y el que, como pedagogo, lo conduce a la única salvación de la fe en Dios»[13]. El Logos habla a todos los hombres, considerados como niños, como jóvenes que tienen necesidad de ser educados, para enseñarles el camino de salvación, que no está reservado a unos pocos, sino abierto a todos y cuyo fundamento no es el temor, como en el Antiguo Testamento, sino el amor. La religión que nos enseña el Logos se inicia con la fe, sigue por el conocimiento y la ciencia hasta llevar al hombre, a través del amor, a la inmortalidad. El Logos Pedagogo tiene, pues, una función eminentemente ética, puesto que consiste en educar en las costumbres, preparar el camino hacia el conocimiento, hacia la ciencia, que se desarrolla en el seno de la fe. Clemente estaba afirmando la necesidad de una gnosis verdadera, la cristiana, frente a la falsa gnosis, que no conduce a la verdadera vida.
De Orígenes (+ 253) se ha dicho que fue uno de los pensadores más originales y atrevidos de la Iglesia primitiva, el primer representante más genuino del inicial pensamiento filosófico dentro del cristianismo, habiendo realizado una síntesis filosófica plenamente cristiana. En un principio parece que no compartía con Clemente la misma estima que éste por la filosofía griega. No en vano él, a diferencia de Clemente, había llegado a la filosofía después de ser cristiano, por lo que le parece menos necesaria para la verdad cristiana y se muestre por esa razón menos entusiasta de ella. La filosofía se le aparece como una mala sustituta de la fe; no es indispensable para recibir la revelación divina, pues, si lo fuera, Cristo no habría escogido a humildes pescadores para anunciar su predicación: «A quienquiera examine discreta e inteligentemente la historia de los apóstoles de Jesús, ha de resultarle patente que predicaron el cristianismo con virtud divina y por ella lograron atraer a los hombres a la palabra de Dios. Y es así que lo que en ellos subyugaba a los oyentes no era la elocuencia del decir ni el orden de la composición, de acuerdo con las artes de la dialéctica y de la retórica de los griegos. Y, a mi parecer, si Jesús se hubiera escogido a hombres sabios, según los supone el vulgo, diestros en pensar y hablar al sabor de las muchedumbres, y de ellos se hubiera valido como ministros de su predicación, se hubiera con toda razón sospechado de Él que empleaba el mismo método que los filósofos, cabezas de cualquier secta o escuela. En tal caso, ya no aparecería patente la afirmación de que su palabra es divina, pues palabra y predicación consistirían en la persuasión que pueda producir la sabiduría en el hablar y elegancia de estilo. La fe en Él, a la manera de la fe de los filósofos de este mundo en sus dogmas, se hubiera apoyado en sabiduría de hombres, y no en poder de Dios»[14]. La fe es el camino natural, elemental y fácil de que dispone todo hombre para acceder a la verdad. Una fe que entiende como una mera aceptación de las enseñanzas de las Escrituras. En cambio, la filosofía es el medio de que disponen sólo algunos para alcanzar por sí mismos la verdad. Por ello, como el Cristianismo ya nos da a conocer la verdad, es la única filosofía verdadera, puesto que Dios es el único que enseña una sabiduría que nunca yerra, que nunca queda en la incertidumbre, mientras que las demás filosofías apenas son capaces de alcanzar la verdad en su plenitud.
