creer es comunicación, ellos son una rueda motriz del creer y lo diversifican, lo dialectizan. Cuán importantes y con qué consecuencias es algo que consideraremos más adelante. Todos los análisis empíricos del libro nos muestran que entre la iglesia oficial y los productores culturales hay aunque sea un mínimo de diferencia que implica que ellos producen desde otra posición. Y, además, mi propia experiencia de investigador es que muchos creyentes asumen antes las verdades de la industria cultural que las oficiales de la iglesia (incluso sin ser muy periféricos a su organización, como el caso de muchos católicos que reelaboran fuertemente su fe a la luz de la literatura de autoayuda a través de autores que circulan con alguna legitimidad en el mundo católico). Los productores culturales pueden tener una posición específicamente diferenciada en la producción del creer y como esa producción no es sin target ni sin efectos se entiende que los productores culturales no son parte de un organigrama piramidal que los disponga como mera polea de transmisión. En esta investigación lo que se ve es que, incluso en el caso de los que menos autonomía tienen, no dejan de ser un foco específico de irradiación de sentidos sobre la religión. Las realidades sociales no son mecanismos, pero si lo fueran los productores culturales deberían ser concebidos como una rueda que gira excéntricamente respecto de otras ruedas mayores, imponiendo al conjunto del mecanismo algo de su propia forma de girar.
Por la vía de la deducción teórica se confirma lo que mencionamos como un hallazgo de la investigación: la específica productividad de los productores culturales. Pero por esa vía se puede entender mejor otro hecho. Como el proceso de la comunicación es dialógico (en el sentido que lo definimos antes), la actividad de los productores culturales es necesariamente productora de un diálogo en el que se toman y se dan contenidos a la interlocución (obviamente son diálogos que dependen también de relaciones de fuerzas internas, pero el punto es que prescindimos de la posibilidad de una verticalidad absoluta y permanente). Y esto tanto en el sentido en que va de los productores culturales al público como en el sentido en que va de las interpelaciones del “mercado”, la “cultura” y las iglesias a los productores culturales. Los productores culturales, en el creer definido como comunicación y como don, son, como se dice contemporáneamente, “prosumidores”.[3] Vuelcan digerido al público como productores lo que los alimenta como consumidores. Intervienen lo que les llega y hacen circular. Y en ese sentido se entiende que los productores culturales sean productores, siempre, en algún grado, de síntesis entre su propia nutrición y la que les provee su grupo religioso. Así esta definición del creer implica estructuralmente al sincretismo, que es el modo en que se produce cualquier creencia y no, simplemente, un desvío de una normatividad y pureza que alguna vez hayan existido. La noción de sincretismo puede servirnos para iluminar cuánto no somos tan católicos como creemos como nación. Pero debe ser usada con la precaución de no identificar el análisis con las categorías de los obispos y partiendo de que algunas creencias son sincréticas y otras no cuando en realidad todas lo son.
La cuestión va más allá de los productores culturales ya que toda la producción del creer es sincrética, pero baste con subrayarlo a propósito de estos sujetos y sus empresas que definimos como ruedas excéntricas de los mecanismos que producen el creer.
Todo el razonamiento anterior tiene un complemento. Darle lugar a los productores culturales en la producción del creer, y por ende en las organizaciones religiosas, es tensar productivamente la concepción de las organizaciones religiosas. Es otro valor habilitado por la investigación cuyos resultados compila este libro. Ella parte de una posibilidad que se confirma ampliamente. La imaginación sociológica se ha condenado muchas veces a representar las organizaciones religiosas bajo el formato de la pirámide vertical con que el catolicismo se representa a sí mismo. Cuando esta imagen no se confirma surge el recurso a la desinstitucionalización de la religión como si todo aquello que no tuviese el formato católico imaginario no fuese institución. Todo lo que hemos dicho nos ayuda a pluralizar y complejizar nuestro repertorio de imágenes posibles de las organizaciones religiosas. Una conclusión parcial de este movimiento es que el hecho de enfocar a los productores culturales y obtener los resultados que se han obtenido acerca de su productividad, sumado al análisis que hicimos (que los ubica como una de las fuerzas que dinamiza y enriquece el creer), nos está proponiendo el promisorio horizonte de concebir las organizaciones religiosas sin los prejuicios que la sociología adquirió en el conocimiento del catolicismos. Para ser más claros todavía: el paso que incorpora las industrias culturales al análisis del creer despega el análisis de las ciencias sociales de la mirada católica, sobre todo de la mirada obispal del catolicismo, porque nos permite ver a las iglesias desde un punto de vista organizacional más amplio que tiene al catolicismo como caso y no como parámetro.
