Kim Lawrence

Amigo o marido


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con hormonas en el cuerpo. Las de Tess, después de años de obstinada desatención, estaban volviendo a la vida en el momento más inoportuno. Sentía un ansia en la que no quería pensar… era increíblemente bochornoso–. Pero no, no acepté la invitación que el alcohol te indujo a hacerme. Claro que no podía dejarte durmiendo en la mecedora, así que te subí a la cama.

      –¡Yo no te invité a entrar en mi cama! –con los puños cerrados, Tess se negó en redondo a responder a la provocación. Con el estómago encogido, contempló con incomodidad aquellos sólidos bíceps. No era difícil imaginar cómo la había llevado en brazos hasta allí. En efecto, era tan fácil, que una versión romántica de aquel hecho tenía lugar en su mente en ese mismo momento.

      –No –corroboró Rafe con una sonrisa un poco tensa. Las numerosas ocasiones en las que Tess se había acurrucado junto a él durante la noche no podían considerarse invitaciones… aunque habían sido extremadamente provocativas y le habían recordado que, aunque tenía el corazón roto, las funciones más básicas de su cuerpo seguían funcionando a la perfección.

      –¿Y después te sobrevino el agotamiento? –inquirió Tess con mordacidad.

      –Eso debió de pasar –admitió Rafe, sin responder al reto que veía en los ojos de Tess.

      Tess profirió un pequeño gruñido de incredulidad. Rafe no parecía exhausto. De hecho, decidió con irritación, debería estar prohibido que una persona irradiara tanta vitalidad a una hora tan temprana.

      –Debí imaginar que acabarías siendo un madrugador –gruñó.

      –Además de trasnochador –añadió Rafe con solemnidad, aunque con un brillo de regocijo en la mirada.

      –Siempre has tenido una opinión demasiado exagerada de ti mismo –repuso Tess. Intentó simular regocijo y tolerancia, y estuvo a punto de conseguirlo. Rafe detectó el «a punto» y sonrió mientras se defendía.

      –No ha faltado quienes han alimentado esa opinión –reflexionó con inocencia.

      Tess podía imaginarlo, pero intentó no hacerlo.

      –No es preciso que me des más detalles. ¿Qué hora es? –Rafe le dijo la hora y Tess se levantó de la cama con una exclamación–. Chloe y su novio vienen esta mañana.

      –¿Qué piensas hacer? ¿Recibirlos con todos los honores?

      El tono crítico de Rafe la enojó. Lo decía como si tuviera elección.

      –Sé lo que no voy a hacer: recurrir a tácticas ruines y a la manipulación.

      –Como quieras.

      –No lo entiendo –prosiguió Tess con agitación mientras sacaba prendas de todas las formas y colores de los cajones de la pesada cómoda de nogal–. Ben siempre se despierta antes de las siete –Tess había descubierto que tener un bebé hacía innecesario recurrir al despertador.

      Rafe atrapó la última prenda que Tess había tirado a la cama con descuido. Era un sujetador de tela fina. Una ojeada bastó para comprobar que no se había equivocado respecto a la talla.

      Sus especulaciones nocturnas habían tenido una ventaja: no había pensado mucho en Claudine. Una expresión de perplejidad asomó a su rostro al reparar en lo poco que había pensado en ella.

      –Ben se asomó hace un rato.

      –¿Que hizo qué? –le espetó Tess, y regresó en jarras a la cama.

      –Debió de pensar que esta mañana no había mucho espacio libre –especuló Rafe, y contempló la franja estrecha de cama desecha que Tess había desocupado. Obedeció a un impulso y alargó la mano para tocar el calor que había dejado su cuerpo en las sábanas de algodón–. Así que se fue. Pero fui a ver lo que hacía… estaba feliz jugando con sus juguetes, así que lo dejé tranquilo.

      Tess lo miró con incredulidad.