Pero hay otra fe, adquirida por la razón y sustentada en la misma razón; una fe que es más excelente por estar unida al conocimiento. Esta fe, superior a la fe simple, es la que se obtiene por una investigación que se realiza sobre los principios, por un ejercicio de la razón humana. Orígenes, continuando la labor de Clemente, quiere elaborar una gnosis cristiana, que tenga como presupuesto la fe en las Escrituras. De ahí que señale los diversos sentidos en que ésta ha de ser leída: de la interpretación literal a la alegórica, única que constituye el verdadero conocimiento al desvelar cuanto de oculto y espiritual hay en el texto. Para alcanzar este conocimiento, esta ciencia, es decir, para conseguir la profundización de la fe por medio de la razón, se requiere la ayuda de la cultura pagana, especialmente de la filosofía, en tanto que ésta es formadora de la inteligencia y preparatoria para la ciencia divina: «Si dijeras que apartamos de la filosofía a los que antes la han profesado, no dirías desde luego la verdad… Si me presentas maestros que dan una especie de iniciación y ejercicio propedéutico en la filosofía, yo no trataré de apartar de ellos a los jóvenes; ejercitados más bien como en una instrucción general y en las doctrinas filosóficas, trataré de levantarlos a la magnificencia sacra y sublime, oculta al vulgo, de los cristianos, que discurren acerca de los temas más grandes y necesarios, a la par que demuestran y ponen ante los ojos cómo toda esa filosofía se halla tratada por los profetas de Dios y por los apóstoles de Jesús»[15]. «Pero también decimos no ser posible comprenda la divina sabiduría quien no se haya ejercitado en la humana»[16]. Orígenes, pues, concedió una gran importancia a la filosofía griega. Era la que podía proporcionar la auténtica «vida filosófica». Servía, además, para la perfecta comprensión del sentido oculto de las Escrituras, para la comprensión de la fe, para esa fe superior a la que el hombre debe tender. Orígenes desarrolló una actividad filosófica que significó un impulso enorme en la constitución del pensamiento cristiano.
El esfuerzo por hacer accesible al pensamiento la doctrina cristiana fue continuado por diversos escritores del siglo IV, considerados como los forjadores de una síntesis racional de la doctrina cristiana, presentada como explicación de la realidad y como doctrina de salvación. Contribuyeron al progreso de la teología cristiana y a la consciente asimilación de la cultura griega, hasta el punto de presentar al Cristianismo como heredero de lo que sobrevivía de la tradición griega. Utilizaron, como instrumentos, conceptos elaborados por la filosofía antigua en una religión que tenía como punto de partida el presentarse como revelación dada por Dios a los hombres. Y al pretender racionalizar la fe, se encontraron con la necesidad de enfrentarse al problema de las relaciones entre fe y razón. Y de este planteamiento surgió, para el hombre medieval, la posibilidad de filosofar, porque dieron comienzo al ejercicio cristiano de la razón, un ejercicio que abrió a la razón humana nuevas perspectivas hasta entonces desconocidas. Quien más destacó en este sentido, el que verdaderamente puede ser considerado el maestro de la Edad Media cristiana fue san Agustín.
I.4. SAN AGUSTÍN. EL CRISTIANISMO COMO FILOSOFÍA
Toda la vida de Aurelio Agustín (354-430) fue una constante búsqueda: de la verdad, de la sabiduría, de la felicidad. Su trayectoria no fue más que la lucha de su espíritu por conseguir un mundo de certeza y de seguridad interior. El recorrido que siguió le hizo ver la limitación de la razón humana para alcanzar ese mundo y la necesidad de una fe que sólo halló en la revelación cristiana. El último período de su vida se caracterizó por el intento de comprender el sentido y la significación profunda de esa revelación, única fuente de salvación para el hombre, en la que integraría el saber filosófico por su capacidad para reconocer y abrazar la verdad, la sabiduría, la felicidad en suma.
Recibió la educación propia de la época, la llamada «cultura literaria», consistente en el estudio de los autores clásicos y de la gramática latina. Inició su andadura filosófica de la mano de Cicerón, con la lectura del Hortensius, que le hizo suspirar por la inmortalidad de la sabiduría: «En el año decimonono de mi edad, después de haber comprendido en la escuela de retórica aquel libro de Cicerón, que es llamado Hortensius, fui inflamado por un gran amor a la filosofía, que al punto pensé en dedicarme a ella»[17]. Desde este momento, la actitud filosófica consistió para él en el deseo de conocer la verdad: «Creo que nuestra ocupación, no leve y superflua, sino necesaria y suprema, es buscar con todo empeño la verdad»[18]. Un deseo común a todos los hombres, porque la verdad es universal y patrimonio general de toda la humanidad.
La filosofía es amor a la sabiduría, y la sabiduría no es otra cosa que contemplación y posesión de la verdad: «Si uno se fija, el nombre mismo de filosofía expresa una gran cosa, que con todo el afecto se debe amar, pues significa amor y deseo ardoroso de la sabiduría»[19]. «La misma sabiduría, esto es, la contemplación de la verdad»