con defectos incluidos.
–Quieres decir que tienes vía libre para ser grosero e insoportable conmigo.
–¡Por los malos modales! –corroboró Rafe, y se apropió del biberón de zumo de Ben para brindar por ello.
Tess intentó mirarlo con severidad, intentó no sonreír, pero el buen humor de Rafe resultaba contagioso.
Rafe estaba tomando los huevos con tocino que Tess le había preparado a regañadientes, incluso le había dado a Ben varias cucharadas de su versión triturada, cuando Tess vio acercarse el enorme coche reluciente.
–¡Oh, no! –gimió, y elevó las manos en el aire–. ¡Ya están aquí! Es demasiado pronto –sinceramente, diez años más tarde seguiría siendo demasiado pronto–. ¿Qué voy a hacer?
Rafe contempló aquella muestra de agitación con expresión afable y una ceja enarcada.
–¿Darles con la puerta en las narices?
–Si no puedes decir nada constructivo –resopló Tess, y se encaró con él–, al menos, cierra la boca. La casa está hecha un desastre.
Rafe no entendía la relevancia de aquel incierto comentario, pero sabía que las mujeres sentían un gran aprecio por los ambientes exentos de polvo.
–La casa no, pero tú sí –anunció con espontánea brutalidad.
Tess contuvo el aliento. La confianza daba asco, y Rafe estaba haciendo peligrosamente real esa expresión.
–Ven, déjame a mí –Tess lo miró con recelo mientras él levantaba su cuerpo atlético de la silla–. Para empezar, puedes quitarte esto –Tess se quedó paralizada cuando Rafe empezó a desabrocharle con calma la larga y holgada rebeca. Se la quitó de los hombros con un ademán exagerado.
Tenía mucha habilidad para quitar la ropa, seguramente contaba con amplia experiencia, pensó Tess. Quizá debería haber hecho un esfuerzo por desayunar. Se sentía un poco mareada.
–Bueno, ¿qué esperabas? –le espetó con acritud mientras Rafe seguía contemplando la sencilla camiseta negra que llevaba debajo. Era incapaz de apreciar lo mucho que realzaba su figura firme y estrecha cintura–. Además, no entiendo por qué importa lo que lleve puesto.
–No seas ingenua, Tess –Rafe se llevó la mano distraídamente a la mandíbula y se la frotó con expresión pensativa–. ¿Te habrías presentado en vaqueros a una de tus importantes reuniones cuando trabajabas en Londres? No, querías causar una buena impresión y sentirte dueña de la situación. Ahora es lo mismo. La ropa no hace a la mujer, pero una indumentaria adecuada siempre sirve de ayuda. Las personas como Chloe juzgan a los demás por cómo visten, por el coche que conducen…
–Yo ya no conduzco.
–No lo he olvidado.
Quizá la expresión considerada de Rafe no tuviera importancia. Quizá fuera la conciencia avergonzada de Tess la que imaginaba algo que no existía.
–Si das una buena imagen, le estarás enviando a Chloe un mensaje subliminal.
–¿Qué mensaje?
–Controlo la situación… No puedes arrollarme.
–No puedo preparar el desayuno con traje de ejecutiva y tacones altos. Me visto como cualquier otra madre –le explicó con obstinación.
Rafe vio el preciso instante en que Tess era consciente de lo que acababa de decir. Durante una fracción de segundo, dejó entrever toda su angustia. ¡Rafe sentía deseos de estrangular a Chloe y a su célebre novio!
Tess se mordió su trémulo labio inferior y se preparó para afrontar la lástima que reflejaban los ojos de Rafe.
–Solo que no lo soy, por supuesto –dijo con serena compostura.
–Tess… –Rafe empezaba a ser víctima de su frustración. ¿Por qué diablos no dejaba que la abrazara en lugar de pincharlo como un puercoespín?
–En cualquier caso, esta conversación no es más que teoría… ya es demasiado tarde para un cambio drástico de imagen –balbució con nerviosismo–. Aunque la mona se vista… ¡Deja mi pelo tranquilo! –gritó, y le apartó la mano.
Logrado su objetivo, Rafe se metió en el bolsillo la goma de pelo que le había quitado y sonrió con insolencia.
–Bien –dijo al contemplar su obra–. Pero ahora… –con la otra mano, empezó a ahuecarle los mechones cruelmente prietos hasta crear un masa de ondas brillantes–. Mejor, mucho mejor.
–¡Mira lo que has hecho! –exclamó Tess, que retrocedió cuando ya era demasiado tarde. No entendía por qué había consentido que la despeinara. ¡Cualquiera diría que había disfrutado del suave roce de sus dedos en el cuero cabelludo! El letargo que se había adueñado de ella no podía calificarse de placer.
–Ya lo miro –había una energía innecesaria en la voz de Rafe, así como una expresión extraña en su rostro. Era la clase de expresión que hacía latir el corazón de Tess y le cerraba la garganta.
–Me has despeinado –se llevó una mano a la cabeza con nerviosismo–. Debo de estar hecha una facha.
–¿Quieres despeinarme a mí? –sugirió Rafe, y se llevó una mano a su pelo negro y lustroso.
El deseo la envolvió como una pesada manta. Tess no podía respirar, no podía pensar… pero sí imaginar. Sintió un hormigueo en los dedos al imaginarse hundiéndolos en aquella mata sedosa para acariciar el contorno de su cabeza. Abrió los ojos con estupefacción y movió la cabeza en señal de negativa.
–Como quieras –Rafe se encogió de hombros–. Pero no olvides que te lo he ofrecido.
–No lo haré.
–Creo que deberías intentar estar atractiva, no presentable –tenía la mirada puesta en los lustrosos mechones castaños que caían justo por debajo de los hombros–. La competitividad distraerá a Chloe.
El comentario era injustificado y un poco cruel.
–¡Muy gracioso! –le espetó. Nunca vería el día en que pudiera competir con Chloe, y los dos lo sabían.
–Si Chloe saliera sin maquillar y sin ropa de diseño, nadie se fijaría en ella.
Cuando Rafe le puso la mano en la barbilla y giró su rostro, primero a un lado y luego a otro, a Tess se le ocurrió pensar que debía protestar por aquella actitud despótica.
–Tienes una piel increíble –lo decía como si fuera una acusación–. Por todo el cuerpo –añadió con voz ronca.
Tess se puso rígida y se apartó de él.
–¿Cómo lo sabes? –una intensa alarma intensificó el verde de sus ojos. Rafe se encogió de hombros.
–Te llevé a la cama, y no llevabas nada debajo del camisón.
–¡Menudo caradura estás hecho! –exclamó Tess, y se puso colorada y sudorosa al mismo tiempo.
–Sin querer… sí, sin querer –repitió con firmeza al oír la exclamación burlona de Tess–, te toqué el trasero… ¡Mátame si quieres! Podría haberte dejado caer… ¿te habría parecido mejor? Lo recordaré para la próxima vez.
–No habrá una próxima vez –Tess respiraba con dificultad. No podía desterrar la imagen de los dedos de Rafe en su… Se rio de sí misma para sus adentros. «¿Acaso mi vida sexual es tan aburrida que empiezo a desear haber estado despierta cuando me agarraban sin querer?».
–No sabía que fueras tan puritana. ¿Sabes? –observó Rafe, mientras la miraba con ojos entornados y poco amistosos–, no solías estar tan reprimida. Acostarte conmigo te habría sentado mucho mejor que beberte media botella de licor. Y a mí tampoco me habría sentado mal –añadió en tono lúgubre.
Tess