Entrecerré los ojos y escuché un buen resoplido por parte de Angelines, que llegaba hasta nosotros y se sentaba a mi otro lado.
—Estoy hecha polvo —anunció. Se tiró de espaldas y apoyó su antebrazo en el escalón.
—¿A ella sí le haces caso? —Ma arqueó una ceja.
La Apisonadora levantó la cabeza, la contempló y le preguntó:
—¿Y a ti qué coño te pasa?
—Le pasa —Kenrick se puso de pie— que no sabe adónde voy a llevarla de viaje de novios mañana. Peeero ¡aquí tengo la sorpresa! —Con una sonrisa de oreja a oreja, le entregó el sobre, imaginé que con el nombre del famoso destino que no nos había querido decir ni muerto.
De repente y sin esperarlo, un carraspeo se escuchó en la entrada de la casa y todos asomamos la cabeza a la vez en busca del causante de esa voz.
No podía creérmelo.
Angelines dio un paso tan temerario que al hombre le temblaron las gafas de sol.
—¿Qué cojones haces tú aquí? —espetó con muy malas formas.
—Eso, ¿qué coño haces aquí? —La seguí, soltando el taco de folios sobre el césped y tirando el lápiz con furia.
Cuando miré hacia atrás, vi que Kenrick sujetaba a Ma y esta volvía a sentarse en el escalón, haciéndole caso. Pepe Toni, con la cara pálida y tragando visiblemente el nudo que tenía en la garganta, habló casi en un susurro. Y lo hizo tan tan bajo porque la puerta de casa se abrió y tras ella salió un dios rubio con cara de pocos amigos y sin camiseta. Todo había que decirlo.
—Ho… Hola… —tartamudeó—. He venido a entregarte esto del…, del… juzgado. Es sobre…, sobre…
Patrick le arrancó el papel de la mano con un simple manotazo, sin abrir la puerta y sin quitarle los ojos de encima. Pepe Toni temblaba más que una gelatina.
—Es una citación. —Se calló y su cara se transformó—. El hijo de puta os ha denunciado también. —Al ver que ninguna decíamos nada y nuestros rostros mostraban confusión, habló—: Christian os ha denunciado a vosotras por falso testimonio. ¡Esto es increíble!
Sacó su teléfono del bolsillo y marcó un número con rapidez. No tardó ni dos segundos en sacar su vena alemana y habló como si estuviese ladrando. Su abogado era el que estaba llevándonos el tema de la denuncia, e imaginé que su cabreo monumental se debía a que no nos había notificado sobre dicha denuncia.
—Ya puedes largarte, Pepe Toni. Por hoy has hecho suficiente.
El tono de Angelines tampoco era muy conciliador que se dijese, y yo, como siempre me decían mis amigas, era la medapenatodo. Me fijé en sus ojos a través de los cristales claros de sus gafas de sol. Los tenía apagados, miedosos y muy tristes. Sentí una pena infinita. No entendía el motivo de mi personalidad algunas veces. Él había jugado con las tres. Conmigo, joder.
—¡Eh, tú, gilipollas! Antes de irte. —La voz de Ma me sobrepasó en la oreja derecha—. ¿Te has arreglado la paleta? Ya por curiosidad.
Escuché un breve quejido de la garganta de Pepe Toni. Tan breve como desgarrador.
Tampoco entendí el motivo, pero me encontré fuera de mí en un segundo. Supuse que los nervios, el estrés, las correcciones hasta altas horas de la noche, la búsqueda de otro trabajo, los pagos mensuales, la casa de locos que nunca dormía… Me vi en la necesidad de pararme a meditar, descansar la mente y abandonar el cuerpo. Me aparté del grupo y olvidé las miradas y las puntadillas, aunque no pude evitar fijarme en cómo el poli se marchaba sin mirar atrás, con los hombros temblando. ¿Dónde estaba el José Antonio que un día conocimos? El chulo, el arrogante, el duro y sexual José Antonio. Parecía haberse extinguido.
