Franz Julius Delitzsch

Comentario al texto hebreo del Antiguo Testamento - Isaías


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llamado Lewy Hirsch, del que recibió su interés por la historia y religión judía. La interesó especialmente la historia, lengua y teología del Israel antiguo, de tal forma que fue, y sigue siendo, uno de los mejores hebraístas de todos los tiempos. Era de origen y confesión cristiana protestante, estudió teología en Leipzig, y se interesó en especial por la lengua y literatura hebrea, que él dominaba como los mejores rabinos de su tiempo1.

      Fue profesor de teología en Leipzig (1844), Rostock (1846), Erlangen (1850) y finalmente en Leipzig (1967), donde se mantuvo hasta el final de su carrera universitaria. Fue un cristiano “protestante”, en la mejor línea luterana, e insistió en la experiencia profética de Dios, la revelación israelita y la justificación por la fe, fundada en Jesús de Nazaret, a quien concibe como Mesías de Israel y Salvador Universal, abierto por la Iglesia cristiana a todos los pueblos de la tierra. De manera consecuente, él estaba convencido de que el cristianismo era inseparable de su matriz judía, y en esa perspectiva fue un cristiano-judío.

      Pensaba que cierto tipo de catolicismo (cristianismo) había introducido en el mensaje de Jesús demasiados elementos paganos (helenistas), que iban en contra de su verdadera raíz israelita, es decir, bíblica del evangelio. Por eso quiso apoyar su visión y teología cristiana sobre la base del judaísmo, no sólo en teoría, a través del estudio de la Biblia israelita, sino en la práctica concreta del pensamiento y de la vida, recreando de un modo ejemplar la literatura rabínica, entendida como encuadre esencial para entender el cristianismo.

      En esa línea, fundó el año 1871 la Evangelisch-Lutherischen Centralverein für Mission unter Israel, es decir, la Comisión central evangélico-luterana para la misión en Israel, que tomó después el nombre de Evangelisch-lutherischer Zentralverein für Begegnung von Christen und Juden, esto es, la Comisión central … para el encuentro de cristianos y judíos, que sigue existiendo todavía. Al lado de esa comisión continúa trabajado el Institutum Judaicum Delitzschianum (integrado a la universidad de Münster), que tiene la finalidad de retomar las raíces judías del cristianismo y fomentar el estudio conjunto el de los temas judeo-cristianos.

      De esa forma quiso crear y creó una “misión para Israel”, es decir, para convertir a los israelitas, retomando así el empeñó del primer cristianismo de Jerusalén, pero no en un sentido proselitista, para lograr que los judíos se hicieran cristianos en la línea actual (occidental, helenista, latina o germana) de nuestras iglesias (las de su tiempo, en el siglo XIX), sino para que ellos, los judíos de nación, herederos directos de Isaías y de los profetas, establecieran su propia comunidad, retomando y recreando, desde Jesús, no sólo sus tradiciones teológicas, sino su mismo estilo de vida, sin dejar de ser judíos.

      Delitzsch no buscaba una asimilación de los judíos por parte de los cristianos actuales, sino un judaísmo que, manteniendo su propio identidad social y religiosa, aceptara el mesianismo de Jesús, no para integrarse en las iglesias cristianas del siglo XIX, sino para crear su propia iglesia, retomando los elementos centrales del judeo-cristianismo primitivo, sin perder por ello la novedad de Pablo y de aquellos judeo-cristianos de la primera Iglesia que extendieron el mensaje de Jesús a los gentiles. Ciertamente, Delitzsch no sabía de antemano, ni sabemos nosotros, lo que podría haber resultado esa iglesia cristiana neo-judía del siglo XIX, pero él estaba empeñado en hacerla posible, tendiendo puentes bíblico-teológicos de investigación conjunta y de diálogo, abriendo así un camino espléndido de estudio y compromiso eclesial, como una semilla que podría (debería) haber dado fruto.

      Delitzsch quería respetar a los judíos como pueblo y cultura propia, dentro de un contexto social y cultural “cristiano” (ilustrado). Ese intento podría haber desembocado en la mayor obra de creación religiosa, cultural y social del Norte de Europa, en los países donde era grande el influjo judío (no sólo en Alemania, sino también en su entorno cultural, en las tierras donde se hablaba el yiddish: Polonia, Austria, Hungría, Ucrania, Rusia etc. Pero el intento fue cortada de manera sangrante por el régimen nazi de Alemania, en la persecución (Holocausto/Shoa) del 1939-1945.

