Lorraine Cocó

Besos de mariposa


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¡Detente, mamá! ¿Cómo que tú no vienes? ¡Es tu madre! Sé que nunca os llevasteis bien, pero eras su única hija. ¡Tienes que ocuparte de esto!

      —No nos llevábamos bien porque era una persona insopor…

      —No sigas por ahí. ¿Ni siquiera ahora que ya no está vas a dejarlo? ¡No me lo puedo creer! —protestó enfadada.

      Posó una mano sobre su frente húmeda y helada e intentó mantener la calma a pesar de las ganas que tenía de estrangular a su madre en aquel momento. No podía creer que, incluso tras la muerte de su abuela, quisiese mantener el hacha de guerra en alto. Estaba a punto de perder el control y miró a un lado y a otro con la esperanza de que nadie se diese cuenta de lo alterada que estaba. No tuvo suerte: Didie, William, el hermano de Will, Marguerite y Penélope la observaban con expectación.

      —No tengo que darte ninguna explicación, pero si lo que quieres es enfrentarte a mí te diré que no puedo ocuparme de los asuntos concernientes a la muerte de tu abuela porque tengo que atender a tu padre. Ya sabes que está delicado de salud, y veo totalmente innecesario que vayamos las dos para un par de asuntos legales que habrá que resolver.

      —Mi padre no necesita supervisión diaria, puede estar unos días sin ti perfectamente. Es posible incluso que agradezca un respiro. ¡Menuda excusa barata!

      —No te atrevas a decir una cosa semejante. Jamás te has puesto en mi lugar. Siempre la defendiste a ella. ¿Crees que no sé que hablabais con frecuencia? ¿Que una vez al año pasabais unos días juntas aquí mismo, en San Francisco?

      Gina guardó silencio unos segundos. Su madre tenía razón. Había mantenido el contacto con su abuela y no pensaba que fuese un crimen haberlo hecho. Tampoco creía tener que justificarse. Ella decidió apartarse de su vida, que abandonasen su población natal, Bellheaven, en Carolina del Norte, y se marchasen a San Francisco, una ciudad que, según su progenitora, les ofrecería la vida que merecían. Lejos de mentes cerradas y pueblerinas. Y con ella había arrastrado a su padre y a Gina, separándolos de su mundo, sus amigos, su familia.

      Definitivamente, no iba a justificarse.

      —¿Ni siquiera vas a ir a presentarle tus respetos?

      El silencio al otro lado de la línea telefónica dejó claro a Gina que su madre estaba perdiendo la paciencia.

      —Solo necesito saber si vas a ir o no. De lo contrario enviaré a un abogado a ocuparse de todo. Quiero solucionar todos los temas legales y vender la casa cuanto antes. Ninguno de nosotros tiene interés en volver a ese pueblo, por lo que veo una necedad no resolverlo lo antes posible.

      La frialdad con la que su madre trató el tema, como si hablasen de una mera transacción, le heló la sangre en las venas.

      —Yo me ocuparé de todo. Ella no merecía menos. Aun sin estar frente a ella, Gina podía percibir el rictus severo y torcido de su madre ante aquel comentario—. Y ahora, si me disculpas, te dejo. Tengo asuntos importantes que atender en este momento. Dale un beso a papá de mi parte, y cuídate, mamá. Te informaré cuando todo esté solucionado.

      Gina dio por finalizada la llamada y dejó caer el brazo con el que sostenía su móvil como si, de manera súbita, este pesase toneladas. Cerró los ojos e intentó respirar con profundidad, pero no lo consiguió. El oxígeno le dolía en el pecho. Tembló ligeramente cuando sintió una mano posarse en su hombro.

      —¿Te encuentras bien?

      Gina abrió los ojos para observar a Didie, frente a ella, con expresión preocupada.

      —No lo sé… Mi abuela… ha fallecido —dijo sin expresión en la voz.

      —¿Tu abuela Jo?

