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E-Pack Jazmin Especial Bodas 2 octubre 2020


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hablando por radio—. ¿Está despejada la autopista?

      —Sí.

      —Tara, ¿has visto u oído algo antes de que empezara el fuego?

      —No. Sólo a los invitados a la boda —estaba desesperada por poder mirar por la ventana—. ¿Adónde me llevas?

      —Al Double-C. Es una gran fortaleza. Allí estarás a salvo.

      —¿Por qué Axel no viene conmigo?

      —Porque ahora mismo está haciendo lo que tiene que hacer.

      Tara presionó la mejilla contra el cuero del asiento. Si le ocurría algo a Axel, no sería capaz de soportarlo.

      Volvió a oírse el crepitar de la radio.

      —Ha habido disparos —informó una voz masculina—. Ha caído un hombre.

      Tara se irguió inmediatamente en el asiento.

      —¿Qué hombre?

      —¡Baja la cabeza inmediatamente!

      Tara volvió a tumbarse con el rostro empapado en lágrimas. ¿Qué hombre? Todavía no habían recibido una respuesta cuando llegaron al rancho. Si el terror no le hubiera impedido pensar, le habría sorprendido la cantidad de gente que los esperaban. En el instante en el que la puerta del coche se abrió, corrieron Gloria y Emily hacia ella.

      —Todo va a salir bien —le repetían una y otra vez mientras entraban en la casa.

      —Necesito saber a quién han disparado —insistió ella.

      Emily palideció.

      —¿Han disparado a alguien?

      Jefferson entró en aquel momento en la habitación armado con un rifle.

      —Tristan está intentando averiguar lo que ha pasado.

      Tara fijó la mirada en el arma que el padre de Axel sostenía con tanta naturalidad y se le revolvió el estómago. Miró a Gloria con expresión de desesperación y ésta la condujo inmediatamente al cuarto de baño.

      Una vez allí, Tara se lavó la cara y se dejó caer de rodillas en el suelo, pero no sucumbió a las náuseas, sino a las lágrimas. Lloraba por todo lo que no había dicho, por todas las oportunidades que había dejado pasar.

      —Eh —al cabo de un rato, Emily entró en el cuarto de baño y la abrazó—, esto no sirve de nada.

      —Le quiero. ¿Por qué no he sabido decírselo?

      —Ya se lo dirás —la tranquilizó Emily—. Pero si te pones así, terminarás afectándole al bebé.

      Tara por fin alzó la cabeza.

      —Si me hubiera ido de Weaver cuando vino a verme, nada de esto habría ocurrido.

      Emily tomó una toalla para secarle las lágrimas.

      —Si te hubieras ido de Weaver, estoy segura de que mi hijo habría salido detrás de ti. Ahora, vamos. Tienes que quitarte ese vestido, que está destrozado, y descansar un rato.

      Tara no quería descansar. Quería ver a Axel. Tener la certeza de que se encontraba bien. Pero se levantó y siguió a la madre de Axel escaleras arriba.

      Una repentina conmoción en la puerta hizo que el corazón le diera un vuelco. Se detuvo en la escalera y se aferró a la barandilla con tanta fuerza que sus nudillos se pusieron blancos.

      Y de pronto, allí estaba. Axel.

      Fue como si el mundo hubiera dejado de girar. Axel corrió hacia ella y no se detuvo hasta que estuvo a sólo unos centímetros de distancia.

      Tara alargó las manos hacia él y palpó su camisa, como si estuviera buscando alguna herida.

      —No estoy sangrando —le aseguró Axel suavemente.

      Tara le rodeó el cuello con los brazos y se aferró a él. Y jamás en su vida se había sentido tan maravillosamente bien como cuando Axel la envolvió en sus brazos.

      —Si te hubiera pasado algo, me habría muerto.

      —Estoy bien. Mason y Sloan han atrapado al tipo. Tu hermano ha estado siguiéndole desde que se produjo el incendio en tu casa. Es el hermano de María Delgado —la abrazó con fuerza—. Max le tiene encerrado y el tipo no para de llorar, diciendo que él sólo quería hacerle pagar a Sloan lo que le ocurrió a su hermana. Sabía que cualquier cosa que ocurriera se la atribuirían a los hombres de Deuce… Pero ya ha terminado todo, no tienes nada por lo que preocuparte.

      —¿Y Sloan está bien?

      —Sí, le han disparado en un brazo, pero está bien —le prometió Axel—. Y la iglesia, dentro de dos semanas, estará lista para otra boda.

      Le tomó las manos y la miró a los ojos.

      —Pero hoy, cuando estaba esperando a que aparecieras por el pasillo de la iglesia, me he dado cuenta de una cosa —le acarició las muñecas con los pulgares—. Quiero que te cases conmigo por voluntad propia, Tara. No por el bebé, ni por mi familia.

      Tara se quedó completamente paralizada. Casi temía moverse, respirar.

      —He estado enamorado de ti prácticamente desde la primera vez que te vi. Debería habértelo dicho. Quiero casarme contigo, Tara, y estoy dispuesto a renunciar a mi trabajo si así puedo demostrarte que podemos disfrutar de una vida distinta a aquélla que temes.

      —Oh, Axel —susurró—. Yo también te quiero. Te quiero desde que estuvimos juntos durante aquel fin de semana —tomó aire—. Llevo mucho tiempo sola, y creo que también podría haber sacado a nuestro hijo adelante estando sola. Ésa era la ruta más segura, pero ya no estoy buscando mi seguridad. Quiero estar contigo —alzó la mirada hacia él—. Sé que no eres como mi padre. Sé que eres tú, Axel. Y también me he dado cuenta de otra cosa: no sólo quiero raíces, Axel, quiero el árbol entero —sonrió a través de las lágrimas—. Quiero las ramas, los brotes y las hojas.

      —En ese caso, te plantaré una orquídea —contestó Axel con la mirada resplandeciente.

      Tara se echó a reír y se secó las lágrimas que empapaban sus mejillas.

      —Pero no quiero esperar a que la iglesia esté arreglada. Podemos casarnos el lunes en los juzgados.

      —¿En los juzgados? —gritó Squire, que estaba a los pies de la escalera—. ¿Qué tontería es esa?

      —Squire —intentó tranquilizarle Gloria.

      Pero Squire plantó su bastón delante de él y alzó la mirada hacia Axel y Tara.

      —Si hay algo que debería estar haciendo en este momento esta familia, es organizar una boda —señaló como si fuera la última persona sensata del planeta—. De hecho, ya lo tenemos todo preparado para la fiesta.

      —Eso es verdad —se mostró de acuerdo Emily. Tara se volvió sorprendida hacia ella. Se había olvidado por completo de que estaba cerca de ellos—. Aunque, por supuesto, tendremos que hacer algo con tu vestido.

      —Y podemos llamar al reverendo Stone —añadió Jefferson desde el final de la escalera—. Por lo menos él está acostumbrado a que las bodas de esta familia no salgan nunca como están planeadas.

      —Y traeremos a tu hermano —añadió Axel con voz queda—. Aunque no sé si le va a hacer mucha gracia que te cases conmigo.

      —Él no tiene nada que decir. Ya soy tuya. Lo soy desde que me pediste que pidiera un deseo antes de soplar las velas.

      —¿Qué deseaste aquel día? —susurró Axel contra su boca.

      —A ti. Simplemente, te deseé a ti.

      Al final, Axel y Tara pronunciarían los votos ante el reverendo Stone esa misma noche.