de encontrar una respuesta válida está el inicio de lo que llegaría a ser la elaboración doctrinal del Cristianismo, es decir, la «nueva sabiduría», que fue llamada por algunos de sus exponentes con el término griego de «filosofía».
La doble actitud había sido anticipada por el Apóstol Pablo, quien reconoció la existencia de dos clases de sabiduría, una divina, revelada por Dios a los hombres, y la otra humana, adquirida por los hombres. La distinción entre ambas aparece constantemente en sus Epístolas. Al escribir a los Corintios, Pablo describe su predicación, en contraste con la «sabiduría del mundo», como la «sabiduría de Dios»: «¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el literato? ¿Dónde el sofista de este siglo? ¿Acaso no ha hecho Dios loca la sabiduría de este mundo? En efecto, puesto que el mundo no supo, con su sabiduría, conocer a Dios en las manifestaciones de la sabiduría divina, Dios se complace en salvar a los creyentes mediante la necedad de la predicación. Y dado que los judíos reclaman milagros, y los griegos van en busca de la sabiduría, nosotros, contrariamente, predicamos a un Cristo crucificado, objeto de escándalo para los judíos y locura para los paganos; mas para aquellos que son llamados, sean judíos o griegos, un Cristo que es poder de Dios y sabiduría de Dios… Me presenté a vosotros en un estado de debilidad, de temor y de temblor; y mi palabra y mi predicación no se apoyaban sobre los argumentos persuasivos de la sabiduría humana, sino en la eficacia demostrativa del Espíritu y del poder divino, a fin de que vuestra fe no se fundase sobre la sabiduría de los hombres, sino sobre el poder de Dios. Exponemos, sí, la sabiduría a los cristianos perfectos; pero no la sabiduría de este mundo y de los príncipes de este mundo, abocados a la destrucción. Exponemos una sabiduría de Dios velada por el misterio, sabiduría que permanece oculta, que Dios, antes del origen de los tiempos, preparó para nuestra gloria; sabiduría que no conoce ninguno de los príncipes de este mundo»[6].
Para Pablo, el Cristianismo es sabiduría divina, es un «pleno conocimiento de Dios», cuya aceptación y obediencia es descrita como «fe». Frente a esta sabiduría divina está la sabiduría humana, aquella que entre los griegos llegó a ser conocida por el término «filosofía», aquella que «van buscando los griegos». Y parece reconocer un núcleo de verdad en ella, pues admite que la filosofía griega contiene un anuncio de la creencia en un solo Dios. En efecto, en el discurso que pronunció ante los atenienses en el Areópago, dirigiéndose a una audiencia en la que había filósofos, parece adoptar una cierta actitud conciliadora ante la cultura griega: «En Atenas… pasaba el tiempo discutiendo en la sinagoga con los hebreos y con los creyentes en Dios, y en el ágora con todos aquellos con quienes se tropezaba. También discutían con él algunos filósofos epicúreos y estoicos, mientras otros decían: ‘¿Qué sabrá decir este propagador de novedades?’. En cambio, otros, al oírle anunciar a Jesús y la resurrección, decían: ‘Parece un predicador de divinidades exóticas’. Entonces lo cogieron, lo condujeron ante el areópago y lo interrogaron: ‘¿Podemos saber cuál es la doctrina nueva que vas enseñando? Desde el momento en que nos anuncias cosas extrañas, queremos saber de qué se trata’. Los atenienses en general y los extranjeros residentes allí preferían esto a cualquier otro pasatiempo: decir y escuchar las últimas novedades. Luego Pablo, puesto en pie en medio del areópago, empezó: ‘¡Atenienses! Veo en vosotros un gran temor de los dioses. En efecto, pasando y observando vuestros monumentos religiosos, he encontrado también un altar con la dedicatoria ‘A un dios desconocido’. Pues bien, vengo a anunciaros precisamente a aquel al que vosotros honráis sin conocer. El Dios que ha creado el mundo y lo que contiene, al ser el Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos materiales; ni puede ser servido por nuestras manos, como si tuviera necesidad de algo, él que da la vida a todos, la respiración y todo bien. Antes bien, él es el que de un solo hombre ha producido a todo el género humano, a fin de que poblara toda la tierra, fijando los límites de su vida en el espacio y en el tiempo. Por esto ellos buscan a Dios, tratando de sentirlo y de aferrarlo a él, que en realidad no está lejos de cada uno de nosotros. En efecto, por obra suya tenemos vida, movimiento y existencia, como algunos de vuestros poetas han cantado: ‘En efecto, somos de su estirpe’»[7].