      Durante la gira del libro de William, Didie y Gina habían tenido oportunidad de hablar de sus familias.

      —Lo siento mucho, Gina —le dijo la chica acercándose a ella con la intención de abrazarla, pero Gina dio un paso atrás levantado las manos.

      —Estoy bien, estoy bien. Solo necesito… volver a respirar…

      Capítulo 2

      El orgullo puede soportar mil obstáculos. El fuerte nunca caerá.

      Pero de ver las estrellas sin ti, mi alma llora.

      Mi corazón exaltado está lleno de dolor

      porque te estoy besando…

      Kissing You, Des’ree

      «Tengo que organizarme, solo tengo que organizarme», se dijo a sí misma, resoplando tras arrebatar a Penélope de las manos casi todas sus agendas y carpetas.

      Había esperado hasta ver a la parejita llegar a la carpa de cristal en la que se celebraba el banquete. Los invitados ahora podían relajarse y disfrutar de la celebración, perfectamente sincronizada.

      Se colocó al fondo de la carpa, en una mesa apartada, y desplegó todo su material de trabajo. Necesitaba un plan; un plan que le permitiese terminar aquella celebración con éxito, concluir el final de la gira de William e ir a Bellheaven a hacerse cargo de todos los temas relacionados con la muerte de su abuela.

      Nada más pensar en su viaje, un nombre se abrió paso en su mente por encima del batiburrillo de pensamientos que la acuciaban.

      Justice.

      Era una estupidez recordarlo en aquel momento, aunque fuese el protagonista del último recuerdo que tuvo allí. Aunque lo fuese del noventa por ciento de su infancia. Con total seguridad él no estaría en el pueblo. Recordaba las conversaciones que habían tenido y, en la mayor parte de ellas, él le había insistido en las ganas que tenía de salir de su población natal. Recordaba las discusiones entre ambos por aquel tema, cuando apenas tenían nueve y diez años de edad. Gina quería quedarse allí; Justice, marchar y buscar aventuras en alguna gran metrópoli.

      Recordar sus ojos grises, sus mejillas pecosas y su mirada entornada y ladeada cuando sonreía le produjo una extraña sensación en el estómago.

      Sí, definitivamente era estúpido recordar a Justice en ese momento. Sobre todo, cuando tenía tantísimo por organizar.

      —¿Qué haces? —le sorprendió la voz de William a su lado.

      Un segundo más tarde su amigo se acomodaba en una silla, junto a ella. Se aflojaba la corbata y posaba una mano sobre la suya en la mesa.

      Gina se quedó mirando sus manos unidas un momento. William era una de las pocas personas con las que tenía contacto físico. Ella no se prodigaba en afectos y demostraciones de cariño con los demás, pero Will la conocía bien. Habían sido pareja hacía un par de años y, aunque su relación no funcionó, siempre serían amigos. Él sabía cómo era. Sabía leer sus expresiones y le había demostrado siempre su apoyo. Por eso era tan difícil estar junto a él en ese momento, cuando se sentía embargada por sensaciones tan contradictorias e inesperadas. Notaba que estaba perdiendo el control, cuando se esmeraba porque cada aspecto de su vida se mantuviese en su sitio, bajo su lupa.

      —¿Cómo te sientes?

      —Hoy lo importante es saber cómo os sentís Didie y tú —contraatacó Gina intentando desviar la atención de sí misma.

      William sonrió y cabeceó, negando.

      —No vas a cambiar nunca, ¿verdad? —le dijo sonriendo.

      —Espero que no —contestó devolviéndole una sonrisa cansada.

      —Bien, pero esto no te va a servir. Nosotros estamos bien. Es el día más feliz de nuestras vidas, o casi, porque sabemos que nuestra amiga no está tan bien como nosotros y no puede compartir nuestra felicidad.

      —Comparto vuestra felicidad. Soy muy feliz por vosotros.

      —Pero tu abuela…

      El aire se volvió espeso para Gina de repente.

      —Gina,