Diana Wang

Los niños escondidos


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calientes. Desde entonces el abuelo fue mi cómplice. Me acompañó muchas veces frente a distintas jaulas. Sólo él conocía el volcán que anidaba en mí. Cuando el abuelo murió, a los 94 años, quedé más sola y en dolorosa erupción.

      Es el primer recuerdo. Decantado por el tiempo, amasado con hechos posteriores, parece nadar en mi memoria flotando de cara al cielo. Marca un surco tan profundo que cubre de oscuridad los años siguientes.

      Los judíos italianos eran tan ciudadanos como cualquier otro, por eso y por ser fundadores del Partido Socialista Italiano, tantos judíos apoyaron a Mussolini. Siempre fue así en Roma, por siglos. Los judíos están en Italia desde el Imperio Romano, financiaron por ejemplo las guerras de la Galia de Julio César. El estar perseguidos fue un suceso novedoso en nuestra familia y en nuestro entorno, para el que no estábamos psicológicamente preparados.

      Me acuerdo que una vez fuimos a buscar a unas amigas de mi tía para avisarles que iba a haber una redada, para que se pudieran escapar. Fui con mi papá porque andar con un chico de la mano era más seguro, levantaba menos sospechas. Estas señoras decían que los iban a agrupar en un campo de concentración hasta que terminara la guerra. No sabían de qué se trataba en realidad, por lo cual no se escaparon. No había idea en Italia del verdadero peligro de muerte.

      Los idiomas

      Era muy común que los judíos europeos de entreguerras se manejaran indistintamente con dos o tres idiomas, expresión de la movilidad constante de las fronteras, de la historia familiar, de las migraciones recientes y de la forma en que se relacionaban con el medio circundante. El mapa de Europa había cambiado dramáticamente después de la Primera Guerra Mundial. Aparecieron nuevos países, otros recuperaron sus fronteras históricas, cambiaron las escuelas, los programas, la historia que se enseñaba, el idioma oficial en el que se dictaban las clases.

      Los judíos ashkenazíes –provenientes de Ashkenaz, Alemania– se comunicaron entre sí durante casi diez siglos en idish, su lengua materna. En contextos habitualmente hostiles, amenazados explícita o implícitamente con la expulsión, su per tenencia estaba signada por dos elementos por tátiles: el libro, es decir la Biblia, y un idioma, el idish.

      Casi todos los “niños” relatan que en sus casas, ya sea entre sus padres o entre sus abuelos, se hablaba idish. Entre los que vivían en los países orientales (Polonia, Rusia, Bielorrusia, Rumania) era común el conocimiento del ruso además del idioma correspondiente al lugar (polaco, ucraniano, rumano). Los que vivían o procedían de países per tenecientes al Imperio Austrohúngaro, tenían al alemán como su idioma adicional, además del que se hablaba donde vivían. En cambio, en países más occidentales como Francia, Bélgica u Holanda, tenían al francés como su idioma habitual pero mencionan que el idioma del intercambio familiar íntimo solía ser el idish, en especial si se trataba de familias de reciente emigración. Incluso en el testimonio del “niño” yugoslavo (Alber to Danon), el único sefaradí de este grupo, se advier te la cantidad de idiomas que menciona: dyudeoespañol o dyudezmo o dyidío (el conocido como “ladino” y que para los sefaradíes –provenientes de Sefarad, España– tiene el mismo valor de identidad que el idish para los ashkenazíes), yugoslavo, alemán, turco, y eso para empezar, cuando tan solo tenía cinco años.

      Pedro Boschán (1939, BUDAPEST, HUNGRÍA)

      Nací en Ujpest, un suburbio de Budapest, en el seno de una familia judía y agnóstica, pero no atea del todo, aunque no eran practicantes. Mi papá tenía tres hermanos varones y cinco mujeres, los cuatro hermanos varones eran socios en una fábrica de zapatos. Mi abuelo había sido zapatero en un pueblito llamado Ada, que está en una zona entre Hungría y Yugoslavia. Mi papá y sus tres hermanos varones fundaron esta fábrica de zapatos, después se asociaron con un hombre que no era de la familia, que era el padre de mi último amigo del colegio primario.

