que los clientes puedan experienciar una oportunidad, ya sea para aceptarse a sí mismos y a los demás, o para iniciar un cambio. En primer lugar, el terapeuta es una persona, y luego un terapeuta o experto. Reivindicar la libertad de hablar por sí mismo de modo respetuoso invita a los clientes a entablar una conversación más serena, en la cual no siempre tienen que tener razón o incluso pueden acordar con lo planteado por otra persona para que lo escuchen.
5 Externalizar el problema. Esta es la expresión central en la terapia narrativa de una antigua herramienta terapéutica que se encuentra en la psicología junguiana, el psicodrama y la terapia Gestalt: encontrar una manera de personificar las fuentes comunes de aflicción para todos los miembros de una pareja o familia, en lugar de localizar el problema en las personas dentro del grupo (Freedman and Combs, 1996). Por ejemplo: “La tierra de la pelea perpetua”; “Madre gruñona/adolescente frustrante”; “La familia del ‘no puedo hacer nada bien’”. Cada frase es útil solo si permite a los clientes verse atrapados en un patrón, más que personalmente equivocados. Puedo decir con frecuencia: “La idea norteamericana (o inglesa o italiana, etc.) del matrimonio la tiene tomada con esta pareja”. Esta última es una de mis favoritas: casi invariablemente, los consultantes se sienten desanimados por la diferencia entre su propia relación y una relación idealizada que sienten que se supone que deberían tener.
6 Formular preguntas orientadas a la reflexión. Esto apela a la curiosidad del cliente y la posibilidad de crear un proceso diferente. Influenciados por las “preguntas circulares” del grupo de Milán (Boscolo et al., 1987), así como por las preguntas desarrolladas por los terapeutas orientados a la solución (de Shazer, 1982, 1984; Berg and Miller, 1992), los terapeutas hacen indagaciones que permiten emerger las esperanzas, los miedos, los recuerdos, las decepciones y las posibilidades tácitas. Por ejemplo: “¿Cómo eran las cosas cuando todos se llevaban bien, allá por la década de 1940?”, “¿Qué persona de tu entorno crees que estaría más convencido de que puedes resolver este problema?”, “¿De qué desearía que estuviéramos hablando tu mejor amigo?”, “¿Cómo crees que tus padres reaccionarían si estuvieran en la misma situación en la que estás?”. Cuando los clientes han resuelto algo que pensaban que era imposible, puedo preguntar: “¿Qué crees que sería posible ahora para ti, ya que has (‘terminado el colegio’, ‘conseguido este trabajo’, ‘pasado un fin de semana en el que no pelearon ni una sola vez’)”.
7 Mantener y expresar la toma de consciencia del desarrollo humano y el consecuente cambio en los roles, los límites y la jerarquía. Estas ideas centrales de la terapia familiar estructural (Minuchin, 1974; Mitriani and Perez, 2003) ayudan a hacer que los problemas familiares sean más comprensible que las orientaciones hacia la culpa-desilusión, que pueden surgir en una perspectiva individual. Toda persona cambia con el tiempo y por lo tanto afecta el concepto de sí mismo de cada una de las otras personas que forman parte de su vida. El rol y la seguridad de un padre o una madre pueden verse amenazados por la mayor autonomía de un hijo; el intenso sentido de sus propias necesidades y derechos de una mujer puede representar una amenaza tanto para su pareja o sus hijos, como para otros miembros de su familia de origen. Esta consciencia puede normalizar (permitir que los eventos puedan ser vistos como naturales y predecibles) los problemas que de otra manera podrían considerarse señales de inadecuación o malas intenciones.
8 Organización espacial, movimiento y otras coreografías. La madre fundadora de la terapia familiar Virginia Satir utilizaba cada centímetro de espacio en cualquier escenario para permitir que los clientes asumieran literalmente nuevas perspectivas (Satir, 1972; Papp, 1983). Como una manera de responder a muchas descripciones de problemas aparentemente opuestas, con frecuencia me pongo de pie y camino para encontrar distintos aspectos de una situación en diferentes partes de la habitación. Puedo invitar a las personas a moverse a dos sillas diferentes de modo que puedan dejar la “pelea” atrás, donde estaban sentados. Usar el movimiento por parte de los clientes tanto como del terapeuta es especialmente importante cuando hay niños en el grupo. Más importante que cualquier simple acción es el reconocimiento de que yo, el terapeuta, no tengo que sentarme en el lugar del malestar, sino que puedo moverme en búsqueda de posibilidades exentas de malestar.
