Kurt Weis, Was ist Zeit? Zeit und Verantwortung in Wissenschaft, Technik und Religion, München, dtv, 21996.
[15]. Walter Zimmerli y Mike Sandbothe (Hrsg.), Klassiker der modernen Zeitphilosophie, Darmstadt, Wissenschaftliche Buchgesellschaft, 1993.
[16]. Los pasajes de la física se citan según: Aristóteles, Física, trad. (francesa) de H. Carteron, París, Les Belles Lettres, 21952.
[17]. Paul Ricœur, Tiempo y narración III. El tiempo narrado, trad. A. Neira, Madrid-México, Siglo XXI, en especial p. 654. De aquí en más esta obra se cita de acuerdo con la siguiente sigla TN III.
[18]. Op. cit., p. 645.
[19]. E. Levinas, En découvrant l’existence avec Husserl et Heidegger, Paris, Vrin, 21967, p. 113.
CAPÍTULO 1
Idealidad y realidad del tiempo: Inmanuel Kant
Kant y la “primera aporía de la temporalidad”
La cuestión con la que comienza el desarrollo temático de este libro no es –lamento decirlo–fácil. El análisis crítico de la cuestión del tiempo en el pensamiento kantiano requiere ineludiblemente del lector un conocimiento previo de la estructura y vocabulario propios de la Crítica de la razón pura, cuya densidad y profundidad la vuelven, por cierto, refractaria a toda lectura ligera guiada por el mero “sentido común”. La cuestión con la que comienza el desarrollo temático de este libro tampoco es –debo confesarlo– novedosa. El tema del tiempo en la obra de Inmanuel Kant ha sido tratado por la investigación filosófica hasta el hartazgo. ¿Era necesario, pues, ya desde el comienzo mismo, importunar al lector versado en Kant con un nuevo ensayo sobre un punto que ha sido tan minuciosa y detalladamente indagado? En cierto sentido no. Por eso renuncio conscientemente (tanto en el caso de Kant cuanto en el de los restantes filósofos a tratar en este libro) a una nueva exposición erudita de la doctrina kantiana sobre el tiempo; por eso desisto de toda reconstrucción de la genealogía y desarrollo de la comprensión que Kant tenía del fenómeno; por eso, prescindo, en fin, de cualquier intento de realizar aquí un “comentario crítico” que examine la función que cumple la doctrina del tiempo en la arquitectura y problemática de la filosofía kantiana[1]. Pero en cierta medida sí era necesario volver a Kant para iniciar el tratamiento de la cuestión del sentido del tiempo en el pensamiento contemporáneo, pues sus análisis, que representan la culminación del pensamiento moderno sobre el tiempo, contienen ya en ciernes la entera problemática que atraviesa y con la que se enfrenta toda la filosofía contemporánea dedicada al tema. En tal medida valía la pena volver a ocuparse de Kant, pero valía la pena volver a hacerlo desde una perspectiva hermenéutica diferente. Esta perspectiva, aplicada al pensamiento de Kant, puede, a mi parecer, introducir al lector que se pregunta, como San Agustín, por el tiempo, y que, perplejo como lo estaba el santo, se responde con sinceridad que no sabe lo que es, a una reflexión filosófica integral sobre el origen y los límites de toda meditación sobre el fenómeno. Tal perspectiva surge de construir un diálogo de pensamientos entre pensadores. Un diálogo de esta clase, a diferencia de las exposiciones tradicionales de la filosofía histórica, se halla bajo muy diversas leyes. Son leyes más vulnerables: la amenaza de anacronía o descontextualización es constante, el peligro de errar es mayor. Pero también es mayor la posibilidad de ahondar en los problemas que un pensamiento deja abiertos. Sólo desde el marco trazado por la puesta en diálogo de un pensar con otro es posible abordar una filosofía haciéndole preguntas, forzándola a decir todo lo que tiene aún por decir, en lugar de limitarse a repetir sus consabidas respuestas. En tal sentido mi perspectiva de lectura surge como un intento de examinar los fundamentos de la doctrina del tiempo en Kant en el contexto del problema que estructura todo este libro y que Paul Ricoeur en Tiempo y narración III[2] denomina “primera aporía de la temporalidad” o “aporía de la ocultación mutua de las dos perspectivas sobre el tiempo”. Repasemos brevemente lo ya visto en la introducción y precisemos a qué se refiere Ricoeur cuando nos habla de “dos perspectivas sobre el tiempo” y precisemos qué se mienta concretamente cuando se habla del carácter aporético de su relación.
