Laureano Debat

Barcelona inconclusa


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agencia”.

      Ni Villoro ni Vila-Matas se preocupan por reivindicar la canallada ochentera ni por odiar a la ciudad del turismo ni por exacerbar el optimismo del progreso barcelonés. Su eje se ubica en medio de la dicotomía. Y es en ese punto intermedio en donde me interesa trabajar: en esa condición mutante y andrógina que tiene la ciudad, ese movimiento permanente en el que se encuentra.

      Barcelona en el palimpsesto

      Para representar el palimpsesto barcelonés, la artista Laura Marte trabajó con los días de recolección de trastos para su vídeo Home Street Home, incorporado en la exposición “Post-it City. Ciudades Ocasionales”, en CentroCentro de Madrid entre el 21 septiembre de 2011 y el 19 febrero de 2012, que recopila un trabajo de investigación iniciado en 2005 por el CCCB y el Arts Santa Mònica de Barcelona.

      Una actividad ordenada y pautada en la que prima, paradójicamente, el caos. El reciclaje de muebles y objetos del hogar acaba configurando una especie de teatro vintage en el que homeless, vecinos, okupas, inmigrantes y turistas se mueven como actores. Una sinécdoque de lo que sucede de manera permanente en toda la ciudad, los cambios de escenario en cada esquina y los cruces azarosos que se dan en ese intercambio. La dialéctica entre Ordre i Aventura, como el título del cuarto disco del grupo pop-indie barcelonés Mishima.

      El trabajo del cronista y el movimiento de la ciudad tienen una mecánica similar: los dos están definidos por la suma de diferentes textos yuxtapuestos. El cronista se inserta en un universo de escrituras sobre la ciudad que lo precede. Y la ciudad, según los arquitectos Fuensanta Nieto y Enrique Sobejano (entrevistados por Anaxtu Zabalbeascoa para su artículo “¿Cómo lidiar con lo existente?” del 21 de febrero de 2011 en el blog Del tirador a la ciudad), vive sus cambios “como aquellos libros que narran una historia dentro de otra y, así indefinidamente, la transformación o ampliación de una obra arquitectónica se parece a la inserción de un nuevo capítulo en un texto siempre inacabado”.

      En su estudio preliminar a Madrid/Barcelona (1995-2010) (Iberoamericana Editorial Vervuert, 2009), Jorge Carrión escribe: “La ciudad es palimpsesto: pero no es una superposición de estratos quietos, que pueden interpretarse mediante los procedimientos habituales de la filología o de la arqueología; es una construcción móvil, inquieta, que sólo puede ser fotografiada desde la movilidad, desde la inquietud”.

      Como un intento de fotografías escritas desde la movilidad y la inquietud nacen las crónicas de Barcelona inconclusa.

      LA VIDA EN ROUGE

      I

      Cuando Sonia descubrió que yo había venido a Barcelona para hacer un Máster de Creación Literaria, se tentó con la idea de una novela sobre su vida. Después, se olvidó. Así era con todo: se ilusionaba como una niña a la misma velocidad que se olvidaba de la ilusión originaria y, enseguida, la reemplazaba por otra.

      Yo no me olvidé. No puedo olvidar. Escribí mucho sobre ella y Jimena, sobre mi vida con las dos en un piso compartido y enorme en el Gaixample. Mantuve durante 9 meses una bitácora doméstica en libretas que llenaba desde la soledad de mi habitación, con el sobrio patio de un convento de monjas de clausura a mis pies.

      Esa imagen del patio de monjas fue lo primero que me impactó el día que fui a conocer la casa. Una paradoja: lo primero que me llamó la atención estaba fuera. Unos días después de mudarme descubriría que ese primer impacto sería el espejo inverso de otro impacto, interior y doméstico.

      Pero ese día, después de la visión casi fantasmal de esa monja anciana regando las plantas de su jardín, volví a la órbita de la casa y comencé a contar. Los primeros objetos me parecían exagerados, numerosos, demasiados: quince toallas blancas colgadas en el tendedero del balcón interior, siete ceniceros en el fregadero de la cocina, cinco habitaciones en una casa en la que seríamos tres personas. Todo parecía digno de estadística.

