pensar. ¿Existió durante el período medieval un pensar libre? ¿Continuó manifestándose el saber hallado por los griegos? ¿Pudo desarrollarse, bajo unas determinadas circunstancias, una filosofía propiamente dicha? Éste es el problema que surge al historiador cuando tiene que enfrentarse a la realidad del pensamiento medieval.
El debate sobre la realidad de la filosofía medieval, que se inició a mediados del siglo pasado, continúa aún, si bien ahora, aceptándose la existencia de esa filosofía, se discute acerca de su naturaleza y características. Son muchas las interpretaciones que sobre ello se han dado, desde la idea de que fue una rebelión contra la tiranía del dogma hasta la opinión de que fue el resultado de una estrecha colaboración entre pensamiento religioso y filosofía griega. No es el momento de entrar aquí en controversia. Basta con saber que sobre ello se discute todavía. A la luz de los textos del período medieval, hoy publicados y ya estudiados, se aprecia tal diversidad de manifestaciones y tendencias que es muy difícil querer reducir a una unidad o a unas cuantas consideraciones generales la realidad del pensamiento medieval. El mismo hecho de que la historia se ocupe de éste muestra que la experiencia del pensar racional se dio en la Edad Media. Hubo filosofía en esta época porque hubo continuidad y supervivencia de la filosofía antigua: los medievales se preocuparon por asimilar, en la medida en que les era posible, la práctica y el saber de las generaciones anteriores. Métodos, temas y esquemas de pensamiento fueron, en gran medida, comunes a antiguos y medievales. Éstos incluso fueron conscientes de lo que hacían: continuar una tarea emprendida hacía mucho tiempo. Diversos testimonios medievales dan cuenta, por su elocuencia, de esta actitud. El árabe al-Kindî escribía en el siglo IX lo siguiente: «Es evidente, para nosotros y para aquellos destacados filósofos de otras lenguas que nos han precedido, que ningún hombre obtiene la verdad –aquello que la verdad merece– por el solo esfuerzo de su investigación, ni que todos ellos juntos la conocen plenamente. Antes al contrario, cada uno de ellos o no ha obtenido nada de ella, o sólo ha alcanzado una parte pequeña en relación a lo que la verdad merece. Ahora bien, si se reúne lo poco que cada uno de ellos ha alcanzado de la verdad, entonces se juntará una parte de un gran valor»[4]. Bernardo de Chartres, en el siglo XII, manifestaba: «Somos como enanos sentados en los hombros de los gigantes, de manera tal que podemos ver más cosas que ellos y más lejanas»[5]. Y Tomás de Aquino afirmaba: «Es preciso amar a aquellos cuya opinión seguimos y a aquellos cuya opinión rechazamos. Unos y otros se esforzaron en investigar la verdad y nos ayudaron en ello»[6].
Cuando se afirma que lo característico de los filósofos medievales fue la interpretación de textos de las auctoritates, hay que recordar que este hecho ya se había dado en la filosofía antigua en su último período. Cuando se sostiene que fue una reflexión desde la razón sobre el contenido de una religión revelada, también es posible encontrar algo semejante en los filósofos paganos del final de la antigüedad. Los medievales asimilaron lo que les llegó de la filosofía antigua y lo expusieron y explicaron desde otras formas del pensar y del hacer que se fueron configurando a lo largo de los siglos medievales. Para comprender la filosofía medieval, no sólo hay que tener en cuenta el ámbito intelectual y cultural en que se desarrolló, sino también aquellas filosofías de la antigüedad que mayor presencia tuvieron en la manifestación de la reflexión filosófica durante la Edad Media. Estudiar los contextos religiosos y culturales en que floreció el pensar filosófico es tarea que compete aquí; no lo es, en cambio, señalar las filosofías griegas que constituyeron el fundamento en que se asentó aquel pensar, las de Platón y Aristóteles, las de Plotino y Proclo, como nombres más relevantes y significativos. Fueron esos contextos los que permiten hablar de filosofía medieval antes incluso de que comenzara propiamente la Edad Media, porque lo que caracterizó al pensamiento de ésta ya había germinado con anterioridad. María Zambrano afirmó que San Agustín fue el padre de Europa, el protagonista de la vida europea. Lo acertado de su afirmación sólo se comprenderá cuando se medite sobre la realidad del pensar en la Edad Media y sobre las distintas manifestaciones que ese pensar tuvo. Pero sin olvidar que en la formación de esa Europa intervinieron otras culturas en las que también fructificó la filosofía. Desconocerlas sería omitir una parte importante de nuestra propia historia; las recordaremos, aunque sea mínimamente, con la excepción del pensamiento bizantino, quizá el que menos presencia tuvo.