      –¿Y no se te ocurrió pensar que ha debido de trepar por los barrotes de su cuna? –hacía semanas que Tess sabía que la cuna tenía los días contados. Ben había estado contemplando los barrotes con expresión resuelta, y ella ya había frustrado dos intentos de fuga.

      –¿Y eso es…?

      –¡Peligroso! –le espetó.

      –Bueno, parecía estar bien.

      –No puedo creer que le hayas dejado vagar solo. ¡Podría haberse caído por las escaleras! –exclamó Tess, con voz aguda por la alarma.

      –Tranquilízate, hay una especie de cerca en lo alto de las escaleras. Lo sé porque ayer casi me maté intentando saltarla mientras te subía en brazos.

      Tess exhaló un suspiro de alivio. Ben no estaba herido, pero había otros traumas.

      –Entonces, me vio contigo en la cama –gimió.

      –No creo que lo que ha visto haya corrompido su moralidad –replicó Rafe con un tono de impaciencia en su voz lánguida.

      –No se trata de eso. La rutina es muy importante para los niños.

      –Acuérdate de decírselo a Chloe, ¿quieres? –Tess se mostró tan afligida que Rafe lamentó de inmediato la broma fácil–. Te habría despertado si lo hubiera visto triste. ¿Qué vas a hacer con Chloe? –preguntó con suavidad.

      Rafe apoyó los pies en el suelo y se estiró. La fina tela de su camisa se tensó sobre su sólido pecho y Tess desvió la mirada enseguida.

      –¿Qué puedo hacer? –hizo lo posible para luchar contra la oleada de impotencia que la invadía–. Voy a recordarle que hay que ir poco a poco para causar a Ben el menor trastorno posible. Seguiré viéndolo, claro –le tembló la voz al tiempo que elevaba la barbilla en actitud desafiante–. Él vendrá a verme, yo iré a verlo… Seré su tía favorita.

      –¿Y crees que accederá a proceder con cautela?

      Rafe contempló cómo el delicado rostro en forma de corazón de Tess se cubría con una máscara de férrea resolución.

      –Ya lo creo que accederá –dijo en tono lúgubre. Con expresión severa, tomó la ropa que había seleccionado al tuntún de la cama–. Imagino que ya sabes dónde está la salida –Tess no necesitaba distracciones aquella mañana, y Rafe era una de ellas.

      –¿No podría darme una ducha?

      Tess resopló con exasperación. Era un error imitar la mirada lastimera de un cocker spaniel cuando tu cuerpo se parecía a un elegante y musculoso dóberman.

      –Supongo que sí –accedió con poca cortesía. A medio camino hacia la puerta, se detuvo y se volvió hacia él–. No hace falta que te diga que preferiría que no mencionaras a nadie lo que… lo que te he contado. Que Ben no es mío. Me puse un poco tonta –Tess hizo una mueca mental al recordar sus patéticos sollozos sobre el pecho de Rafe.

      Rafe contrajo la mandíbula con indignación. «¡Para que luego hablen de la amistad!». Aquella exhibición de confianza resultaba conmovedora.

      –¿Quieres decir que no puedo pregonarlo por toda la aldea? –Rafe conocía a muchas personas, pero pocas eran las que consideraba sus amigas y las que merecían su confianza. No era mucho pedir que la confianza fuera mutua.

      Tess suspiró.

      –Está bien, está bien… no hace falta que te molestes. Solo quería cerciorarme.

      –Quizá no te hayas dado cuenta, pero me siento un poco vulnerable emocionalmente después de lo de anoche. Puede que también deba pedirte que hagas un juramento de confidencialidad.

      –Ah, ya lo había olvidado –mintió Tess con fluidez. No sabía por qué la idea de conocer las confidencias de Rafe sobre su vida amorosa la impulsaba a salir corriendo. Había sido fácil burlarse de las numerosas relaciones superficiales de Rafe, incluso despreciarlas, pero no le hacía gracia imaginar a Rafe enamorado, dispuesto