y es lo que pasa siempre: cada vez que aparece un indicador templario en el mundo, viene el Vaticano para ocultarlo, porque tienen temor de encontrar los Evangelios perdidos y todas esas cosas que están relacionadas con Cristo, que no conocemos y que modificaría toda la historia de la religión”.
Para muchos autores y estudiosos, el Grial es parte de la mitología cristiana medieval, por lo que no hay siquiera una mención de él en la Biblia.
Así como para unos se trata del cáliz de la Última Cena, otros identifican el Santo Grial con la piedra filosofal de los alquimistas, o una alusión velada a la supuesta descendencia que dejó Jesús después de casarse con María Magdalena.
De todos modos, la versión del cáliz es la más aceptada.
La relación entre el cáliz y José de Arimatea procede de una obra escrita en el siglo xii. Según el relato, Jesús, ya resucitado, se aparece a José de Arimatea para entregarle el cáliz y ordenarle que lo lleve a la isla de Britania, donde se estableció una dinastía de guardianes para mantenerlo a salvo y escondido, hasta que, debido a las persecuciones que sufrían en Europa los templarios, lo habrían traído hasta la Patagonia.
Ya es alocada la historia del Santo Grial, desde luego. Pero las leyendas sobreviven porque alguien las cree.
¿Tendrá que ver toda esta geografía desnuda con lo que me está contando?
“Claro que sí −me dice el Flecha, muy seguro−. Todo surge a partir de una bitácora de viaje, un libro, un cuaderno, que fue encontrado en lo de un anticuario en Irlanda del Norte. Allí está escrito, por el propio capitán, el responsable del barco, que se trata de la flota de los templarios y que, alertado por los intentos de apresarlo del rey de Francia Felipe IV el Hermoso como fruto de una operación política, logra escapar en 1307 del puerto de La Rochelle. Felipe atravesaba una crisis económica muy importante, le debía muchísima plata a la Orden del Temple y junto con el papa Clemente V arman toda esta gran mentira acusando a los templarios de homosexuales y de blasfemos para quemarlos en la hoguera. Pero, por fortuna, el capitán se entera y escapa. Dice, en sus escritos, que lleva a bordo el Santo Grial, parte de los Evangelios perdidos y parte del tesoro templario”.
La orden llegó a tener unos veinte mil miembros.
Fueron guerreros implacables y dueños de un misterio insondable: ellos serían los custodios del Santo Grial de Jerusalén.
Es la copa donde Jesús tomó el vino de la Última Cena y donde su amigo José de Arimatea recogió la sangre de Cristo una vez que, en la cruz, fue lanceado por el soldado romano. La protección de esa reliquia llevó a los cristianos a trasladarla de un lado a otro: el rastro del cáliz se pierde en el año 400 en Egipto y reaparece en 1120, cuando lo rescatan los templarios.
Algunos investigadores dicen que los caballeros templarios lo sacaron de Tierra Santa cuando los musulmanes reconquistaron la ciudad y, entonces, su rastro se pierde en los puertos de Francia, primero, y en Gran Bretaña, después.
Los del Grupo Delphos, que fogonea esta cofradía de templarios argentinos contemporáneos y hace expediciones a Las Grutas y Somuncurá buscando el Santo Grial, aseguran que la flota templaria salió de La Rochelle –lugar francés de una excelente ubicación geográfica, equidistante de Bretaña y el País Vasco− en 1308. Ese año lo fue a buscar y lo embarcó en Gran Bretaña con los tesoros y lo trajo a nuestras tierras a través del puerto fortificado que hoy se llama Fuerte Argentino, en el golfo San Matías, un lugar, por cierto, muy protegido.
Si Somuncurá es supuestamente el lugar donde los caballeros de la Orden del Temple llegaron con sus navíos mucho antes de que Colón descubriera América, vale hacerse una pregunta… ¿Cómo lo hicieron?
