Arthur Machen

La casa de las almas


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estadounidense, “pies fríos”, para indicar un humor deprimido y desanimado! Sin embargo, de uno u otro modo, la historia se terminó y a la postre me saqué la “idea” de la cabeza. He entrado en tanto detalle acerca de “Un fragmento de vida” porque me han asegurado en distintos círculos que es lo mejor que he hecho, y para los estudiosos de los tortuosos caminos de la literatura podría ser de interés saber de los abominables esfuerzos para lograrlo.

      “La gente blanca” es del mismo año que el primer capítulo de “Un fragmento de vida”, 1899, que también fue el año de Jeroglíficos. El hecho es que justo en ese momento me encontraba de muy buen ánimo literario. Me había pasado un año entero atosigado y preocupado en la oficina de Literature, un periódico semanal que era publicado por The Times, y otra vez desocupado me sentía como un preso liberado de sus cadenas: listo para danzar en letras hasta donde fuera. Pensé de inmediato en un “gran romance”, una obra muy elaborada y compleja, llena de las cosas más extrañas y excepcionales. He olvidado cómo fue que este diseño se vino abajo, pero al experimentar descubrí que el gran romance se quedaría en el valiente estante de los libros no escritos, el estante donde se encuentran todos los espléndidos libros con sus portadas de oro. “La gente blanca” es un pequeño salvamento del naufragio. De manera curiosa, como se insinúa en el prólogo, el origen de esta historia se encuentra en un libro de texto de medicina. En el prólogo se hace referencia a un artículo del doctor Coryn. Aunque después descubrí que el doctor Coryn sólo citaba un tratado científico del caso de una señora cuyos dedos se inflamaron con violencia porque vio una pesada ventana-guillotina caer sobre los dedos de su niño. Junto con esta instancia, desde luego, deben considerarse todos los casos de estigmas, tanto antiguos como modernos; y entonces la pregunta resulta bastante obvia: ¿qué límites nos resulta viable poner a los poderes de la imaginación? ¿Acaso no tiene la imaginación al menos el potencial de realizar cualquier milagro, por muy asombroso, por muy increíble que sea, de acuerdo con nuestros estándares normales? En cuanto al decorado de la historia, eso es una mezcolanza que me atrevo a considerar un tanto ingeniosa de pedacería de leyendas tradicionales y de brujas y de invenciones mías. Varios años después me divirtió recibir una carta de un caballero que, si no mal recuerdo, era maestro en alguna parte de Malaya. Este caballero, un estudioso serio del folclor, estaba redactando un artículo sobre algunas cuestiones singulares que había observado entre los malayos, y en especial una especie de estado licantrópico que algunos podían invocar sobre sí mismos. Había encontrado, según dijo, similitudes sorprendentes entre el ritual mágico de Malaya y algunas de las ceremonias y prácticas insinuadas en “La gente blanca”. Él suponía que todo esto no era invención sino hecho; es decir, que yo estaba describiendo prácticas que en verdad existían entre la gente supersticiosa de la frontera galesa; me iba a citar en su artículo para la Revista de la Asociación de Folcloristas, o como se llame, y sólo quería avisarme. Escribí cuanto antes a la revista para prevenirlos, pues ¡todos los pasajes seleccionados por el estudioso eran ficciones de mi propio cerebro!

      “El gran dios Pan” y “La luz más recóndita” son relatos de una fecha anterior y se remontan a 1890, 1891, 1892. He escrito bastante sobre ellos en Cosas lejanas y en el prefacio a una edición de “El gran dios Pan” publicada por los señores Simpkin y Marshall en 1916. Ahí hablo de manera extensa de los orígenes del libro. Pero debo volver a citar algunos fragmentos de las reseñas que recibieron a “El gran dios Pan” y me causaron enorme entretenimiento e hilaridad, y fueron de lo más refrescantes. Aquí hay algunas de las mejores:

      No es la culpa del señor Machen sino su desgracia que uno tiemble de risa y no de miedo al contemplar sus espantos psicológicos.

       The Observer

      Su horror, lamentamos informar, nos deja bastante fríos… y nuestra piel se rehúsa con obstinación a erizarse.

       Chronicle

      Sus espantos no asustan.

       The Sketch

      Mucho nos tememos que lo único que logra es hacer el ridículo.

       Manchester Guardian

      Horripilante, espantoso y aburrido.

       Lady’s Pictorial

      Una pesadilla incoherente de sexo… que pronto acabaría en locura si no se le contuviera… inocua por absurda.

       Westminster Gazette

      Y así sucesivamente. Varios periódicos, recuerdo, declararon que “El gran dios Pan” era tan sólo un refrito estúpido e incompetente de Là-Bas y À Rebours de Huysmans. Yo no había leído esos libros, así que conseguí los dos. Y ahí me resultó posible percibir que mis críticos tampoco los habían leído.

      ARTHUR MACHEN

      UN FRAGMENTO DE VIDA

      I

      EDWARD DARNELL DESPERTÓ del sueño de un bosque antiguo y de un pozo cristalino que se elevaba en una veladura gris de vapor bajo un calor nebuloso y destellante, y al abrir los ojos vio la luz del sol que brillaba en su cuarto y relumbraba en el barniz de los muebles nuevos. Volteó y encontró vacío el lugar de su esposa y, con cierta confusión y asombro del sueño todavía rondando en su mente, él también se levantó y empezó a vestirse deprisa, ya que se estaba despertando un poco tarde y el autobús pasaba por la esquina a las 9:15. Era un hombre alto y delgado, de cabello y ojos oscuros, y pese a la rutina de la Ciudad, a tener que juntar cupones y a toda la monotonía mecánica que había durado diez años, aún había en torno a él una especie de gracia silvestre, como si hubiera nacido siendo una criatura del bosque antiguo y hubiera visto la fuente brotar del musgo verde y las rocas grises.

      El desayuno estaba servido en la planta baja, en la habitación de atrás con las ventanas francesas que daban al jardín, y antes de sentarse frente a su plato de tocino frito besó a su esposa de manera seria y cumplida. Ella tenía cabello castaño y ojos cafés, y aunque su bello rostro era serio y apacible, uno habría pensado que podría haber estado esperando a su marido bajo los árboles antiguos, luego de bañarse en el estanque hundido entre las rocas.

      Tenían mucho de que hablar en lo que servían el café y se comían el tocino, y el huevo de Darnell ya lo traía la sirvienta, una muchacha estúpida de rostro polvoriento que siempre miraba fijo. Llevaban un año de casados y habían congeniado estupendamente; rara vez permanecían en silencio durante más de una hora, pero en las últimas semanas el regalo de la tía Marian les había brindado un tema de conversación que parecía inagotable. La señora Darnell había sido la señorita Mary Reynolds, hija de un subastador y agente inmobiliario de Notting Hill, y la tía Marian era la hermana de su madre, y supuestamente se había rebajado un poco al casarse en forma modesta con un comerciante de carbón, en Turnham Green. Ella había sentido mucho la actitud de su familia y los Reynolds lamentaron muchas de las cosas que se dijeron