Kim Lawrence

Amigo o marido


Скачать книгу

      –No eres en absoluto como te había imaginado –Ian torció sus fotogénicos labios para acompañar su irónico comentario.

      –A ver si lo adivino: ¿chal, pantuflas y reumatismo?

      –Bueno, desde luego, no una melena ígnea ni un cutis magnífico –estudió su rostro con la mirada objetiva de un experto.

      ¡Pero Rafe no se dejó engañar por aquella objetividad!

      –A la cámara le encantaría tu rostro, es tan expresivo –prosiguió Ian. Rafe puso los ojos en blanco. Tess, que intentaba con todas sus fuerzas no ser expresiva, se sintió incómoda–. ¿Has actuado alguna vez o…?

      Tess, consciente de que su sobrina parecía dispuesta a arrancarle su melena ígnea folículo a folículo, se apresuró a interrumpirlo.

      –No pertenezco a la asociación de actores. Además, ¿no hace falta algo más que un rostro bonito para ser actriz?

      –Tess, no has visto mi programa, ¿verdad? –la regañó Ian con atractiva burla hacia sí mismo–. Bueno, al menos nadie me ha acusado de ser intelectualoide y elitista.

      A Tess le costó trabajo no reír al escuchar aquella maliciosa pulla. Ian no estaba acusando a Rafe directamente, pero no le hacía falta: una conocida víctima de sus letales tácticas de entrevistador había hecho aquella acusación públicamente en televisión.

      –Bueno, ¿no deberías lavarle la cara y las manos antes de que nos lo llevemos? –Chloe, que golpeaba el suelo con el pie con impaciencia, lanzó una mirada significativa a las manos sucias de Ben.

      –Tienes razón, Chloe –Tess reprimió su instinto natural de satisfacer las necesidades del niño y se puso firme. Si Chloe quería ser madre, perfecto, pero cuanto antes aprendiera que conllevaba algo más que dar regalos y comprar cestas de picnic, mejor–. Ya sabes dónde está el baño. Hay un montón de pañales en la cesta de mimbre, y he dejado una muda en su habitación.

      –¿Pañales? –repitió Chloe, con la cara pálida.

      Si a Ian le preocupaba que Ben le manchara la tapicería con sus manitas pringosas, no lo reflejó. Tess deseó poder descifrar la expresión de su rostro mientras contemplaba cómo Chloe salía de la habitación con su hijo.

      –Creo que será mejor que le eche una mano –dijo Ian un momento después, y se disculpó con una atractiva sonrisa. Tal vez no fuera tan alto o tan joven como aparecía en la pantalla, pero era un millón de veces más afectuoso y humano.

      –Es simpático, ¿verdad?

      –¡Simpático! –Rafe pronunció la palabra con desprecio y mordacidad. El tono malicioso sorprendió a Tess, que giró en redondo para mirarlo–. ¿No me digas que te tragaste todo eso del pelo ígneo, el cutis magnífico y te conseguiré un papel? –su carcajada resultaba insultante–. Además –añadió con contrariedad–, no tienes una melena ígnea, sino castaña –Rafe sintió el impulso irresistible de acariciar aquellos cabellos brillantes con los dedos. Alargó la mano para tocarlo antes de percatarse de que aquel podía no ser el momento idóneo para caricias espontáneas–. No creía que fueras tan ilusa, Tess. Ese hombre es un estafador.

      –Es decir, que es un mentiroso si piensa que merece la pena mirarme –quizá «ígneo» no fuera la descripción más exacta, pensó Tess, pero tenía mucho más glamour que «castaño»–. Estás furioso porque te ha calado nada más verte.

      –Lo que quiero decir –la corrigió Rafe con impaciencia– es que sabe que podrías ponerles las cosas difíciles. Intenta camelarte. No, mentira, está consiguiendo camelarte, aunque si sigue adulándote con tanto descaro, va a tener problemas con Chloe. Estaba verde de envidia, y no me extraña.

      –¿Que no te extraña? –repitió Tess con incredulidad–. No puedo creerte, de verdad. Ian tiene razón, te has convertido en un esnob –susurró con ira, mientras movía despacio la cabeza–. Aunque te parezca imposible, todavía no estoy tan desesperada para convertirme en una marioneta cuando un hombre me dice un cumplido. Solo estaba constatando un hecho objetivo.

