Joaquín Algranti

La industria del creer


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y saber si se trata de una mercancía de impronta católica, evangélica, judía o propia de las grandes religiones de Oriente.

      Se trata en definitiva de toda una cultura material de signo religioso que, según cómo se la mire, parece por momentos que se construye de espaldas a la sociedad en franca ruptura con sus valores, sus símbolos y posibilidades de expresión. Éste es el caso, por ejemplo, de los materiales que tematizan desde un discurso de iglesia los modos correctos de vivir, ajustando los distintos planos de las prácticas sociales –el matrimonio, la sexualidad, la salud, la educación, el trabajo, el uso del tiempo, la recreación, el ocio etc.– a una regla explícita de convivencia que se aparta de las formas seculares. Si nos corremos de la esfera literaria, es posible reconocer homologías con otros espacios de producción cultural, como el mundo social del rock cristiano que explora Mariela Mosqueira en el presente libro. No obstante, variando el punto de vista, podemos captar la imagen opuesta de una industria religiosa que se esfuerza constantemente por aprender y traducir en sus términos las formas culturales emergentes. Así lo entiende una consumidora de música cristiana a la hora de comparar las similitudes y las diferencias de la oferta cultural evangélica con la del “mundo”.

      [La banda argentina de power metal cristiano] Boanerges a mí me encanta porque a mí me gustaba Rata Blanca. Y, como te decía: yo al principio criticaba un poco que sean iguales… ¿no pueden crear otra cosa? Pero después decía ¿cómo hace alguno que a lo mejor le gustaba Luis Miguel y no quiere dejar de escuchar Luis Miguel, pero te termina deprimiendo?… y bueno, hay un Luis Santiago que no es lo mismo, pero… De los Enanitos Verdes es Puerto Seguro. Mike & Desafiados, los Redondos, igual la voz, todo. Entonces yo al principio como que los miraba con una mirada crítica y después dije bueno… si te gustaba tal banda y ahora no la podés escuchar, no porque se te prohíba, pero te termina haciendo mal; bueno tenés una [banda] cristiana que es lo mismo, pero bueno… (Alejandra, operadora de radio Gospel)

      “Lo mismo, pero bueno” podría ser la fórmula, la operación, que sintetiza un modo –entre otros– a partir del cual las imágenes religiosas y sus industrias se orientan frente a las formas culturales de la sociedad. Es la orientación que se propone traducir parte de la oferta existente en términos evangélicos, siguiendo la cita de Alejandra, aunque sería posible encontrar ejemplos similares en formatos musicales católicos (es el caso de El Padre César y los Pecadores), judíos (con la banda Atzmus) y alternativos (si pensamos en Indra Mantras o So What Project). Por ahora, a los fines de la introducción, nos basta con señalar las dos orientaciones que traccionan internamente la industria cultural de lo sagrado en direcciones en principio opuestas, como son las tendencias a romper con las expresiones del “mundo” o el impulso a imitarlas, readaptándolas a sus propios objetivos. Si elegimos como subtítulo esta última, es porque representa el vector dominante de nuestra época a la hora de fabricar bienes religiosamente marcados y casi todos los artículos que componen el libro son, al menos en un sentido, variaciones sobre la lógica de “lo mismo, pero bueno” en diferentes productores. Cabe destacar que existen matices entre las políticas culturales que presentamos esquemáticamente y no es siempre sencillo distinguirlas de manera tajante. Habiendo hecho las aclaraciones correspondientes, avancemos entonces sobre la naturaleza de la investigación que presentamos en el libro, precisando nuestro objeto de estudio.

      Es importante desilusionar un poco al lector explicitando aquellas zonas que el libro no cubre, ni intenta, bajo algún artilugio literario, pretender que lo hace. No es éste un libro sobre las prácticas de consumo de mercancías religiosas que ponen en juego los creyentes –potenciales y efectivos– a la hora de relacionarse con la cultura material que habilitan sus grupos de pertenencia. Esta rama de estudio, asociada en principio a la antropología inglesa con Mary Douglas y Daniel Miller, que cuenta a su vez con referentes latinoamericanos en las academias brasileñas (Belchior de Mesquita, 2007; Pinheiro-Machado, 2007) y argentinas (Rosato y Arribas, 2008), por nombrar sólo algunos casos, no forma parte de nuestras indagaciones. Por eso, el modo en que los objetos de cultura –pensemos puntualmente en los libros, los DVD, la música, las imágenes, las estatuillas, las terapias etc.– son elegidos, comprados, la forma en que se prestan, intercambian, recomiendan y descartan, representan un área de estudio en sí misma sobre la cual es imposible para nosotros ofrecer resultados concluyentes, más allá de algunos señalamientos tangenciales que se desprenden de los artículos.

