de alguna manera está heredada, que es la sociedad que implantó la dictadura pese a que sus padres y otras generaciones hayan intentado realizar transformaciones y puede ocurrir entonces que no les gusta esa sociedad, o que quieren reclamar y no sienten frente a ello los problemas, las trabas, si se quiere decir, los traumas que tienen los que vivieron la dictadura, y, por lo tanto, hay la posibilidad de pensar que todo es posible de cambiar. La inhibición propia de las generaciones mayores, no la tiene esta. Así, por un lado, es una generación que no vivió la dictadura militar y que si bien tiene una referencia básicamente negativa frente a ella, no es la cuestión de la dictadura misma, sino que la ve a través de la sociedad que recibe y, por supuesto, no ve ahí la dictadura, lo que ve es la obra de sus padres o, digamos, de la generación de la dictadura y la generación de la transición, ve esa obra, y esa obra puede no gustarle y entonces, reacciona contra eso sin la inhibición de que con eso le estaría haciendo el juego a los que fueron favorables a la dictadura. Yo creo que ese es un primer aspecto de extrema importancia como rasgo generacional.
Por otro lado, hay un segundo rasgo de esta juventud y generación del estallido, de la explosión social, que tiene que ver con el tipo de sociedad en que vive, y se trata de lo que se puede llamar la sociedad digital, la sociedad red, la sociedad postindustrial globalizada. Toda esta generación nació y fue formada en el mundo digital, de las redes, de internet y eso genera algunos rasgos que son, a mi juicio, claves, que tienen que ver con la importancia de la comunicación en que lo significativo es que yo me expreso y la respuesta del otro importa menos que lo que yo tengo que decir y sobre todo, cierto principio de horizontalidad que se opone a toda jerarquía y, de cierto modo, también a toda autoridad. Puede aceptarla, pero no es parte de su ADN como generación, como lo fue la nuestra en que no cuestionábamos la existencia misma de determinadas instituciones y sino, que buscábamos modificarlas. Y, entonces, a partir de ese principio de horizontalidad lo que hay es un cuestionamiento de las instituciones, no se aceptan por sí mismas, tiene que legitimarse o comprobar para qué sirven, para qué me sirve, no valen por sí mismas. Y esto se puede ver, en la manera como estas generaciones han replanteado totalmente las instituciones, principalmente las instituciones educativas, por sí mismas, pero también la redefinición de las instituciones, por ejemplo, que rigen la convivencia, el amor, etc., como el matrimonio o la familia. Hay una ética, si ustedes quieren, o moral, distinta, que ya no está dada por las convenciones, no está dada por la tradición, por la religión o la convicción como principio fundante, sino que está dada por la interacción. Se trata de una moral, de una ética, intersubjetiva, la vamos creando, vamos creando lo que es bueno, lo que es malo, lo vamos creando entre los que enfrentamos el mismo desafío o el mismo problema, y de nuevo la experiencia respecto de los matrimonios o la familia es una expresión de eso. Entonces, ese es un segundo rasgo que yo creo que es fundamental a tener en cuenta cuando se trata de la generación del estallido, generación que no vivió la dictadura ni los primeros momentos de construcción o reconstrucción democrática, y que simplemente se encontró con ellos, los descubrió, y se plantea libremente frente a ellos, y, en segundo lugar, vive en sociedades digitales donde todos los principios institucionales son sometidos a la interacción, a la subjetividad, a la intersubjetividad, a las relaciones, a los juicios de conveniencia, de bienestar y de felicidad, y no se aceptan por sí mismos.
Creo que esos dos rasgos son extremadamente importantes y, por lo tanto, de ahí se puede desprender un tercero que tiene que ver con que hay muchas menos formulaciones ideológicas sobre lo que debe ser la sociedad, sobre lo que debe ser el futuro, sobre lo que somos y lo que podemos ser, que lo que tenían las anteriores generaciones. De alguna manera tienen que inventar sus propias normativas, valoraciones, orientaciones hacia el futuro; si hay algo que no existe es el clásico tema de los sociólogos, de la socialización, ¿han sido socializados a determinadas instituciones? No. Entonces, eso es, a mi juicio, de extrema importancia para analizar los comportamientos, lo van a definir no por la pertenencia a una determinada categoría sino por el tipo de interacciones que establezcan. Ahora, pensar que aquí se trata solamente de pulsiones, me parece reducir el tema generacional y el juvenil porque hay, por supuesto, pulsiones, emociones, incertidumbres, miedos, rabia porque no se cumplen las expectativas que le prometieron o porque no les gusta la vida que tienen. Hay todo eso, pero hay también implícitas orientaciones valorativas, normativas, imaginarios, solo que no se corresponden con las ideologías o visiones clásicas que tenían las generaciones anteriores.