He eliminado las biografías de los autores, principales o secundarios, cuyas ideas me han parecido dignas de ser destacadas, en la certeza de que cualquiera que se interese por ellas podrá encontrarlas en otros manuales o en diccionarios de filosofía o biográficos. He incluido al final una muy breve referencia a la filosofía medieval en la Península Ibérica; tómese más como una indicación que como una exposición. En fin, en la bibliografía sólo menciono algunas obras de carácter general; entrar en detalles bibliográficos alargaría excesivamente este libro.
[1] HEGEL: Lecciones sobre la Historia de la Filosofía, trad. W. ROCES, México, FCE, 2.a reimp. 1979, vol. III, p. 104.
[2] Ibidem, p. 106.
[3] Metafísica, I, 2, 982b 11-28.
[4] AL-KINDI: «Sobre la Filosofía Primera», ed. en Rasâ’il al-Kindî al-falsafiyya, ed. M. Abû Rîda, El Cairo, 1950, p. 103.
[5] «Nos esse quasi nanos, gigantium humeris insidentes, ut possimus plura eis et remotiora videre», texto en JUAN DE SALISBURY: Metalogicon, III, 4.
[6] «Oportet amare utrosque, scilicet eos quorum opinionem sequimur et eos quorum opinionem repudiamus. Utrique enim studuerunt ad inquirendam veritatem, et nos in hoc adiuverunt», TOMÁS DE AQUINO: In XII Met., lección IX, n.o 2566.
I
Cristianismo y filosofía
I.1. EL CRISTIANISMO COMO HECHO RELIGIOSO
Mientras que gran parte de los sistemas de pensamiento que surgieron en los últimos siglos de la era precristiana y de los primeros siglos cristianos se presentaron como doctrinas filosóficas, aunque la mayoría de ellas estuvieran impregnadas de doctrinas religiosas, el Cristianismo no se manifestó a los hombres como una especulación filosófica, como un sistema de pensamiento racional. No puede ser considerado, por tanto, como un hecho filosófico en sí mismo, sino como un sistema de creencias o como una concepción de las relaciones entre el hombre y Dios; fue la respuesta dada en un determinado momento histórico a unas necesidades religiosas surgidas en el judaísmo de Palestina. Sus principales ideas doctrinales están formadas por un conjunto de creencias procedentes del judaísmo, a las que se integraron ideas nacidas en otros espacios culturales. Si inicialmente su ámbito de influencia quedó reducido a un grupo de seguidores de su fundador, poco después y por su universalismo confesado comenzó a difundirse por todo el orbe conocido.
Por la expansión que ha alcanzado a lo largo de los siglos, ha contribuido de manera determinante a proporcionar una visión del mundo y una respuesta a muchos de los problemas que el hombre se ha planteado a lo largo de su historia. Dio lugar, igualmente, a profundas transformaciones de tipo social, político e institucional en la vida humana. Por ello, sea cual fuere la valoración que se quiera dar de estos hechos, el Cristianismo debe ser considerado, además de como hecho estrictamente religioso, como uno de los acontecimientos que más han influido en el desarrollo de la historia humana. En tanto que hecho histórico, el Cristianismo generó una dimensión cultural –y no hay que olvidar que la propia Filosofía es otro hecho cultural– que tuvo trascendencia filosófica, no porque él mismo sea en sí una filosofía, que, como se ha dicho, no lo es ni tiene pretensiones de serlo, sino porque, sirviéndose de elementos tomados de la