—el silencio de Tara fue suficientemente elocuente—. No pensabas decírmelo, ¿verdad?
—Yo… pensaba que era lo mejor.
—¿Para quién? ¿Para ti? —preguntó Axel furioso.
—Para el bebé. ¡No quería que tuviera que soportar una infancia como la mía!
—Sí, claro. Pero si en realidad no sabías a lo que me dedicaba. Así que, ¿por qué no me has dicho nada en estos cuatro meses que han pasado desde que estuvimos juntos en Braden?
—No sabía dónde estabas —le recordó—, y tampoco intentaste ponerte en contacto conmigo. Por lo que yo sabía, no tenías ningún interés en mí.
—Sabías quiénes eran mis padres, ¿no se te ocurrió pedirles a ellos que te dijeran cómo podías localizarme?
A Tara se le llenaron los ojos de lágrimas.
—Ya te he dicho que lo siento, ¿qué más quieres?
—Quizá hoy ya sea demasiado tarde para ir a los juzgados. En ese caso, tendremos que dejarlo para mañana.
—¿A los juzgados?
—Para pedir una licencia de matrimonio —respondió Axel mientras se dirigía furioso hacia la puerta.
—¿Una licencia de matrimonio? ¿Para qué?
—Porque quiero estar casado con la madre de mi hijo —la fulminó con la mirada—. Vístete. Tenemos cosas que hacer.
Capítulo 15
Ya tengo un tocólogo —le dijo Tara a Axel.
Al llegar a Weaver, en vez de dirigirse a los juzgados, habían ido a la clínica y sentía la mano de Axel como una garra de hierro, negándole cualquier posibilidad de protesta mientras recorrían los pasillos de aquel edificio.
—Quiero que te examine Rebecca.
—Ya me examinó anoche. Tú mismo me lo dijiste.
—No, no te examinó. No consideró necesario hacerlo, entre otras cosas, porque ninguno de nosotros estaba al corriente del pequeño detalle que habías decidido ocultarnos.
Continuó caminando sin soltarla hasta que llegó a la puerta que buscaba. Llamó bruscamente y empujó a Tara al interior.
Rebecca estaba sentada detrás del escritorio.
—¿Qué…?
—Está embarazada —anunció Axel sin preámbulos.
Si la tía de Axel se sorprendió, lo disimuló perfectamente
—¿De cuántas semanas?
—De cuatro meses —respondió Axel por ella.
Rebecca desvió la mirada hacia Tara.
—De casi ocho semanas —le aclaró—. Y tengo un tocólogo en Braden.
—Un tocólogo al que yo no conozco y al que no has visto desde hace una semana.
—Axel, ¿por qué no te sientas? —le pidió Rebecca—. Tara, ven conmigo.
En cuanto cerraron la puerta de la sala de exploración, Tara se volvió hacia Rebecca.
—De verdad, no necesito que me examines. El bebé está bien, incluso se mueve.
—Estoy segura de que tienes razón —dijo Rebecca, pero continuó guiándola hacia la camilla, le hizo sentarse y comenzó a tomarle la tensión—. Pero creo que mi sobrino necesita algunos minutos para tranquilizarse, y tú has pasado por una situación muy difícil. Todos sentimos mucho lo de tu casa.
—Gracias. Todavía me cuesta creerlo.
—Lo comprendo —respondió Rebecca—. ¿Quién es tu tocólogo? —Tara le dijo el nombre—. Buena elección. Pero Braden está un poco lejos de Weaver para cuando llegue el momento del parto, ¿has pensado en eso?
—Todavía faltan varios meses.
—Estás casi a mitad del embarazo, pero, por supuesto, la decisión tienes que tomarla tú.
—Axel no piensa lo mismo.
—El bebé es suyo, supongo.
—Sí —contestó Tara con un hilo de voz.
—Bueno —Rebecca le palmeó la rodilla y se sentó en un taburete que había al lado de la camilla—. A pesar de lo que Axel pueda pensar, todo lo que me digas va a quedar entre nosotras. Pero creo que debería advertirte que los hombres de la familia Clay se toman muy en serio sus responsabilidades como padres.
—Sí, ya me he dado cuenta.
—¿Tienes náuseas, mareos?
—No, ya te he dicho que estoy perfectamente —esbozó entonces una mueca—. Las vitaminas que estaba tomando han debido arder con el resto de la casa.
—Bueno, por lo menos eso se puede reemplazar —le escribió una receta y se la tendió.
—Gracias.
—¿Hay algo más que te preocupe? ¿Quieres hacerme alguna pregunta?
Tara negó con la cabeza.
—De acuerdo entonces. Vamos a enfrentarnos a Axel.
Le encontraron de pie, paseando por la consulta. En cuanto oyó que se abría la puerta, se volvió hacia ellas.
—Todo va perfectamente —le dijo Rebecca, se acercó a su sobrino y le dio un beso en la mejilla—. Y, lo primero de todo, felicidades.
—Gracias, ¿Tara también está bien?
—No tiene nada que no pueda curarse dentro de cinco meses —respondió Rebecca con una sonrisa—. Y ahora, será mejor que os vayáis. Tengo que leer unos informes.
Axel volvió a agarrar a Tara de la muñeca, como si temiera que pudiera salir corriendo, y no la soltó ni cuando pasaron por la farmacia ni cuando fueron en la camioneta hasta los juzgados. Pero cuando llegaron frente a una puerta con una placa en la que ponía «matrimonios», Tara decidió que había llegado el momento de plantarse.
—Axel, esto es un error.
—Tenemos que casarnos antes de traer un hijo al mundo.
Y también tendrían que estar enamorados, pensó Tara desolada.
—Esto sólo va a complicar las cosas. Ya estuve casada en otra ocasión y mi matrimonio sólo duró un mes.
—Sólo teníais dieciocho años. Erais un par de niños que no sabíais lo que hacíais, ni qué esperabais de la vida.
Empujó la puerta que tenían delante y tiró de Tara hacia el interior donde, por fin, le soltó la muñeca.
—¿Hay alguien aquí?
—Ahora mismo les atiendo —respondió una voz—. Si necesitan una licencia, los formularios están encima del escritorio.
Axel tomó uno de los formularios y comenzó a rellenarlo.
—¿Cuál es tu segundo nombre?
—Beth, pero me sorprende que no lo sepas.
—¿Fecha de nacimiento? —él mismo contestó—. Veintiséis de octubre.
—No tiene sentido rellenar ese formulario —le dijo Tara en un susurro—. No deberíamos casarnos.
Axel firmó el formulario y le tendió el bolígrafo a Tara.
—Fírmalo.
—Tú no me quieres.
Sin embargo, no podía negar que ella sí le quería a él. Le quería desde el día que le había pedido que pidiera un deseo y soplara las velas de su tarta de cumpleaños.