decir, Tara. Mi padre no era, no es el único que se ha dedicado a esto. Y todos ellos tienen familias normales, no han tenido que cambiar de casa cada seis meses. No todas las personas que se dedican a este tipo de trabajo han pasado por una experiencia como la tuya.
Tara no quería creerle. Porque si le creía, ¿en qué clase de persona se convertía ella al seguir ocultándole su embarazo? Ella, que odiaba los secretos, estaba guardando el secreto más importante de su vida.
—En cualquier caso, nada de esto es asunto tuyo —le dijo Tara parpadeando con fuerza—. Yo tenía una vida en Chicago. Y en cuanto se solucione el caso de Sloan… —se mordió el labio.
—Volverás allí, a una casa que ya no tienes para trabajar en una revista en la que ya no escribes.
Aquellas palabras eran la única verdad. Una verdad que la perseguía noche y día.
—¿Por qué iba a querer quedarme en Weaver?
Tara le oyó suspirar mientras ponía la camioneta en movimiento.
—Una pregunta condenadamente buena.
Durante el resto de la semana, Axel no volvió a sugerir en ningún momento que cerrara la puerta, aunque parecía encontrar cientos de cosas que hacer antes de que regresaran a casa tras la jornada de trabajo. Paraba por la clínica de su cuñado para hablar de un caballo que pretendía comprar o la llevaba a dar una vuelta por los alrededores del pueblo con la excusa de que quería ver los cambios que se habían producido en la localidad desde que no estaba allí.
Tara pronto se había dado cuenta de que no tenía sentido discutir. Después de pasar todo el día en la tienda, ella estaba deseando volver a casa, pero al parecer, Axel prefería evitar quedarse a solas con ella.
Por la mañana, después de ducharse y vestirse para ir a trabajar, Tara siempre se encontraba una infusión en la cocina, mientras él aprovechaba para ducharse. En la tienda, Axel se dedicaba a mover muebles y desempaquetar cajas. Y el sábado por la tarde, justo antes de cerrar, incluso consiguió venderle algo a Tom que, animado por el éxito de su regalo de aniversario, había pasado por la tienda para comprar el corpiño que le gustaba a su esposa.
Lo único que tuvo que hacer Tara cuando volvió a hacerse cargo de la tienda fue meter unas cuantas hojas más de papel perlado en la bolsa que Axel ya le estaba tendiendo a Tom. El pobre hombre prácticamente salió volando de la tienda y Tara no pudo evitar una sonrisa mientras colocaba el cartel de cerrado.
Axel parecía tan divertido como ella cuando se volvió hacia él. Pero el relativo silencio de los últimos dos días continuaba haciéndose dolorosamente presente.
—Tengo que pasar por el supermercado. Nos hemos quedado sin leche —comentó ella, intentando romper el hielo.
—Pasaremos de camino a casa —sonrió él suavemente—. Hablamos ya como una pareja de ancianos.
—Pero tú no eres ningún viejo.
—Y tú tampoco.
Tampoco eran pareja, por cierto, pero Tara pensaba que no tenía sentido remarcar lo obvio.
Cerró la caja, remató las tareas del día y esperó a que Axel tocara el claxon de la camioneta para salir por la puerta de atrás. Le encontró hablando por teléfono.
—Hasta luego entonces —dijo, y colgó—. Era mi madre —le explicó a Tara mientras ponía la camioneta en marcha—. Nos invita a cenar.
—¿Pero no se supone que vamos a ir a comer mañana?
—Sí, pero ahora estaremos nosotros con ella.
Tara decidió no protestar, sabía, además, que no le serviría de nada.
—Pero tengo que ir a comprar leche.
—No te preocupes, no te vas a quedar sin tu dosis de calcio.
Tara, por enésima vez, tuvo que pedirle a su conciencia que se callara. Cuando vio que Axel giraba en dirección contraria a la de su casa, comprendió que pretendía ir directamente a casa de sus padres.
—¿No podemos pasar antes por casa para que me cambie?
—Vas bien así.
Tara se alisó la falda beige que llevaba, una de las pocas prendas que todavía le servían. Muy pronto, iba a tener que comprar ropa muy diferente.
Cuando salieron a las afueras de Weaver le preguntó a Axel:
—¿Tu hermana y su familia estarán también en casa de tu padres?
—No, han ido a Braden a pasar la noche.
—Supongo que tus padres saben a lo que te dedicas.
—Sí.
—Entonces, ¿qué sentido tiene fingir con ellos? No lo entiendo.
—¿De verdad quieres saber por qué no he hablado abiertamente con ellos? Pues bien, porque conociéndome como me conocen, enseguida se darían cuenta de que —se interrumpió y suspiró—, de que para mí no eres sólo una misión.
Tara lo miró boquiabierta.
—Saben que me interesas. Además, te aseguro que, de todos los secretos que tengo ahora, éste es el último que me preocupa. ¿Satisfecha?
Tara cerró la boca. Axel asintió bruscamente y continuó conduciendo en silencio.
Capítulo 12
Gracias por la cena —le decía Tara a Emily varias horas después—. Estaba riquísima.
—Cariño, puedes venir cuando quieras, sobre todo porque es la única manera de que Axel aparezca por aquí —le dio un beso a su hijo en la mejilla—. Vendrás también mañana, ¿verdad? Vamos a celebrar el cumpleaños de Justin. Cumple veintiún años.
—Es imposible que cumpla ya veintiún años.
—Eso lo hemos dicho de todos vosotros —Emily le dirigió a Tara una sonrisa traviesa—. Ya veréis vosotros cuando tengáis hijos.
—Que Dios nos ayude —respondió Axel con cara de póquer.
Tara apenas tuvo oportunidad de decir nada antes de que Axel la agarrara del brazo y tirara de ella hacia la puerta.
—¿A qué viene tanta prisa por volver a mi casa? —le preguntó Tara, ya en la camioneta.
—No tengo ninguna prisa por volver a tu casa. Quiero ir a mi cabaña. No tardaremos mucho.
Tara estaba deseando ver su cabaña desde que se la había descrito en Braden, pero se encogió de hombros como si no le importara lo que hicieran o dejaran de hacer.
Axel le había contado que la cabaña no estaba lejos de casa de sus padres, pero a ella se lo pareció. La carretera que conducía hacia allí ni siquiera estaba pavimentada y no tardaron en encontrarse envueltos en una total oscuridad.
—¿Cómo puedes saber por dónde conduces? —la noche era negra boca del lobo y lo único que reflejaban las luces de la camioneta era el resplandor de la nieve.
—Crecí aquí. No hay ni un palmo de tierra en esta zona que no conozca como la palma de mi mano —respondió mientras giraba en una curva para inmediatamente detener la camioneta.
—Mira dónde pones el pie —le advirtió Axel después de rodear la camioneta para abrirle la puerta—. Hay mucha nieve.
Desde luego. Las botas se hundieron casi diez centímetros en la nieve mientras se dirigían hacia la casa en medio de aquella oscuridad. Pero cuando subieron los escalones del porche, incluso en una noche como aquélla, a Tara le resultó fácil imaginarse el porche en verano, con las mecedoras, las flores y una buena jarra de limonada.
—Pasa —le pidió Axel en cuanto abrió la puerta.
Tara le siguió al interior. Axel encendió las luces, iluminando