Las tensiones de los productores culturales y la situación del campo religioso
Algranti señala la existencia de una tensión que atraviesa la experiencia de los agentes que operan en las industrias culturales religiosas. Para algunos de estos agentes se trata de privilegiar las orientaciones religiosas y culturales de la organización religiosa a la que pertenecen. Operan en la necesidad de ajustarse a una doctrina establecida o a unos parámetros limitados para actualizarla, aunque eso no implique ganancias de público y mercado para esos productos e incluso conlleve rechazos de aquellos que son parte de la organización o espacio religioso en que operan, pero no se sienten a gusto con el hecho de que los libros no hagan más que repetir en forma y contenido lo mismo que se ofrece en el culto, por así decir. Para otros agentes culturales se trata de incrementar las ganancias y/o los públicos y por lo tanto de aceptar, dentro de ciertos límites variables y negociables, que se produce cultura orientándose por las exigencias del mercado. Y que para triunfar en el mercado deben hacerse concesiones que implican desvirtuar la ortodoxia y la tradición. El libro en su conjunto nos permite acompañar esta interpretación e incluso presentar un horizonte más amplio en el que esa conclusión se inscribe. Este horizonte más amplio se conecta con los objetivos que planteamos al principio: las industrias culturales operan en la configuración del campo religioso multiplicando sus instancias internas, reforzando tradiciones, pero, también, favoreciendo la emergencia de creencias que se distancian de la tradición cristiana o la renuevan en general favoreciendo consensos transversales sobre los supuestos de la Nueva Era.
Comencemos por dos preguntas que retoman la tensión entre tradición y mercado que viven los productores de las industrias culturales del campo religioso. ¿Hay una misma manera de pertenecer a la tradición y su expresión organizativa en la institución? ¿De qué manera se orientan los productores culturales por y hacia el mercado? Las respuestas a estas preguntas, que es lo que nos hacen saber los capítulos del libro y los resultados de otras investigaciones contemporáneas sobre el campo religioso, llevan a entender que el funcionamiento de las industrias culturales está ligado tanto a una transformación de las formas de organizarse como a un cambio de las formas del creer en el campo religioso. Es que lo que mostraremos aquí es que mercado y tradición, los términos por los que nos hemos preguntado, tienen variaciones y significaciones específicas que organizan las constricciones y los desempeños de los productores culturales de una forma particularmente reveladora. En este contexto podrá observarse el peso y el dinamismo de nuevas articulaciones del creer, de la aparición de nuevas tradiciones creyentes que esta obra nos permite discernir.
Para demostrarlo quiero exponer brevemente tres argumentos adicionales que permiten elaborar la tensión tradición/mercado que afrontan los agentes culturales del campo religioso. Por un lado, el relativo a la necesidad de avanzar en un camino –que sugiere este volumen– que es el de distanciar lo más posible la categoría “organización religiosa” de la categoría “organización católica”. El segundo se relaciona con una observación que atañe a la relación entre el mercado y las categorías de experiencia religiosa. En tercer lugar, en el marco de la conclusión, quisiera referirme a la noción de campo religioso que es precisa para ceñir los fenómenos que aborda este libro.
Organización religiosa es diferente de Iglesia Católica
La proposición que resume el título parece sencilla y obvia. Pero no lo es si se consideran algunos usos habituales en el sentido común y también en las ciencias sociales, incluso las aplicadas a los fenómenos religiosos. Ellos revelan que la distinción entre forma católica de la organización religiosa y organización religiosa tiene dificultades para