Joaquín Algranti

La industria del creer


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que las esgrimen. Las zonceras bien pueden ser de autoridad cuando se las pronuncia desde lugares de autoridad –lo cual suele ocurrir la mayoría de las veces–, como la academia, la iglesia, el partido o la escuela. La astucia de Jauretche (2008: 13) consiste en reconocer en la “escolástica de los antiescolásticos”, es decir, en las formas de conocimiento deductivistas y apriorísticas que parten de leyes generales para entender hechos propios, la inclinación a producir zonceras a la hora de aprehender el medio social. Este punto de vista invertido –que va de lo abstracto a lo concreto– encuentra un principio de explicación en el modo en que la Argentina ingresa a la primera modernidad a principios del siglo pasado. Se imponen entonces las condiciones de posibilidad y reproducción de una situación que es calificada de “colonial” al ser fuertemente dependiente –en un sentido económico, político, jurídico, pero también y sobre todo cultural– de los centros externos, como demuestran tempranamente las investigaciones de Raúl Scalabrini Ortiz (2009: 42-47). En términos epistemológicos, el colonialismo de las zonceras consiste en transportar sin mediaciones el punto de vista externo, sus verdades demostradas y diagnósticos generales, a la realidad local, renunciando a una comprensión que podríamos describir como genética, inductiva e histórica de la sociedad argentina. Es una crítica a las formas sociales del conocimiento, especialmente aquellas vinculadas a la escolástica de los académicos, en condiciones de dependencia.[11]

      En lo que respecta al cruce entre religión y economía en nuestro país, la principal zoncera que nos interesa explicitar –sin ser la única– es la que involucra las denominaciones evangélicas en oposición al catolicismo. Las líneas rectoras del punto de vista externo, que algunos estudios locales replican sin más, plantean que los protestantes históricos que llegaron al país durante la segunda mitad del siglo XIX son portadores, por razones culturales, de un ethos liberal, modernizante, afín con los requerimientos motivacionales (como el ahorro, el uso ascético del tiempo, la voluntad de pago, la disposición al trabajo, la búsqueda de prosperidad, etc.) de un capitalismo emergente. Esta fuerza religiosamente modernizadora de la región, en sintonía con patrones externos de desarrollo, se encuentra con una férrea resistencia cultural que extiende el catolicismo tanto en el nivel de las prácticas cotidianas como en las articulaciones políticas que los vinculan con el Estado y las instituciones públicas. Las imágenes y los hábitos católicos son asociados, entonces, a un refugio de tradicionalismo, de relaciones clientelares, de patronazgo, atadas a la figura fuerte del caudillo y a una ética de resignación en la pobreza. La renovación protestante que emprende el neopentecostalismo y que crece en América Latina se entiende más como una continuidad que como una ruptura del núcleo tradicional que sumerge a la región en el subdesarrollo mientras encuentra nuevas formas de expresión religiosa. Aquí el aporte neopentecostal es del orden de la innovación en el uso de los medios técnicos, sumado a una “teología de la prosperidad” que sacraliza el consumo y la riqueza, sin alterar en esencia la naturaleza tradicionalista de las relaciones sociales que definen el vínculo del pastor con su grey. Repasando, el argumento económico-cultural que subyace en esta zoncera consiste en asumir sin problematizar y mucho menos demostrar que: 1) los protestantes históricos –trasplantando mecánicamente la hipótesis weberiana– son un elemento dinamizador del capitalismo, en cualquier tiempo y lugar; 2) en contrapartida, la influencia católica es un agente de subdesarrollo de la región, y 3) la expansión evangélica de las últimas décadas toma del capitalismo tardío el goce sensual del consumo y el lenguaje del espectáculo, conservando pautas tradicionales de relación entre el individuo y el grupo.