La afirmación de ese «dios desconocido», al que los griegos prestan veneración, y la utilización en los últimos versículos de un lenguaje próximo a los estoicos, pues la cita que hace pertenece al poeta estoico Arato de Soli, parecen implicar un cierto reconocimiento del pensamiento filosófico griego, o, al menos, una actitud de continuación e integración de esa sabiduría humana en la nueva sabiduría que predica. No obstante, predomina en Pablo la actitud irreconciliable hacia la filosofía del mundo pagano, hacia la sabiduría humana, porque él sólo viene a predicar a Jesús crucificado, como dice en múltiples textos. Sólo quiere dar a conocer un nuevo tipo de sabiduría, la sabiduría de Dios, que está oculta. Su actitud de negación de la sabiduría humana, sin embargo, no fue una pura negación, sino una transformación de una sabiduría por otra, la humana por la divina, con lo que su predicación de Cristo adquirió un sentido más intelectual, porque su palabra no sería a partir de entonces sólo palabra de salvación, sino también sabiduría, la verdadera sabiduría. La posición paulina fue la que serviría de fuente de inspiración para la reflexión cristiana posterior.
El Cristianismo supo encontrar una posición de equilibrio entre ambas posturas, entre quienes pretendían una radical condena de la cultura pagana y aquellos que tendían a una excesiva asimilación de ella. En esta polémica fue en donde se precisó y consolidó el contenido doctrinal de la fe. El problema de las relaciones entre Cristianismo y filosofía griega sólo puede ser comprendido, entonces, dentro de esta polémica, es decir, en aquellos autores que hicieron posible la relación –positiva o negativa– entre uno y otra. Éstos fueron los Padres de la Iglesia, los «intelectuales» que elaboraron el pensamiento cristiano. Tras un período inicial, la filosofía griega comenzó a ejercer atracción sobre ellos. A partir de la segunda mitad del siglo II, comenzaron a recurrir a ella para integrarla en el pensamiento cristiano y para servirse de ella como vehículo de expresión intelectual del contenido de la revelación. Entre las causas por las que el Cristianismo comenzó a imbuirse de pensamiento filosófico griego cabe señalar la conversión al Cristianismo de paganos que se habían educado en la filosofía; que la filosofía fue usada por los cristianos como ayuda para defenderse de las acusaciones lanzadas contra ellos; y que fue hallada de gran utilidad para defenderse del Gnosticismo: se pensó que una filosofía cristiana, llamada por los Padres la «verdadera filosofía» y la «verdadera gnosis», podía oponerse a las falsas doctrinas gnósticas.
I.3. LA ELABORACIÓN DEL PENSAMIENTO CRISTIANO
Con la introducción de la filosofía griega en el Cristianismo, especialmente la platónica, cuyos elementos religiosos fueron desarrollados por los medioplatónicos, se inició la obra de elaboración racional de los datos de la fe y se comenzó a constituir un sistema de doctrinas que se convertirían en fuente de reflexión durante la Edad Media latina.
Ha sido opinión común que los primeros contactos entre los Padres de la Iglesia y la filosofía no tuvieron lugar hasta bien entrado el siglo II. Sin embargo, en un autor anterior ya aparece un cierto uso de la filosofía griega. Clemente Romano, en su Carta a los Corintios, recurriendo a temas de la antigüedad clásica y de la filosofía estoica, propone un intento de transformación de la paideia griega en paideia cristiana, basándose en el orden que ha de presidir la relación entre los miembros de la nueva comunidad, a la manera del que existe en el universo y en la sociedad griega. Tema importante, también, es el de la concordia o armonía del universo que ha de traducirse en la armonía que ha de reinar en la vida cristiana.
Hacia el año 150, apareció en el Cristianismo un tipo de literatura, conocida con el nombre de apologética, dirigida al mundo exterior, al mundo no cristiano, por lo que necesariamente hubo de usar de la riqueza conceptual e intelectual de la cultura de su entorno, especialmente de la filosofía griega. Fue obra de cristianos escrita para no cristianos. Los Padres de este período escribieron unas obras conocidas por el nombre de Apologías, súplicas dirigidas a los Emperadores solicitando el derecho de ciudadanía y de libertad en favor del Cristianismo. En la práctica, estas obras tuvieron un sentido más amplio,