actitud ante la vida.
Estas dos imágenes contienen los mismos elementos, una escalera, una puerta y una pared. Las diferencias de colocación, del ángulo de la toma, del tono de los escalones harán que nos mostremos más conformes con una u otra. Cada fotógrafo justificará su decisión, argumentando en función de distintas consideraciones. La verdad es que sus sensaciones harán que elija una en detrimento de la otra según predomine su cerebro izquierdo o derecho.
Óptica de 18-55 mm 1:2.8 a f/5,6 durante 1/20 s con ISO 200
Y el problema es que la comunicación entre ambas partes de nuestro ordenador central está poco cableada. Para manejar nuestro equipo necesitamos que nuestro hemisferio izquierdo haga su parte y el derecho la suya. Saber si la profundidad de campo es la adecuada depende del contexto, del lado derecho, saber a qué botón darle para cambiarla del izquierdo. Interpretar un rostro y su expresión es tarea del derecho, pero analizar detenidamente la luz del flash que incide sobre su nariz y saber modificar su potencia y las sombras que proyecta es función del lado contrario.
Este es el motivo por el que algunos fotógrafos son muy técnicos y les cuesta mucho expresarse de forma clara, mientras otros tienen una faceta muy artística pero con graves carencias en cuanto a la calidad de la toma. Es imprescindible manejar con soltura la cámara, entender la parte teórica y practicar cada parámetro que tengamos disponible hasta que su uso sea mecánico, como el aprender a conducir. Llega un momento que nuestro cerebro usa la cámara como una extensión de nuestra mano y eso nos permite analizar los elementos realmente importantes de la escena: las características de la luz, la distribución de los elementos, la expresión de un retrato, la forma en que ilumina un flash… Si nuestras fotos salen quemadas, trepidadas, desenfocadas y no podemos solucionarlo mecánicamente, hemos de dedicar parte de nuestro tiempo fotográfico a realizar ejercicios con la cámara que nos permitan avanzar en esta dirección. Mientras toda nuestra energía se dedique a resolver problemas del equipo, nuestro hemisferio izquierdo estará tan ocupado que el derecho no podrá observar si estamos cortando los pies de la persona, o tiene una fea rama saliendo detrás de la cabeza, o un coche de color llamativo en el borde del encuadre. La mayor parte del contenido de este libro se basa en intentar que el hemisferio derecho cumpla con su trabajo de conseguir plasmar lo que sentimos, pero para eso hace falta un esfuerzo deliberado para saber lo que realmente nos interesa transmitir.
La soledad es buena consejera
El cerebro se comunica con nosotros y nos puede indicar que hay una buena imagen. Para escucharlo es mejor estar solo, sin necesitar responder a preguntas, atender a otras personas o tener un horario que cumplir. Algunas imágenes nos asaltarán por su evidencia, las detectaremos de inmediato por su fuerza. Pero la mayoría de nuestras fotos tendremos que asaltarlas, conquistarlas poco a poco mediante el método de ensayo y error. Para poder estar seguros de que hemos agotado nuestra capacidad es mejor estar trabajando y no charlando animadamente sobre nuestra próxima compra de material fotográfico.
Encontré esta escena en Marruecos, se trata de un veterinario comprobando la salud del ganado. Di varias vueltas por los alrededores intentando encontrar una composición que pusiese orden entre los distintos elementos. Al final caí en la cuenta de que la sensación de caos de esta cuadra era lo que me había llamado la atención. Opté por una imagen en la que todo gira en torno a la vaca, punto central de la foto, al que se dirigen casi todas las miradas. A veces lo difícil es analizar qué es lo que nos induce a tomar una imagen.
Óptica de 18-55 mm 1:2.8 a f/5,6 durante 1/80 s con ISO 200.
Analiza los atractores visuales
En una imagen suele existir algún elemento que atrae de inmediato la atención, a esto le llamo un atractor visual. Puede ser la parte más clara de una foto oscura, la más oscura de una clave alta, una mancha de color complementario al fondo, una zona enfocada frente a otra desenfocada… tenemos recursos variados para atraer la atención, en función de nuestro vocabulario compositivo y del mensaje final, como iremos viendo en los capítulos sucesivos.
Existen ciertos atractores visuales que podemos denominar biológicos. La nuestra es una especie social que posiblemente ha desarrollado su inteligencia a medida que los grupos se hacían más grandes. En este contexto de agrupaciones cada vez más complejas se hace muy importante conocer las intenciones de los demás. Las neuronas espejo han evolucionado precisamente para entender cómo se sienten los otros miembros de nuestra especie y por extensión las de otras a las que atribuimos nuestra forma de sentir. Algunos elementos de una escena llaman más nuestra atención, bien sea porque estimulan más nuestras emociones o porque culturalmente esperamos más información de ellos.
Como consecuencia si en una imagen aparece un rostro intentaremos desentrañar lo que sus ojos y músculos de la expresión están comunicando. Miraremos en la dirección en que se encaminan sus ojos sin poder remediarlo. Y cuando en esa trayectoria apenas quede espacio nos sentiremos un poco enclaustrados. Esta forma de sentirnos atraídos por la mirada es consustancial al ser humano y no podemos evitarla, por eso es una constante en el arte de todas las culturas. Se ha simplificado bajo el nombre de la regla de la mirada. Quizá el nombre de regla no sea muy afortunado, pero nos permite jugar con la sensibilidad del espectador en función del espacio visual del retratado. Además la inmensa mayoría de los retratos no intentan crear tensión, si no que tratan de mostrar la cara más tranquila y amable del retratado, de ahí que cumplir la “regla” de la mirada sea más frecuente en las tomas convencionales.
Desde luego el cuerpo humano, en especial el rostro, será un atractor visual para la inmensa mayoría de las personas. Nuestro cerebro tiene zonas dedicadas exclusivamente a reconocer caras. Nos cautivarán los ojos de otros animales, especialmente los mamíferos que comparten algo de nuestra forma de sentir, especialmente los más sociables como un perro, un delfín, un chimpancé… Sistemáticamente nuestro cerebro extrapolará a estos rostros las características humanas similares. Igualmente lo hará con especies mucho más alejadas biológicamente como los insectos o los peces y con objetos inanimados cuando tenemos ocasión. Por eso es fácil ver caras en las formas de las nubes o en meras manchas de humedad en la pared e incluso atribuirles sentimientos; nuestro cerebro no sabe estar mucho tiempo sin elaborar pensamientos.
El rostro de este regatista llama de inmediato la atención, analizamos su rostro y postura corporal y luego continuamos la observación por otros elementos, la vela y el fondo. Elegí a este participante en concreto porque el color cian del pantalón es el complementario del rojo del chaleco y de los adornos de la vela. La niebla que difumina los contornos oscuros del fondo ayuda a identificar al sujeto, mucho más nítido y contrastado.
Óptica de 70-200 mm 1:2.8 a f/4 durante 1/1600 s con ISO 400.
Hay una serie de atractores visuales que podemos denominar culturales ya que dependen de nuestro saber. Si retratamos a un relojero en su taller, es muy posible que un amante de los relojes se sienta más atraído por un modelo raro que está encima de la mesa que por el propio artesano.
Nuestra curiosidad ante una imagen determina la manera en que nuestro cerebro la gestiona. No olvidemos que nuestro órgano de visión es el cerebro y es este el que ordena al ojo los puntos en que ha de detenerse y cuándo ha de abandonarlos. El recorrido visual que hacemos de un paisaje, por ejemplo, es distinta si estamos buscando algo, a alguien o deseamos recabar una información concreta sobre el tipo de árboles que lo pueblan.