      Tampoco se trata de un estudio dedicado a analizar, en primera instancia, los contenidos precisos de los objetos culturales en cuestión. Esto significaría, entre otras cosas, explorar los géneros discursivos de los materiales escritos, analizar las letras y melodías de las canciones, su relación con la cultura popular (Semán y Gallo, 2008), captar la estructura de los símbolos y las temáticas dominantes de las películas, los documentales y los programas televisivos (Renold, 2011: 79-103) o comprender los principios que fundan la especificidad terapéutico-religiosa de los bienes de salud ofrecidos (Idoyaga Molina, 2002; Saizar, 2009; Bordes, 2012). En fin, el estudio del contenido y su tratamiento suponen trabajar con los significados que condensan los productos culturales. Los artículos del libro apelan diferencialmente, y cuando la economía del argumento lo requiera, a este nivel de análisis sin otorgarle un lugar central.

      Cabe preguntarse, entonces, cuál es el objeto de un libro sobre mercancías religiosas que deja de lado las prácticas de consumo y subordina el estudio de las formas simbólicas que se derivan de sus contenidos. La respuesta es sencilla. Nuestra investigación hace foco en el pequeño-gran mundo de los productores de bienes culturales que fabrican mercancías –espiritualmente marcadas– para un sector específico del mercado. Aquí se destaca fuertemente la industria editorial como un complejo productivo con historia dentro de las distintas religiones. Por eso, la figura del editor y su equipo ocupa buena parte de las preguntas de nuestro trabajo. Sin embargo, serán abordados también otro tipo de productores relacionados, por ejemplo, a la música (una banda new metal de impronta jasídica y otra de reggae cristiano), los programas de radio evangélicos, los cursos de El Arte de Vivir, los cuadernillos de capacitación en bioética católica, la publicación de un diario confesional (El Puente), la oferta cultural de productoras evangélicas y la figura del autor consagrado que representa Bernardo Stamateas.

      Nuestro interés en la cultura material del universo religioso responde a una clave específica: la de los productores y sus industrias. Son ellos, sus selecciones y apuestas, los que actualizan, por ejemplo, la fórmula de “lo mismo, pero bueno” en su política de producción de mercancías, mientras otros eligen conservar la distancia respecto de las formas culturales de la sociedad. Avancemos ahora sobre un aspecto central de nuestro estudio vinculado a los modos complejos de relación entre el individuo y el grupo social.

      ¿Qué significa creer?

      Las mercancías religiosas median, muchas veces, el modo en que las personas se relacionan con una tradición o un corpus de creencias. Pensemos en ejemplos concretos: una madre que le regala un rosario o una medalla de la Virgen a su hija; un matrimonio que, aunque distanciado del catolicismo, decide bautizar a sus hijos “por las dudas”, con su consecuentes festejos y regalos con motivos espirituales; la persona que recibe de un pastor una Biblia en miniatura o un libro suyo después del primer culto; la recomendación, tal vez seguida del préstamo, de un producto de aromaterapia que sirve para armonizar la energía o la invitación a escuchar una banda como cualquier otra, con la diferencia de que esta reúne música, yoga y meditación, como es el caso de So What Project y se presenta a su vez en una yoga rave. Cada uno de estos casos más o menos cotidianos pone en evidencia que, en tanto nudos de relaciones, los objetos de cultura vehiculizan formas de vincularse con lo sagrado a través del consumo. Sin embargo, el problema de las creencias no es un problema sencillo, dado que se encuentra ligado a tres formas sostenidas del error o, mejor dicho, de reduccionismos que a nuestro entender dificultan el modo de abordar el fenómeno. Expliquemos brevemente estos aspectos tal vez obvios para el estudioso de la materia, pero necesarios para introducir los problemas que nos ocupan.

      El primero de ellos es el discurso sobre la interioridad, es decir, sobre la vida interna de las creencias donde la fe aparece vinculada exclusivamente a la expresión de lo más íntimo de la persona, aquella “verdad más verdadera” que le otorga sentido y razón de ser a la experiencia del hombre en el mundo. Creer o no creer –en