      En el pasillo principal, Sonia abrió un cajón enorme que siempre estaba bajo llave. Y ya no pude seguir contando, tuve que rendirme ante la catarata de cajas y blísteres con pastillas de todos colores. En un movimiento mecánico, muy calculado, escogió un puñado y se lo metió en la boca, empinando una botella de Aquarius.

      Una vez acabada la guía doméstica, me tomó del brazo y me acercó su cara para decirme que aquí siempre está todo ordenadito y que aquí no tenía más que pedir lo que yo quiera, cariño, que me sintiera en casa.

      En la cocina coordinamos los detalles del día de la mudanza, mientras iba sacando del lavarropas una montaña de bragas y corpiños que desplegaba sobre la mesa. Sus tríceps se marcaban tensos en cada movimiento con el que doblaba la ropa interior y le tomaba el olor a cada prenda, músculos firmes en cada cucharada de atún de lata que iba alternando con el trabajo doméstico.

      Lo último que me dijo antes de despedirnos fue que estaban todo el día en la casa, que me mudara a la hora que quisiera. Que si no estaba ella estaba Jimena. Que las dos trabajaban allí.

      II

      Cualquier discusión con Sonia se resolvía con mucha facilidad, incluso durante los primeros días de convivencia, esos en los que se supone que dos personas deben medirse y tantearse para ver hasta qué grado de intimidad se puede profundizar en una charla. Esas leyes no escritas de la diplomacia de los pisos compartidos. Pero con Sonia se borraban todos los protocolos. Los diálogos con ella siempre eran demasiado naturales, aunque estuviese maquillándose frente al espejo, vestida de mucama y con un tanga rojo embutido en el culo. –¿Te puedo hacer una pregunta?

      –No tengo tiempo, mi amor. Está por venir, Walter. Así que te resumo: sí, soy puta. Las dos lo somos. Estás viviendo con dos putas.

      –No, mirá, yo no es que tenga inconveniente, es que…

      –Entonces nada, cielito. ¿Todo bien?

      –Sí, claro. Estoy contento acá. Pero ¿por qué no me lo dijeron?

      –Pensamos que te habías dado cuenta, mi amor. Tampoco era tan difícil ¿no?

      –Bueno, yo no estoy mucho en casa tampoco y no te había visto así vestida, qué se yo…

      –Tranquilo, bebé. Ven que te doy un besito. Muaaaá. ¡Ay, te he dejado la marca! Perdón, perdón. A ver… ya está.

      –¿Es para vos el timbre?

      –Sí, sí. Es Walter, un VIP. ¡Hasta ahora, cariño! Tú relájate y haz tus cositas. No tienes nada de qué preocuparte con nosotras. Estarás viviendo, a ver, cómo decirlo… ¡la vida en rouge! ¡Voilà!

      Y cerró con fuerza la puerta del pasillo, riéndose y dejando la estela impregnada de Poison, su perfume de Christian Dior. Había pasado una semana de la mudanza y todavía seguía sin conocer a Jimena. Hubo noches de gritos de mujeres peleando, portazos, sonidos de tacones lentos y suspiros. Y por la mañana, estelas de perfume mezcladas con alcohol y tabaco, que solo podían ser de ella, de Jimena, porque Sonia no fuma ni bebe.

      III

      Durante mi segunda semana dentro del camarín de las putas me dispuse a un detallado y solitario reconocimiento del terreno. Soy lento. Me adapto bien, eso sí. Pero soy lento, sobre todo para instalarme. No soy un neurótico del confort, así que tardo días en deshacer maletas y minutos en hacerlas para cualquier viaje.

      El cuarto que me asignaron se usaba, también, como trastero. Y siguió siéndolo, en parte, porque el armario guardaba objetos del pasado de las chicas, que mantenían un orden sistemático en toda la casa con excepción de este mueble. Pensaba que poner toda mi ropa en el armario y acomodar mis papeles y libros en el escritorio sería un trámite. Pero no lo fue: tuve que hacerme sitio, previa confección de dos inventarios.

      Inventario de objetos del armario:

      - 1 par de patines color rosa del tipo roller tamaño niña.

      - 4 edredones negros de 2 plazas.

      - 5 caballetes de madera.