      Quizá el judaísmo en su conjunto no estaba dispuesto a dar los pasos que Delitzsch había previsto, aceptando a Jesús como Mesías, pero sin perder su identidad judía, en el plano cultural y religioso. Fueron pocos los judíos que se convirtieron al cristianismo, sin dejar de ser judíos, como Delitzsch quería. Pero tampoco las iglesias cristianas fueron totalmente receptivas a su proyecto y, por otra parte, el conjunto de la nación alemana no se hallaba preparado para recibir a los judíos, así “convertidos” dentro de su contexto social y cultural, político y económico. Sea como fuere, lo cierto es que un tipo de “sentimiento vital” y de política alemana tuvo un inmenso miedo ante el posible despliegue del judaísmo, y prefirió destruirlo de raíz. Fue el final de un posible camino de transformación humana, social y religiosa, de judíos y cristianos en el ámbito de la gran cultura europea del Norte y Este de Europa.

      Algunos quisieron que fuera no sólo el final de una misión evangelizado y de un pacto religioso, sino la “solución final” en el sentido incluso físico de la palabra, la negación plena y definitiva de las raíces judías de la cultura-vida de occidente, el fin del judaísmo y de las raíces judías del cristianismo. Pero no fue así, pues los nazis no pudieron matar a todos los judíos del mundo, y, aunque los hubieran matado, el judaísmo seguiría vivo en la memoria de los cristianos y del conjunto de la humanidad, como elemento clave de la revelación de Dios, de la historia del hombre y de la cultura de Occidente.

      Entendido de esa forma, el judaísmo forma parte de la obra teológica, cristiana (es decir, mesiánica) de F. Delitzsch y de su estudio no sólo de la lengua hebrea, sino de la literatura israelita, entendida en clave filológica y teológica, pues esos dos niveles están para él muy vinculados. El estudio de la lengua y literatura hebrea del Antiguo Testamento y del judaísmo fue para él una misión académica y cristiana (eclesial), en el sentido más profundo del término. Como herencia de su vida queda su gran trabajo universitario y eclesial, y, al mismo tiempo, su libros. Entre los fundamentales podemos citar los siguientes:

      ‒Neuer Kommentar über die Genesis, Leipzig 1887

      ‒Messianische Weissagungen in geschichtlicher Folge, Leipzig 1890

      ‒Berit Khadasha (Nuevo Testamento en Hebreo) Leipzig 1877

      ‒Die Psalmen, Leipzig 1894

      ‒Der Prophet Jesaja, Leipzig 1889

      ‒System der biblischen Psychologie, Leipzig 1861

      F. Delitzsch fue uno de los cristianos más significativos de su tiempo, no sólo por su estudio académico de la lengua hebrea, sino por sus grandes comentarios bíblicos, escritos desde una perspectiva judía y cristiana. Ciertamente, algunos de sus presupuestos críticos resultan hoy discutibles, lo mismo que su visión concreta de la historia social y política de los pueblos del entorno de Israel. Pero, en conjunto, sus comentarios siguen siendo iluminadores, de manera que se leen no sólo por interés “arqueológico”, sino por lo que aportan en un plano científico y cristiano. Pues bien, entre ellos destaca éste de Isaías.

      Para situarnos ya en el campo de nuestro libro, F. Delitzsch colaboró con F.C. Keil en la elaboración del gran Comentario al texto hebreo del Antiguo Testamento, escribiendo los comentarios a Salmos, Proverbios, Eclesiastés, Cantar de los Cantares e Isaías. Cada uno de ellos (especialmente los libros sobre Salmos e Isaías) son obras maestras en su género, y no han sido aún superadas, por el conocimiento del hebreo, la experiencia teológico-religiosa de fondo y su aplicación mesiánica (judeo-cristiana). Y con esto podemos pasar a nuestra obra.

      Esta obra fue escrita y reelaborada por F. Delitzsch a lo largo de más de veinte años, en diálogo con los mejores especialistas de su tiempo. La primera edición propia de Delitzsch apareció en Leipzig 1866 (editorial Dörfflin und Francke); la segunda, a los tres años, fue ya bastate reelaborada (Leipzig 1869); la tercera, a los diez años, fue totalmente reelaborada (Leipzig 1979), y algunos la consideran como definitiva. Sobre esta tercera edición alemana se hizo la traducción inglesa, elaborada por James Martin,