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E-Pack Jazmin Especial Bodas 2 octubre 2020


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blancas. Era la única dama de honor de Tara y cuando ésta le había pedido que lo fuera, se había mostrado profundamente conmovida.

      —Te esperaré fuera.

      —Leandra…

      —¿Qué te pasa?

      —Axel está allí, ¿verdad?

      —Cariño, ha sido el primero en llegar. Además, Axel es un buen tipo, jamás dejaría a nadie plantado. Y menos a una persona a la que quiere.

      —Sí, lo sé.

      Tara bajó la mirada. El problema era, precisamente, que Axel no la quería. Quería a su bebé, la deseaba a ella en su cama y quería hacer las cosas bien. Él pensaba que eso bastaba para consolidar un matrimonio y ella estaba demasiado enamorada de él como para oponerse.

      Leandra la miró con evidente preocupación.

      —Sé que nada puede sustituir a tu familia, pero espero que seas consciente de que ahora nosotros también somos tu familia.

      —No me hagas llorar —le pidió Tara emocionada—, se me va a correr el maquillaje.

      —Para eso están los pañuelos de papel —Leandra sacó uno de la caja que había en el alféizar de la ventana y se lo tendió. Sacó un segundo pañuelo y se sonó la nariz—. Veinte minutos más y ya habremos acabado con todo esto —le guiñó el ojo, salió y cerró la puerta tras ella.

      Tara sacó otro pañuelo para secarse las mejillas. A través de la ventana, se veía un cielo azul intenso. Vio un hombre moreno corriendo hacia la iglesia y sonrió débilmente. Seguramente un invitado que llegaba en el último momento.

      Oyó los acordes del órgano de la iglesia, tomó aire y se dirigió hacia la puerta. Pero no pudo abrirla.

      Giró el pomo en dirección contraria, pero la puerta continuaba sin abrirse. Dejó el ramo de flores en el suelo y lo intentó con las dos manos.

      —Oh, por el amor de Dios.

      Se oyeron los primeros acordes de la Marcha Nupcial. Tara golpeó la puerta, intentando ignorar el nudo que tenía en el estómago. Leandra la oiría y pronto se reirían de aquel pequeño incidente.

      Pero un suave silbido le llamó la atención. Se volvió hacia la ventana y el nudo que tenía en el estómago cobró una nueva dimensión.

      Las cortinas que cubrían la ventana estaban ardiendo y las llamas subían peligrosamente hacia el techo.

      Aterrada, se giró hacia la puerta y comenzó a aporrearla con todas sus fuerzas.

      —¡Axel! ¡Leandra! ¡Oh, Dios mío! ¡Axel!

      Pero no hubo respuesta.

      Recorrió la habitación buscando alguna posible vía de escape, pero la única que se le ocurría era la ventana, y estaba completamente envuelta en llamas. Consideró la posibilidad de arrojar la mesa de mimbre contra ella, pero era demasiado ligera como para romper el cristal. Además, temía que un golpe de aire avivara todavía más las llamas.

      Se arrodilló al lado de la puerta y comenzó a golpearla con las dos manos.

      —¡Tara!

      Tara estuvo a punto de llorar de alivio al oír el grito de Axel.

      —¡No puedo abrir la puerta!

      —Han colocado una cuña para impedir que se abra. Échate hacia atrás

      —Axel, las cortinas están ardiendo.

      —Lo sé, cariño. Tú échate hacia atrás para que pueda tirar la puerta. Los bomberos ya vienen hacia aquí.

      Tara obedeció y un segundo después, la puerta tembló sobre las bisagras como si estuviera siendo golpeada con algo inmenso.

      A esas alturas, las cortinas ya eran columnas de fuego y el humo comenzaba a inundar la habitación. Tara oía los gritos que llegaban hasta ella desde la iglesia, y gritó también cuando saltó un fragmento de madera al interior de la habitación. Y después otro.

      Los ojos le ardían, pero reconoció inmediatamente la herramienta que Axel estaba utilizando: era un extintor.

      Después, Axel asomó la cabeza:

      —¿Puedes salir por aquí?

      Tara asintió en silencio y tomó la mano que Axel le ofrecía. Se puso de lado y consiguió cruzar la puerta por el hueco que Axel acababa de hacer, desgarrando el vestido en el proceso.

      —Gracias a Dios —Axel la estrechó contra él.

      —Ha sido un fuego, Axel. Otra vez…

      —Hemos evacuado la iglesia —gritó Evan desde el final del pasillo.

      —Vamos —Axel la tomó de la mano, pasó por delante de Evan y corrieron los tres hacia la sacristía—. Dentro de unos minutos el fuego llegará también hasta aquí. Siéntate en ese banco y mantén la cabeza gacha. Tristan está despejando la parte de atrás para que puedas salir. El pirómano puede estar cerca.

      —¿Cómo habéis sabido que teníais que evacuar la iglesia? —preguntó Tara mientras obedecía.

      —Mason ha sido el primero en ver el fuego. Ha salido detrás de ese tipo que parece haberlo provocado —soltó un juramento—. Sabía que el incendio de tu casa había sido provocado. Tengo que sacarla de aquí —le dijo a Evan.

      —De eso puedes estar seguro —se oyó una nueva voz dentro del santuario.

      Tara se irguió como impulsada por un resorte y buscó el origen de aquella voz.

      —¿Sloan?

      Su hermano parecía haber envejecido más de diez años en los cinco que había pasado sin verle.

      —¿De verdad eres tú?

      —Sí, soy yo —pero no la miraba a ella mientras cruzaba el presbiterio. Tenía su dura mirada fija en Axel—. Ya veo que estás protegiendo a mi hermana con el estilo que acostumbras.

      Tara se levantó del banco.

      —¡No culpes a Axel de lo que está pasando!

      —Quizá no sea éste el mejor momento para un encuentro familiar —sugirió Evan—. Me temo que el fuego se acerca.

      Axel agarró a Tara del brazo y la mantuvo tras él mientras se dirigía hacia la salida de la iglesia y le preguntaba a Sloan:

      —¿Dónde demonios estabas escondido?

      —Estaba intentando seguir el rastro del tipo que incendió la casa de mi hermana —respondió Sloan fríamente—, mientras tú te dedicabas a seguirla a ella.

      Tara se detuvo en seco y amenazó a su hermano con un dedo. Axel la soltó y dejó que se acercara a él.

      —No te atrevas a juzgar a nadie, Sloan —le advirtió—. Eres tú el que nos has puesto a todos en peligro.

      Sloan cambió inmediatamente de expresión. De pronto, parecía asustado.

      —Tara, tienes que comprenderlo.

      —Tara —la llamó Axel, y ella corrió hacia él—. Tristan está fuera, en el coche, a unos treinta metros de distancia. Tenemos que mantener la cabeza gacha y correr juntos. En cuanto lleguemos, métete directamente en el asiento de atrás.

      Tara temblaba mientras se aferraba a su mano, pero confiaba en él. Sabía que Axel no permitiría que les ocurriera nada ni a ella ni a su hijo. Así que intentó dominar el miedo y asintió.

      —De acuerdo.

      Axel abrió la puerta de la iglesia y salieron corriendo a toda velocidad hacia el coche. A los pocos segundos, Tara estaba en el asiento trasero del coche y la puerta se cerraba tras ella.

      —¿Adónde va? —gritó al ver que Axel corría de nuevo hacia el interior de la