9 Representaciones (Mitrani y Pérez, 2003; Butler et al., 2008; Moser and Johnson, 2008). Los clientes pueden sentirse frustrados por la diferencia entre su comportamiento menos ansioso y más civilizado en terapia y sus frustrantes interacciones cuando están en su casa. En las representaciones, los clientes replican en el consultorio una forma de su conflicto en casa en las que:cada persona, incluido el terapeuta, puede detener la acción y comentar lo que está sintiendo;cada persona puede compartir observaciones sobre lo que el conflicto significa y cuáles alternativas podrían aparecer;los clientes podrían probar otras formas de expresar o responder que darían a la interacción un significado o un resultado diferente.Las representaciones pueden convertir a las peores experiencias de los clientes en un clima en el que la empatía, la autenticidad y la aceptación permitan cambios en la perspectiva y en el comportamiento.
Un terapeuta familiar y de pareja centrado en la persona, como dice el músico de jazz Wynton Marsalis, responde a lo que los otros músicos en la habitación ofrecen: contribuyen con su propio sonido, pero no imponen algo que no se conecta con lo que ya está allí. El propósito de las perspectivas y herramientas descriptas más abajo y de cualquier otra técnica es proporcionar recursos que faciliten las conversaciones en las que los clientes se sientan escuchados, seguros de ser ellos mismos, empoderados y respetados. Un terapeuta sistémico experto puede preguntarse cuáles son sus actitudes y técnicas centrales y por qué. Mis propias maneras de intentar encontrar una manera de conversación que pueda unirse con las voces de los clientes coinciden con el trabajo de los terapeutas brevemente descripto en el Recuadro 1.1.
Recuadro 1.1: Terapias colaborativas, postmodernas y dialógicas
Postmodernismo es un término que se aplica a terapeutas como Harlene Anderson, Lynn Hoffman y Peter Rober, todos los cuales forman parte de mi coro interno de estímulos como terapeuta vincular. Postmoderno “se refiere a una familia de conceptos que se han desarrollado entre los académicos que requieren una crítica ideológica –una perspectiva cuestionadora– de la relevancia y las consecuencias del conocimiento fundacional, las metanarrativas y los discursos privilegiados, incluyendo su certeza y su poder para nuestras vidas cotidianas” (Anderson, 1997).
A pesar de que Harlene Anderson describe su escritura como una “filosofía de la terapia” más que como una teoría, su uso del lenguaje tiene consecuencias prácticas: nadie define a una persona o sus dificultades desde afuera; la naturaleza de sus problemas cambia a través de la interacción familiar caracterizada por la escucha y el respeto. Estas ideas tienen urgencia, por ejemplo en terapia con minorías como parejas gays y lesbianas, analizadas en el capítulo 6. En la práctica, Harlene Anderson considera la terapia como una conversación entre iguales en la cual cada miembro de una familia tiene su propio relato sobre lo que es su familia. Escuchar cada relato permite que el lenguaje sea “relacional y generativo” y genera una nueva realidad co-construida para los clientes, que puede ser “transformacional”. Al compararse con Carl Rogers, Anderson (2011) se identifica con su centro en la persona y el rechazo del diagnóstico y otras posiciones que hacen que el terapeuta sea el experto y esté en control. Se distingue de él al considerarse una socia conversacional más activa y ser más “pública”, compartiendo más de su propia voz en la terapia. Como todo el mundo sabe, con su colega el difunto Harry Goolishian escribió sobre la “posición de no saber” (un término utilizado también por el terapeuta centrado en la persona Peter Schmid 2002, 2004), que no se refiere, por supuesto, a la falta de conocimiento del terapeuta sino a la apertura a aprender de las propias palabras y entrega de los clientes (Goolishian and Anderson, 1992). El terapeuta llega a cada sesión sin un “conocimiento previo” acerca de lo que podrían ser la situación y los sentimientos de los clientes y busca comprender lo que estos comprenden sin traducirlo al lenguaje del ayudador experto.
Lynn Hoffman es una personalidad reconocida de la terapia familiar cuya biografía la asocia íntimamente con sus primeros teóricos, como Jay Haley, Virginia Satir, el antropólogo Gregory Bateson, Salvador Minuchin y, especialmente en los últimos años, Harlene Anderson, Harry Goolishian y otros postmodernos, así como