“El capitán del barco de los templarios dice que navegaron 52 días con vientos empopados y alisios, bajo un cielo desconocido. O sea, habían cruzado el hemisferio. Y dice que atraca en una costa desconocida de noche y al otro día el barco estaba varado en seco. Eso quiere decir que hay una amplitud de mareas muy grande, de entre nueve y doce metros: hay un solo lugar en el mundo así, y es este, el golfo San Matías”. Todo esto, según el Flecha, ocurrió antes de que Colón llegara a América.
El almirante se hizo a la mar en aquel viaje histórico, pero recaló en Portugal, donde estuvo en una catedral de los templarios y donde habría obtenido las cartas náuticas y la cartografía para llegar a un territorio… ¡que ya había sido descubierto!
¿Cómo es posible que Colón le haya pintado las cruces templarias a las carabelas?, pregunto y me pregunto. “Ocurre que él salió del puerto de Palos con las velas blancas… y cuando llega a América tiene las velas pintadas con las cruces templarias ¡en honor de los templarios que les habían dado la información y sabiendo, además, que los pueblos originarios de América ya conocían esas cruces desde mucho tiempo antes!”.
Claro que pienso que todo lo que estoy contando es increíble y suena fantástico. Pero es una buena historia. De a ratos se apoya en datos que parecen verosímiles. Y tiene su dosis de aventura. Es como una buena película, ¿por qué no quedarse a ver cómo termina?
Los buscadores del Santo Grial en la Argentina existen. Las investigaciones sobre los templarios en la Patagonia tienen unos veinte años. A este lugar han venido geólogos, arqueólogos y antropólogos españoles, franceses y alemanes que creen en la hipótesis.
Claro que es difícil imaginar en esta soledad a una comunidad de caballeros templarios viviendo hace mil años.
La cofradía asegura haber encontrado una extraña piedra con una cruz templaria en bajorrelieve, bien adentro de la meseta de Somuncurá.
Y eso es todo.
Ese blindaje acrecienta su misterio. Lo que hay también es brumoso, como la existencia misma del cáliz. Nada se sabe –y nadie se anima a aventurar opinión al respecto− sobre qué pasó después de que esa flota llegara a la lejana Patagonia, ni por qué eligieron este lugar tan remoto, ni cuánto tiempo vivieron aquí.
En 1307, debido a la confabulación entre el Papa y el rey Felipe el Hermoso, un gran número de caballeros fueron apresados, inducidos a confesar sus herejías bajo tortura y quemados en la hoguera.
En 1312, la orden fue disuelta.
Jacques de Molay, último gran maestre, y ciento cuarenta templarios fueron encarcelados y torturados. Sin embargo, frente al palco en Notre Dame, donde iba a ser leída su sentencia, recuperó el coraje y proclamó la inocencia de los templarios y la falsedad de sus propias confesiones: admitió haber mentido para salvar la vida.
Por ese arrebato, fue quemado frente a la catedral el 18 de marzo de 1314.
El Santo Grial puede ser un mito. Aun así, es irresistible.
Y ahora, como una extensión del entramado misterioso que lo custodia, tiene también su lugar en la Patagonia.
“Creo que Fuerte Argentino forma parte de pistas falsas e indicadores, señuelos que fueron dejando los templarios para confundir. No creo que sea el lugar indicado para esconder algo tan importante para la cristiandad”. “¿En dónde, si no?”, surge de inmediato la duda. “En la meseta de Somuncurá”, aparece como respuesta.
Tomé un avión en el aeródromo Saint-Exupéry de San Antonio Oeste y fui a echar una mirada a vuelo de pájaro a un lugar que está entre los más misteriosos y desconocidos del país.
La meseta de Somuncurá parecía infinita. Más de veinticinco mil kilómetros cuadrados repartidos entre Chubut y Río Negro, con una densidad de población menor a medio habitante por kilómetro cuadrado.
¿Quién se anima a atravesar esa meseta de basalto, más grande que Tucumán, desprovista de árboles y caminos?
Solo poca gente vive allí, curtida, sola de toda soledad.
Y hay algo para decir de la vegetación: hay especies que solo existen en este lugar del mundo y en ninguno más.
Tan fuerte es Somuncurá y tan frágil a la vez: porque las amenazas se ciernen sobre su flora y su fauna, aunque