      Vivíamos en una casa grande, con un jardín. Recuerdo muy pocas cosas de antes de la guerra. Conservo dos escenas de la casa, en una yo tendría tres años y medio y, jugando con mi hermana mayor, mojábamos hojas y nos salpicábamos con el agua. En la otra habían dejado una vez una escalera contra un árbol de cerezas, entonces yo subí por la escalera y me caí, la escalera cayó arriba mío, aparentemente me fracturé el cráneo porque me quedaron los huesos desparejos. Otra cosa que recuerdo fue cuando mi abuelo materno estaba muriendo, que me llevaron a su cama cuando estaba en las últimas horas. No me acuerdo nada de mi abuela materna, que para mi mamá fue un personaje importante. Con nosotros vivían mis abuelos maternos, mis padres, mi hermana nueve años mayor que yo y la niñera.

      Mi familia directa tenía poca conexión con la comunidad judía. Entre los hermanos de mi papá eran todos socialistas. En casa se cocinaba comida judía, pero con tradición húngara. No recuerdo haber visto a ninguno de mis primos o tíos con la kipá, ni nada por el estilo. Hablábamos en húngaro, no en idish.

      Sofía Ordinanc / Noëlly (1939, BRUSELAS, BÉLGICA)

      Sé muy poco del momento en que nací. Sé que me pusieron de nombre Sofía, que mi mamá biológica se llamaba Adèle, igual que mi mamá adoptiva, que se llamaba Adela. Hace muy poco conseguí mi partida de nacimiento.

      No conozco la historia de mis padres, no sé si estaban casados, no sé nada de esa vida previa que debo haber tenido. Tengo unos papeles que mencionan a una Madame Bonnef en cuya casa estuve antes de los tres años, pero no tengo ni la menor idea de quién es.

      Después parece que estuve en un castillo, Mademoiselle Saurelle era la directora, y allí fui recogida cuando al parecer mi mamá, acosada por los nazis, se enfermó. De antes no sé nada. Después de muchos años supe cuál había sido la dirección de mis padres biológicos, o sea, mi lugar preciso de nacimiento. Sé que el nombre Sofía me lo puso mi mamá.

      Hélène Goldsztajn (1940, PARÍS, FRANCIA)

      Mis padres eran polacos oriundos de Serock, un pueblo distante unos 35 kilómetros de Varsovia. Siempre hablaban de Serock con nostalgia. El Narew allí se echa en el Bug formando un gran espejo de agua donde los jóvenes solían pasear en bote en el verano y patinar cuando, en el invierno, la superficie quedaba hecha una gran extensión helada. Allí se casaron y tuvieron su primera hija que falleció al poco tiempo de nacer. Después nació Hersz Maier, mi hermano, que hoy se llama Henri. En busca de mejores condiciones de vida y de mayor tolerancia, papá emigró a Francia en el año 1936. Dos años más tarde, mi madre y mi hermano abandonaron Polonia para reunirse con él.

      Mamá hablaba con orgullo de su padre, un estudioso, un talmudista. Mi papá, quien provenía de una familia pobre y numerosa, debió empezar a trabajar desde muy chico, y solo pudo ir al jeder, a la escuela judía. En París empezó a trabajar en la carnicería de un pariente, luego alquiló un local y abrió su propia carnicería.

      El tema de no tener ningún recuerdo de mis primeros seis años es lo que más me preocupa. Después de que mis padres fallecieron (mi mamá murió hace treinta años y mi papá hace casi veinte), sentí el dolor de querer saber y ya no tener a quién preguntar... ¿Cómo era posible haberlos escuchado hablar tantas veces de sus familias y de su vida durante la guerra y haberme quedado con tan pocos registros de sus relatos? Lo único que sé es que ambos tenían una gran familia y que las dos juntas podrían haber sumado unas cien personas. También sé que de estas cien personas solo quedaron cinco con vida después del horror de la guerra.

      Josette Laznowski (1940, PARÍS, FRANCIA)

      Nací tres días después de la ocupación alemana. Tenía una hermana que había nacido en el 37. Mis padres eran polacos, mamá era de un pueblo cercano a Varsovia y papá era de Tomaszow Mazowiecki. Fueron a Francia unos años antes de la guerra. No eran religiosos, era gente de trabajo que no quería tener problemas, como el 80 por ciento de los extranjeros, y luchaban para ganarse la vida. Se casaron en Francia donde nació Adèle, mi hermana mayor. Mi papá era sastre y mamá lo ayudaba.

      Mi mamá me contó que cuando estaba en el trabajo de parto se cortó la luz y en la clínica le pedían que se aguantara. Pero parece que yo no me quise retrasar.

      Rosa Rotenberg / Rosi (1941, VARSOVIA, POLONIA)