Como ya decíamos en la introducción existen dos formas fundamentales de considerar el fenómeno del tiempo, que recorren y enmarcan la historia entera del pensamiento humano sobre el fenómeno. Por un lado el tiempo se ha considerado desde una perspectiva cósmica. Entonces nos referimos al tiempo medido por los relojes que toman como patrón los movimientos regulares de los astros en el cielo. El tiempo cósmico es indicado por el sucederse regular de los días y las noches; es aquel tiempo que se mide en horas, semanas, meses y años. En tanto tiempo al que todas las cosas están sometidas y en el que todo surge, crece, se desarrolla y muere, a este tiempo cósmico podríamos llamarlo también real u objetivo. Se trata de un tiempo ontológico, pues se refiere a la sucesión inexorable de lo que es, de las “cosas naturales” mismas, incluso la propia conciencia. Pero, por otro lado, nada sería de este tiempo, no sería efectivamente tiempo que pasa, si no fuera experimentado por una conciencia que dura, si no durara en una conciencia humana. En tal medida el tiempo es también y fundamentalmente el tiempo humano. Como fenómeno intrínsecamente humano el tiempo mienta la autoexperiencia, la experiencia de la duración de los propios estados de conciencia. En tanto tiempo que acaece como desarrollo de la vida de un sujeto, podemos llamar a este tiempo vivido también subjetivo o ideal. Se trata de un tiempo fenomenológico, pues no se refiere a la duración de las “cosas naturales”, sino a la duración de los fenómenos, esto es, de esas mismas cosas pero en tanto se manifiestan originariamente como contenidos de conciencia.
Pues bien, la aporía de la ocultación mutua de las dos formas del tiempo mienta concretamente la imposibilidad de reducir el tiempo real o cósmico al tiempo ideal o vivido y viceversa. Tal irreductibilidad resulta de una diferencia esencial entre ambas formas del tiempo. Por una parte, el tiempo cósmico puede caracterizarse como una continuidad de momentos homogéneos cualesquiera, en la cual no se pueden distinguir las dimensiones del pasado, ni la del presente, ni la del futuro, sino tan sólo el continuo transformarse del universo. Por otra parte, el tiempo fenomenológico se puede caracterizar como el despliegue ex-tático de los horizontes de pasado y de futuro a partir del ahora autorreferencial de la conciencia, el cual ya no es un momento cualquiera, sino el presente viviente en el que la conciencia experimenta su propio decurso. En resumidas cuentas: se trata de una doble diferencia: cualitativa, entre un tiempo sin presente y otro con presente; y cuantitativa, entre un tiempo determinado, que comienza en un presente definido y finaliza con la muerte, y otro indeterminado, cuyos límites exceden los de la conciencia individual y nos son ignotos. Pero, ¿por qué abordar la cuestión del tiempo en Kant en el marco de esta aporía? Porque parto de la suposición, que será determinante para el conjunto de los análisis de esta obra, de que ya el análisis kantiano del tiempo (en particular el desarrollado en la Crítica de la razón pura[3], obra a la que se restringe este capítulo) muestra que la consideración ideal del tiempo como una forma subjetiva de la intuición y la visión real del fenómeno como una magnitud objetiva del universo no resultan opuestas e inconciliables, sino, por el contrario, se trata de perspectivas que se entrecruzan, conviven y que necesariamente se requieren la una a la otra.
De acuerdo con lo dicho, los objetivos centrales de este primer capítulo serán tres. En primer lugar aspiro a mostrar en qué medida la determinación ideal del tiempo en la estética trascendental como forma a priori de la intuición humana no implica en modo alguno que la concepción kantiana no se encuentre referida a un tiempo real dado, a saber, el tiempo que en sí mismo no puede ser percibido. En segundo lugar, y en estricta