Para complementar esto, señalemos que el componente generacional de las movilizaciones es el que aporta fundamentalmente la retórica, la épica. Confieso que soy de los escépticos, en esta materia. No es lo que más me interesa en los movimientos, su retórica, su épica. Por ejemplo, nunca me interesó especialmente el contenido de los grafitis salvo desde un punto artístico. En el Mayo del 68, que me tocó vivir, eso de “seamos realistas, pidamos lo imposible”. Ahora el “Chile Despertó”, cuando la verdad es que Chile había despertado antes, si es que había despertado.
Creo que, a veces esta retórica o épica obscurece el sentido que esos movimientos puedan tener porque no necesariamente da cuenta de contenido, sino que expresan casi exclusivamente las emociones y las pulsiones. En dos o tres palabras se trata de sintetizar cosas que son extremadamente complejas. Pero sin esa épica, hay que afirmarlo, no habría movimiento. Sin embargo, no es, a mi juicio, estudiando la retórica que uno puede dar cuenta del movimiento, lo que quiero decir es que sí hay una retórica en el estallido que se expresa en las murallas, en los rayados que se hacen a ciertos elementos patrimoniales que es aportado fundamentalmente por la dimensión generacional. Y que esta dimensión tiene necesariamente un componente narcisista y eso es lo que de alguna manera oscurece el sentido real de movimiento que va a abarcar muchas más complejas significaciones para la gente que se va a ir involucrando en ella, que no corresponden solo a la dimensión generacional. Otra de las cosas que me parece interesante es que, a diferencia de otros estallidos, en esta generación predomina una épica más dramática que exultante o triunfalista, la que puede resumirse en la frase “Hasta que valga la pena vivir”. Ello tiene que ver con los temas del dramatismo de vivir en una sociedad cuyo futuro de existencia es incierto.
DMP: Entonces, ubicando esto en el contexto mismo de lo que ha sido el estallido social ¿cómo ha sido vivido el estallido social, es decir, las diferentes subjetividades, para tratar de poner el problema generacional en términos de estas subjetividades? Es decir, ¿cómo entra a propósito de la dimensión juvenil o generacional el tema de la subjetivización del estallido?
MAG: Uno de los temas que ha sido fundamental no solo en los estudios sino también en las discusiones, ha sido el tema de la subjetividad. Es decir, cómo se vive o cómo las distintas personas viven el estallido y sus consecuencias, y tipos de subjetividad. Por supuesto las tipologías simplifican, porque tales subjetividades en los actores concretos se dan generalmente mezcladas y se transforman; tienden a estar presentes de distintas maneras en los diferentes actores, no son exclusivas unas de otras, aunque predominen en uno u otro actor. La primera, es vivir el momento como el gran momento de emancipación, de exaltación, y por eso, digamos, el balance que hace esta visión es “esto es lo mejor que me ha pasado y que le ha pasado al país”. La visión es enteramente positiva, la catarsis es vivida no solo como catarsis, sino como un proceso, “esto debiera ser la sociedad, lo que ha pasado es lo mejor y esto debiera seguir siendo así”. Hay ese aspecto de querer continuarlo permanentemente porque es el mejor momento de las vidas y de lo que le ha pasado al país. En el otro extremo están quienes han vivido o viven esto como simplemente una crisis y solo una crisis, negativa, que lo que ha hecho es destruir lo que se había avanzado en el país y anunciar un futuro pobre y complicado, es decir, uno podría tipificar de esta manera esta segunda visión “esto es lo peor que nos podría haber pasado, y ojalá esto se termine luego, aunque las consecuencias las vamos a tener que seguir pagando para adelante”. Entre medio están quienes aceptan que esto era necesario, que vale la pena, que debía haber ocurrido, pero que se manifiestan inciertos, temerosos, con preocupación sobre el futuro, sobre lo que va a pasar y sobre su propio futuro en la sociedad; es decir, hay un componente predominantemente positivo, pero manchado, marcado si se quiere, por la duda, la incertidumbre, el temor. Predomina entonces un aspecto positivo con una sospecha y temor. Y la cuarta manera de haber vivido esto es hacer predominar el elemento negativo, finalmente esto es una cosa muy preocupante que no va a