      –Sí, claro, objetivo.

      –Pues sí, maldita sea, estoy siendo mucho más objetiva que tú. ¿Por qué frunces el ceño de esa manera? –le espetó.

      –Intentaba comprender por qué llamaste a Chloe «mamá» delante de Ben.

      –¡Porque es su madre! –Tess se preguntó si Rafe no estaría mostrándose obtuso solo para enojarla–. No es ningún secreto.

      –Perdona, pero pensaba que lo era –repuso Rafe, y volvió a fruncir el ceño–. ¿Quieres decir que Ben… lo sabe?

      –Por supuesto que lo sabe. Bueno –se corrigió–, lo sabe, pero solo lo comprende como un niño de un año es capaz de comprenderlo, dadas las circunstancias. Ojalá fuera la madre de Ben, pero sé que no lo soy –le dijo con fiereza–. Y no soy ni lo bastante estúpida ni lo bastante egoísta para mentirle. La gente da por hecho que soy la madre de Ben y yo no me vuelco en explicaciones, pero si me preguntan…

      –¿Quieres decir que si te hubiese preguntado…?

      –Te lo habría dicho, por supuesto. Solo que no me lo preguntaste. A decir verdad, no dijiste gran cosa, si no recuerdo mal –nunca había visto a Rafe tan confuso ni tan parco en palabras.

      –¿Y qué esperabas? –estalló Rafe.

      Tess se llevó un dedo a los labios y lanzó una mirada furtiva a lo alto de las escaleras.

      –¿Quieres bajar la voz? –le gritó en un susurro–. Chloe piensa que estamos durmiendo juntos.

      La expresión de Rafe sugería que era algo bueno y que debía felicitarlo… Tess sintió deseos de estrangularlo. Una mirada fugaz a la columna bronceada de su cuello le hizo preguntarse lo que sentiría al deslizar los dedos…

      –Te conviene más preocuparte por lo que voy a hacer o decir que por perder a Ben. Cuando viste el coche de Ian te pusiste frenética.

      La serena provocación de Rafe hizo que Tess abandonara su discreto susurro.

      –Quizá tu manoseo fuera totalmente altruista, pero a mí me pareció un manoseo –le gritó.

      –Yo no he dicho eso. Fue bueno que te distrajera, pero te manoseé… prefiero decir que te acaricié –reflexionó–. Suena mucho mejor. Te acaricié porque no puedo hacerte lo que de verdad quiero –la sonrisa burlona desapareció de su rostro sin dejar rastro–. ¿No vas a preguntarme lo que es?

      –No… ¡no! –negó Tess, con un movimiento enérgico de cabeza–. Y cierra la boca –le ordenó al oír el ruido de pasos en la escalera–. Ya vienen.

      En aquella ocasión, Ben volvería, pensó Tess, mientras contemplaba cómo instalaban a Ben en su cuna de viaje, dentro del coche. La próxima vez, se despediría de él para siempre. Contemplar aquella escena le resultaba tan doloroso que Tess se disculpó y corrió a refugiarse en la casa antes incluso de que el coche estuviera en marcha. Acababa de entrar en la cocina, cuando Chloe regresó respirando con agitación e interrumpió su amarga introspección.

      –Me dejaba el bolso… ¿Lo ves? –le explicó Chloe, y tomó el minúsculo rectángulo de cuero rosa en el que apenas había espacio para un peine. Sus siguientes palabras estaban tan calculadas para herir los sentimientos de Tess, como así ocurrió, que Tess adivinó que había olvidado el bolso a propósito–. No soy despiadada, sé lo que debes de sentir al perder a Benjy. Pero yo soy su madre –suspiró–. Algún día, cuando tengas tus propios hijos… –se llevó la mano a los labios–. Lo siento, Tess, se me había olvidado. No puedes tener hijos, ¿verdad?

      –No, no puedo.

      Algo parecido al remordimiento destelló en los ojos azules de Chloe antes de que recordara cómo Tess había acaparado toda la atención masculina.

      –¿Lo sabe Rafe?