pensó Tess, pero enseguida desechó la caprichosa ocurrencia.
–¿Es ese tu coche? –el rostro sorprendentemente travieso del acompañante de Chloe lucía una mueca de pesar.
Rafe alzó la vista de las llaves que el hombre se estaba metiendo en el bolsillo y miró a Chloe.
–¿Es muy grave? –preguntó con estoicismo.
–¡Qué va! Solo un rasguño –protestó Chloe, restando importancia al asunto.
Fuese lo que fuese lo que Chloe había visto o comprendido de la escena que había interrumpido, la había irritado. Quizá estuviera enamorada del hombre apuesto que estaba a su lado, quien, como Tess advirtió con preocupación, era mucho más maduro de lo que aparentaba en la pantalla, pero no había llegado al momento de su vida en el que podía reírse de su enamoramiento de adolescente con Rafe.
Tess tuvo que reprimir una carcajada, que sin duda era histeria, porque la situación no tenía gracia, y plantarse una rígida sonrisa de bienvenida en los labios.
–Chloe, cuánto me alegro de verte –la hipocresía de aquella mentira chirrió en sus oídos–. Y tú debes de ser Ian.
La sonrisa que el hombre maduro le devolvió era cálida y abierta. Tess creía que sentiría un rechazo automático hacia él, pero no fue así, y eso resultaba desconcertante. Claro que Rafe tenía parte de culpa del desconcierto de Tess. La fragancia que emanaba de su cuerpo le hacía cosquillas en la nariz. Era tan… tan viril.
–Ben, mira quién ha venido. Mamá –Tess no vio la expresión perpleja de Rafe cuando hizo las presentaciones.
A Ben no parecieron impresionarle mucho los «cariño», «pequeño Benjy» y «¿no es un cielo?», y mucho menos los besos ardientes que le plantaron en sus regordetas mejillas. Tess temía lo que pudiera hacer en cualquier momento… en lo referente a la diplomacia, los niños pequeños eran únicos. Ben podía tener limitaciones verbales, pero tenía maneras muy eficaces de expresar su desagrado.
Chloe sonrió a Ben con expectación, pero él no parecía muy feliz. Tess empezó a hablar por los codos. Era consciente de ello, pero no podía evitarlo.
–Se alegró tanto cuando le dije que ibais a venir que anoche no podía dormir. Para colmo, se despertó muy pronto esta mañana. Está agotado, pero no quiere reconocerlo. Ya sabes cómo son los niños –«ese es el problema, tonta», se dijo. «Chloe no tiene ni idea de cómo son los niños y, mucho menos, este niño»–. Siempre se pone un poco irritable si trastornan sus horarios.
–¿Me estás llamando un trastorno? –preguntó Rafe en tono burlón.
Ya que lo mencionaba, sí. Aunque a Tess no le molestaba la interrupción, sin la cual, podría haber seguido balbuciendo hasta la semana siguiente.
–Me ha llamado cosas peores –confió Rafe a los presentes.
–Nos preguntábamos de quién sería el coche que estaba fuera.
Si la mirada escrutadora de Chloe había perdido un solo detalle del hombre espectacular que estaba ante ella la primera vez que lo había mirado de arriba abajo, sin duda, subsanó el fallo durante aquel segundo escrutinio.
Tess se sorprendió sintiéndose incómoda por Ian. Una rápida mirada reveló que no estaba mirando a Chloe, sino a Tess. Ella le devolvió una sonrisa vacilante, aliviada porque estuviera tomándose tan bien la admiración que sentía su prometida hacia un hombre mucho más joven.
–Tienes un aspecto estupendo –prosiguió Chloe. A Tess la observación le pareció un poco innecesaria después de tanto babeo–. ¿Qué te trae por aquí?
–Siempre he sido un excéntrico –Chloe no captó la ironía; claro que Rafe no había esperado que lo hiciera–. Soy de aquí, Chloe.
–Ah, imagino que has venido a ver a tu abuelo –Chloe parecía más feliz tras haber encontrado una explicación razonable de la presencia de Rafe en la casa de su tía–. No habrá muerto, ¿verdad? –inquirió, con tardía preocupación–. Qué tonta, por supuesto que no. Es famoso, ¿no? Habría salido en los periódicos.