      Se desprende de estas premisas que la Iglesia Católica, al no innovar técnicamente en las formas del culto y los medios expresivos, no establece un vínculo duradero con la esfera económica; se encuentra ajena a los asuntos del mercado y las formas dominantes de producción. En contrapartida, y producto de la aplicación religiosa de la tecnología en casi todas sus formas, las prácticas neopentecostales están siempre sospechadas de montar un espectáculo con fines económicos, el negocio del “evangelista-hipnotizador” –para utilizar la caracterización azonzada y “azonzante” de Roland Barthes (2003: 100-104)– que engaña, confunde, estafa, manipula, toma ventaja de un público incauto, siempre apoyado en la industria cultural. La verdad de la espontaneidad religiosa es una fórmula económica que la explica como puesta en escena, inversión y ganancia calculada. No sólo los evangélicos son tematizados en estos términos sino también, y bajo variaciones del mismo esquema, otras minorías como las religiones afro-brasileñas, ciertas prácticas populares –pensemos, por ejemplo, en la figura de los curanderos y videntes– o algunas expresiones alternativas –éste fue el caso de El Arte de Vivir y Sri Sri Ravi Shankar– cuando entran en la agenda mediática.

      Nuestro interés, claro está, va por otro camino, ya que nos proponemos entender de qué manera ciertos agentes productores, algunos de ellos eclesiásticos y otros laicos, gestionan distintas estrategias a la hora de relacionarse con las formas económicas de su tiempo con el fin de fabricar mercancías religiosamente marcadas. Católicos, protestantes históricos y neopentecostales a quienes se incorporan, a su vez, expresiones alternativas y otras propias del espacio judaico, participan de nuestro estudio sin ánimos de clasificarlos bajo el esquema clásico del paradigma de la modernización –pautas modernas o tradicionales– ni en los términos de un negocio oculto disimulado en los motivos espirituales. Por el contrario, las casas editoras y sus productores ponen en juego una ingeniería simbólico-interpretativa para producir fórmulas de éxito –libros, revistas, música, películas, etc.– que son artificiales y espontáneas al mismo tiempo. Es este cosmos, el de la religión y sus cosas, el que ocupa la atención de los distintos artículos que componen el libro. Veamos de qué se trata cada uno de ellos.

      El libro como proyecto

      Sobre la base de las precisiones conceptuales anteriores, podemos realizar una caracterización del proyecto que enmarca el libro, ahondando en las secciones y los temas de cada capítulo. Es preciso comenzar señalando que el trabajo de campo fue iniciado a fines de 2009. En un principio incluyó entrevistas en profundidad, registros y lecturas de documentos de las editoriales San Pablo, Paulinas, Bonum, Ágape, Peniel, Certeza Argentina y Kairós. Es preciso aclarar que no en todas las editoriales se aplicaron las tres técnicas de recolección de datos. Se entrevistaron especialmente directores, encargados de áreas o departamentos y, en menor medida, vendedores y autores católicos y evangélicos vinculados a estos sellos. En un segundo momento que se inicia a fines de 2010 en el marco del proyecto PICT financiado por la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica fueron incorporadas nuevas editoriales evangélicas de los Hermanos Libres y de otros grupos religiosos como Kehot y Deva’s, para el mundo judío, y las formas de espiritualidad alternativas respectivamente. Esta etapa se caracteriza por el trabajo grupal donde coinciden investigadores del Conicet, becarios doctorales de la misma institución –algunos de ellos con sedes de trabajo en distintas partes del país, como reflejan los artículos– y estudiantes avanzados de la carrera de sociología de la Universidad de Buenos Aires y El Salvador.

      El proyecto del libro cobra forma a través del trabajo articulado sobre cuatro dimensiones de análisis que ordenan el estudio de distintas unidades productivas que componen el espacio de las industrias culturales religiosas. Aunque el núcleo central del proyecto gira en torno a las editoriales como principales agentes de producción cultural, los sucesivos avances nos llevaron a extender las indagaciones, bajo un criterio de complementariedad y afinidad temática, hacia otros circuitos como las radios, las productoras musicales, las bandas emergentes y la organización de eventos convocantes. Cada uno de estos espacios fue reconstruido sobre la base de la consideración de al menos una de las siguientes dimensiones de análisis:

       La primera obedece a la historia, es decir, a la reconstrucción genética de los agentes-productores que se estudian en cada uno de los artículos y los entramados de relaciones más amplios en los que se insertan durante su desarrollo hasta alcanzar en la actualidad una estructura y una posición determinada. La historización del objeto nos permite captar el punto de cruce entre las configuraciones religiosas y económicas con sus diferentes legalidades.

       La segunda dimensión corresponde a la morfología,[12] es decir, al modo específico de anclaje territorial de las organizaciones estudiadas. Así como la historia nos brinda una idea de desarrollo