con las yemas de los dedos.
—Un matrimonio no puede basarse solamente en el sexo —susurró contra él.
—Esto no es sólo sexo —la hizo levantarse para sentarla en su regazo y la miró a los ojos—. Te necesito, Tara.
Tara abrió la boca, pero no para protestar, sino para besarle.
—Llévame a la cama, Axel.
Y de pronto, todo dentro de Axel pareció calmarse. Se levantó con Tara en brazos, la llevó al dormitorio y la dejó en la cama. Le desabrochó la blusa y se la quitó. Tara le tendió los brazos y él se deleitó en la plenitud de los senos que se dibujaban bajo la camiseta interior. Después, bajó la mirada hacia su vientre.
—¿Cómo es posible que no me haya dado cuenta? —acarició su seno.
Tara no apartaba la mirada de sus ojos.
—No lo sabías.
—Pero debería haberlo sabido —de pronto quería, necesitaba verla más, acariciarla más.
Le sacó la camiseta por encima de la cabeza y la vio sonrojarse. Cuando Tara intentó cruzar los brazos para ocultar sus senos, Axel sacudió la cabeza.
—No, no te escondas de mí —le pidió, y posó la mano en su vientre—. ¿Cuándo te enteraste?
—En Navidad.
—Menudo regalo, ¿eh?
—No me arrepiento de lo que pasó, Axel. Ni tampoco lamento lo del bebé. Jamás lo he lamentado.
—¿Estás segura?
—Completamente —posó la mano sobre la de Axel y la presionó contra su vientre—. ¿Lo sientes?
Lo que sentía era una piel tan suave como el terciopelo, y aquello era más de lo que un ser humano podía soportar.
—Se está moviendo.
Axel se quedó muy quieto mientras Tara guiaba su mano, y, de pronto, lo sintió. Eran como las alas de un pájaro rozando la palma de su mano.
—Es increíble —susurró con la mirada fija en el vientre de Tara.
—Sí —susurró Tara.
Era la feminidad encarnada y el deseo de Axel explotó de pronto con todas sus fuerzas. Se inclinó hacia ella, saboreando el pulso que latía en la base de su cuello y fue deslizándose lentamente hasta atrapar uno de los pezones de Tara entre sus labios.
Ella exhaló temblorosa y tensó los dedos que hundía en su pelo.
Entonces, Axel tiró de los vaqueros de Tara con impaciencia. Rompió a sudar en el momento en el que Tara posó la mano en su pecho y la deslizó lentamente hasta el botón de sus vaqueros, y pensó que iba a perder la batalla. Tara comenzó a desabrocharle el primer botón de la bragueta y continuó después con los demás, enloqueciendo a Axel mientras se empleaba en aquella tarea.
—Espera —dijo de pronto Tara, levantándose de la cama—, nos hemos olvidado de las botas —le empujó para que te tumbara en la cama y comenzó a hacerse cargo de las botas.
En cuanto terminó, Axel la agarró por la muñeca, tiró de ella hacia la cama y la tumbó sobre él.
Bajó las manos por la piel cremosa de su espalda y la sintió tensar los muslos contra él. Incapaz de seguir dominándose, Axel se hundió en ella. Y fue tal el placer que lo envolvió que casi pudo ver las estrellas. Tara estaba húmeda, tensa, salvajemente ardiente, y en algún rincón de su mente, Axel comprendió que jamás se saciaría de Tara, jamás.
Temblando de placer, Tara echó la cabeza hacia atrás y gritó su nombre.
Era el espectáculo más hermoso que Axel había visto en su vida.
Se derrumbó después sobre él, posando la cabeza entre su hombro y su cuello.
—Lo siento —susurró—. No podía esperar.
Axel estuvo a punto de echarse a reír, pero era imposible cuando toda su alma estaba deseando fundirse plenamente con ella. La agarró por las caderas para estrecharla contra él y al sentir las últimas palpitaciones de su orgasmo todo comenzó a darle vueltas.
Apretó los dientes, intentando mantener el control.
—No quiero haceros daño ni a ti ni al bebé.
—No vas a hacernos daño —susurró ella en respuesta.
Axel le hizo tumbarse entonces de espaldas para poder hundirse más profundamente en ella. Tara alzó las manos hacia su pecho, se aferró a sus hombros y volvió a gemir, como tantas veces la había visto hacer Axel en sueños.
Él ya no fue capaz de pensar en nada más. Tomó las manos de Tara y entrelazó los dedos con los suyos. Ella se arqueó para encontrarse con él, marcando con sus suaves jadeos el contrapunto de los gemidos que Axel ya era incapaz de contener. Entonces, Tara gritó su nombre otra vez y ambos cayeron precipitadamente en aquel glorioso torbellino de placer.
Al cabo de un rato, cuando Tara se quedó dormida entre sus brazos, Axel se levantó sigilosamente de la cama. El ordenador que Tristan le había llevado para sustituir al que se había quemado en el incendio estaba en el mostrador de la cocina.
Con un débil suspiro, conectó la cuenta de correo a través de la que se comunicaba con Ryan. El mensaje que le envió fue muy breve: Me caso dentro de doce días. Necesito un padrino. Después, cerró el ordenador y volvió a la cama. Con Tara.
Capítulo 17
Tara se miró en el espejo de la pequeña habitación destinada a las novias de la iglesia de la comunidad de Weaver y alisó la falda de su vestido Al final, se había decidido por un vestido de la tienda, un modelo años veinte de color crema con una cintura imperio.
—¿Voy bien?
—Estás preciosa —le aseguró Leandra tras ella.
—Sí, estás perfecta —añadió Sarah, acercándose a su prima.
También estaban allí otras primas de Axel, como Angeline, una morena de curvas voluptuosas, y J.D., una rubia alta que se dedicaba a la doma de caballos y que había llegado aquella mañana desde Georgia, o Lucy, la bailarina de Nueva York.
En cuanto se habían enterado de que Axel estaba a punto de casarse, se habían desplazado hasta allí familiares de todos los rincones del mundo. El único que no había aparecido había sido Ryan. Tara y Axel no habían vuelto a hablar sobre él desde aquella noche en la cabaña, y tampoco habían mencionado