Rafe hizo un esfuerzo sobrehumano por mantenerse serio.
–Es cierto que he venido a ver a mi abuelo –corroboró–. Llegué anoche, solo que todavía no he puesto el pie en casa –le dio a Tess unas palmaditas en la espalda cuando esta empezó a toser.
Tess, todavía con lágrimas en los ojos, contempló cómo la sonrisa desaparecía del rostro de Chloe. La joven lanzó una mirada cargada de veneno a su tía antes de agarrar del brazo a su pareja y presentarla con grandilocuencia:
–¡Y este es Ian!
«¿Debo hacer una reverencia o solo aplaudir?», se preguntó Tess. En aquel momento, comprendió por qué Ian no se había molestado por el interés de Chloe en Rafe; era evidente que lo adoraba. Y la adoración debía de proporcionar una agradable sensación de seguridad, pensó Tess con melancolía.
–No es necesario que nos presentes, Chloe, sé quién es Ian. No me pierdo su serie.
Era imposible entrever en la expresión educada del actor si creía la mentira no muy convincente de Rafe, y por la leve mueca que Tess detectó en él cuando se estrecharon la mano, sospechó que el apretón había sido más fuerte de lo necesario por parte de Rafe. Sintió deseos de darle un puntapié. ¿Qué le hacía pensar que necesitaba un defensor?
Ian, que hasta ese momento había dedicado toda su atención a Tess, se volvió a la joven que lucía su anillo con orgullo.
–No me dijiste que conocías a Rafe Farrar, querida. Me sorprende que no nos hayamos visto antes, Rafe.
–Sí, es increíble –corroboró Tess, y lanzó a Rafe una mirada maliciosa–. Teniendo en cuenta lo que le encanta rondar los culebrones con la esperanza de que alguien lo tome por un famoso de verdad y le saque una foto.
Tess se arrepintió enseguida de haberse dejado provocar por Rafe hasta el punto de exhibir su mal humor y sus malos modales. Pero la expresión comprensiva de Ian le recordó que todo lo que sabía sobre aquel hombre había llegado a sus oídos a través de Chloe. Teniendo en cuenta ese hecho, ¡algo debía de haberse perdido en la traducción! Tess había dado por hecho que el enamorado de Chloe tenía un ego descomunal y había confiado en que su inteligencia fuera inversamente proporcional a su autoestima. Al parecer, se había equivocado de lleno.
–Espero que Ben no esté demasiado cansado después del madrugón para pasar con nosotros el día. Traemos el picnic.
–Lo encargué en Fortnum’s –explicó Chloe. ¿Esperaba con eso impresionar a un niño de año y medio?, se preguntó Tess.
–Le encantan los animales, ¿verdad, Ben? –si el exquisito almuerzo no incluía patatas fritas y sándwiches de atún, Tess preveía alguna que otra rabieta. «Si fuera una buena persona, se lo advertiría», pensó con remordimiento. «Reconócelo, Tess, esperas que después de unas cuantas pataletas de Ben, Chloe recapacite sobre la alegría de la maternidad»–. Las serpientes le encantan. ¡Sss! –hizo su mejor imitación de una serpiente y Chloe la miró como si hubiera perdido el juicio.
–Ssss, ssss –respondió Ben, que comprendió enseguida la situación.
–Entonces, lo llevaremos a ver las serpientes –rio Ian.
Chloe parecía horrorizada por la reacción amistosa de su prometido. Tess se alegraba por Ben, cómo no, pero sabía que con el apoyo de Ian, la escena en la que una lacrimógena y agradecida Chloe le decía: «Ben debe quedarse contigo, Tess» se estaba difuminando por momentos.
–¿Os apetece un café? –Tess se apresuró a llenar el silencio y aprovechó la oportunidad para apartarse lo más posible de Rafe.
–Eres muy amable, pero tenemos que irnos ya. Lo traeremos a tiempo para la merienda.
–Ess –la llamó Ben, y extendió los