Giré la esquina donde minutos antes me centraba en corregir y, antes de que pudiese encontrar mi sitio de paz, oí un gritó tan alto como revolucionario; más que yo:
—¡¿A Marruecos?! ¿Tú estás tonto o qué? ¡Olvida todas las cosas bonitas que te dije el día de la boda! ¡No pienso ir a Marruecos ni muert…! —La cólera de Ma se desató, seguramente porque habría abierto el sobre.
Mira que le habíamos dicho infinidad de veces a nuestro militar que nos consultara el viaje antes de pagarlo.
—Marisa… —la advirtió su marido con reproche.
Y, como por arte de magia, ella se calmó. Bueno, respiró muy fuerte, cerró los ojos, se tocó la barriga, volvió a abrirlos y los enfocó en su marido. Inspiró, exhaló, inspiró, exhaló, inspiró, exhaló… Miró su panza con cara de «Esto lo hago por ti y por mi matrimonio», y entonces dijo muy bajito, con pausa y serenidad:
—Está bien. Está bien. Nos vamos a Marruecos. Si tú lo quieres así, nos vamos. No pasa nada. Me gusta Marruecos. Marruecos es muy bonito. Claro que sí.
Parecía una puta loca.
—No te lo crees ni tú —se escuchó a Angelines por detrás.
—¡Cállate, coño! Estoy intentando convencerme. ¡No me toques la seta!
Angelines pasó por mi lado, dejándola por imposible, Ma se metió en casa y Kenrick se marchó con Boli y Roberto a tirar la basura. Lo último que atisbé antes de que desapareciese fue una sonrisa en sus labios, sabiéndose ganador el muy rufián. Había puesto los huevos sobre la mesa, o sobre el asiento del avión, y desde entonces a Ma, por muy hormonada que estuviera, se le habían bajado los humos.
Dejé el manuscrito sobre los escalones, me desaté la cuerda del pantalón de deporte y me lo bajé sin miramientos. Patrick descendió las escaleras gruñendo por teléfono, me echó un breve vistazo y se encaminó hacia su novia. Yo, impasible, di unos pasos hasta llegar al borde de la piscina, muy cerca de Alejandro, y me senté mirando el agua.
Extrañado por mi comportamiento, me contempló. Notaba sus ojos clavados en mi espalda. Cerré los míos con fuerza, elevé mis manos un poco y junté mis dedos pulgares con los índices, cada uno en su respectiva mano. Las levanté un poquito, dejándolas suspendidas. Con la flexibilidad que mis padres me habían dado, crucé mis piernas, colocando la derecha sobre la izquierda, y apoyé los codos sobre ellas. Espalda recta, mentón al frente, cuerpo relajado. Lo que venía siendo una postura de meditación total.
—¿Por qué se queda en bragas? —escuché a Alejandro en un susurro mientras daba algún golpe en los guantes de Angelines.
Juraría que sus ojos no dejaban de mirarme, los sentía. Y no hizo falta jurar nada, pues mi amiga me sacó de dudas:
—Alejandro, aquí. Si no giras la cabeza hacia mí, voy a partirte la mandíbula en un segundo, y te darás cuenta cuando entres por la puerta del hospital de Torrecárdenas.
—Estoy atento —gruñó.
—No. Estás más pendiente de las bragas rojas de encaje que lleva tu vieja.
El corazón me latió rapidito al escucharla. ¿Por qué le había dicho eso? ¿Acaso habían hablado de mí? No podía ser que Angelines no me lo hubiese contado. Tenía que preguntarle. Me lo anoté mentalmente y la meditación se fue a la mierda con tal de escuchar lo que decían entre golpe y golpe. Tuve que agudizar el oído para conseguirlo, así que puse todo mi empeño. Mientras tanto, fingía que no apreciaba nada.
—No es mi vieja. ¿A qué viene eso?
—Venga ya, Alejandro. Que se os ve el plumero.
—¿De qué habla esta?
Supuse que Hulk le había preguntado a Patrick, porque él le contestó:
—No lo sé. Tú eres su best friend, brother —le dijo el alemán con tonito de guasa—. Así que tú sabrás qué le has contado o qué no para que eche esa imaginación. Además, te recuerdo que aquí el único asombrado por ver a Anaelia meditar en bragas