Mark Dever

Las nueve marcas de la iglesia sana


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y muchos otros han sido aliados en el ministerio desde antes de acercarse a mí con la posibilidad de publicar este libro hace unos quince años.

      Las nueve marcas que he escogido abarcar parecen tan relevantes hoy como en ese entonces. Muchos otros aspectos de la iglesia pueden ser discutidos con provecho, pero me gustaría continuar haciendo énfasis en estos temas. Las conversaciones con pastores y otros líderes eclesiales que he tenido durante estos años no me han hecho cambiar de opinión.

      En esta tercera edición revisada, algunos argumentos han sido añadidos (acerca de, por ejemplo, la predicación expositiva, la naturaleza del evangelio y el complementarismo), las ilustraciones han sido actualizadas y los apéndices han sido modificados o agregados. Pero la estructura básica del libro permanece igual.

      He recibido ayuda para estas revisiones de tantos amigos que sería difícil mencionarlos. Sin embargo, no puedo omitir a tres de ellos debido a la cantidad de atención que dedicaron a este proyecto y la ayuda que me brindaron: Mike McKinley, Bobby Jamieson y Jaime Owens. Además, mi querida esposa Connie volvió a leer el libro entero e hizo comentarios detallados para mejorar todo el contenido.

      Como en cada edición, todos los errores de expresión y juicio son míos. Si algo bueno queda de la obra, toda la gloria es para Dios.

      Mark Dever

      Pastor principal

      Capitol Hill Baptist Church

      Washington, D.C.

      Septiembre 2012

      Mientras escribo este prefacio a la nueva edición ampliada de Las nueve marcas de la iglesia sana, estoy a punto de celebrar diez años pastoreando la misma congregación. Para algunos, eso suena como una eternidad; para otros, puede parecer como que acabo de comenzar. Para ser honesto, siento que es un poco de las dos.

      Confieso que pastorear una iglesia a veces es un trabajo difícil. Ha habido momentos en los cuales mis lágrimas no han sido de gozo, sino de frustración, o tristeza, o incluso algo peor. Las personas que están menos felices y abandonan la iglesia a menudo son aquellas en quienes se ha invertido más tiempo, y las que más han hablado a otros al dejar de asistir. Y a veces sus comentarios no han sido edificantes ni alentadores. No han pensado en el impacto que sus acciones tienen sobre la vida de otros —el pastor, la familia del pastor, aquellos que los han amado y que han trabajado con ellos, cristianos jóvenes que están confundidos y otros a quienes ellos han hablado incorrectamente. Hay cosas por las cuales trabajo que no resultan, y cosas por las que me preocupo que no le preocupan a nadie más. Algunas cosas que anhelo no se hacen realidad y ocasionalmente incluso llegan tragedias. Es natural para las ovejas perderse y para los lobos comérselas. Creo que si no puedo lidiar con eso, simplemente debería dejar de servir como pastor.

      Sin embargo, siendo honesto, ¡la mayor parte de mi trabajo me emociona! Agradezco a Dios por los muchos momentos en los cuales he derramado lágrimas de gozo. Por la gracia de Dios, el número de personas que salen de la congregación inconformes ha sido opacado por el número de personas que salen con lágrimas de gratitud y aquellos que están llegando. En nuestra congregación hemos experimentado un crecimiento que no ha sido dramático si consideramos cualquier periodo de un año, pero que me asombra cuando hago una pausa y veo al pasado. He visto a hombres jóvenes convertirse a Cristo y con el tiempo entrar al ministerio. Mientras escribo esto, dos de los hombres que sirven como pastores fueron primero amigos míos cuando no eran cristianos. Yo estudié el Evangelio de Marcos con ellos. Por la gracia de Dios, vi a ambos llegar a conocer al Señor, y ahora me siento y los escucho predicar el evangelio eterno a otros. Tengo que contener la emoción y las lágrimas mientras escribo estas palabras.

      La iglesia entera ha prosperado. Luce sana. Las tensiones en las relaciones se manejan de manera piadosa. Una cultura de discipulado ha echado raíz. La gente va de aquí al seminario o a sus trabajos como maestros, arquitectos o empresarios más comprometida con sus labores y con su evangelismo. Hemos visto muchos matrimonios comenzar y familias jóvenes florecer. Hemos visto a personas envueltas en la política ser instruidas en su cosmovisión; a creyentes en diferentes esferas de la vida creciendo en su comprensión del evangelio; y una aplicación de la disciplina bíblica que intenta sacar del engaño a aquellos que podrían estar autoengañados. El gozo ha sobrepasado el dolor. La gracia de Dios para con nosotros parece incrementar con cada persona que encontramos.

      A medida que la Palabra de Dios ha sido enseñada, el apetito de la congregación por buena enseñanza ha crecido. Una sensación palpable de expectativa se ha desarrollado en la congregación. Hay mucha emoción cuando la iglesia se reúne. Los santos más ancianos reciben el cuidado que necesitan mientras atraviesan sus días difíciles. El cumpleaños número noventa y seis de un hermano querido fue celebrado por un grupo de jóvenes de la iglesia que lo llevaron a McDonald’s (¡su restaurante favorito!). Matrimonios heridos han recibido ayuda; personas heridas han sido sanadas por Dios. Los jóvenes han aprendido a apreciar los himnos y los mayores a apreciar los coros cantados con vigor. Un sinnúmero de horas han sido dedicadas en servicio silencioso para edificar a otros. Se ha orado por la toma de decisiones difíciles y se ha celebrado después de que se llevan a cabo. Nuevas amistades se forman cada día. Hombres jóvenes que han pasado tiempo aquí con nosotros están ahora pastoreando congregaciones en Kentucky, Michigan, Georgia, Connecticut e Illinois. Ellos están predicando en Hawái y Iowa. El presupuesto para misiones ha escalado de unos miles de dólares al año a unos cientos de miles de dólares al año. Nuestra compasión por los perdidos ha crecido. Y podría continuar. Dios ha sido bueno con nosotros evidentemente. Hemos conocido lo que es ser una iglesia sana.

      MI CAMBIO SORPRENDENTE

      No tenía la intención de que todo esto sucediera cuando llegué. No vine con un plan o programa para producir todo esto. Vine comprometido con la Palabra de Dios, comprometido a dedicar todo mi ser a conocerla, creerla y enseñarla. Había visto la desgracia de los que son miembros de una iglesia sin ser convertidos y estaba preocupado por eso, pero no tenía una estrategia cuidadosamente diseñada para tratar con el problema.

      En la providencia de Dios, yo había hecho un doctorado enfocado en un puritano (Richard Sibbes) cuyos escritos acerca del cristiano individual amé, pero cuyas concesiones en cuanto a la iglesia me parecían desacertadas. Las iglesias que no son sanas causan pocos problemas a los cristianos más sanos; pero imponen una carga cruel para el crecimiento de los cristianos más jóvenes y débiles. Se aprovechan de quienes no entienden bien la Escritura. Desorientan a los niños espirituales. Incluso toman la esperanza de los no cristianos acerca de la posibilidad de una vida diferente, y parecen negar que exista. Las malas iglesias son fuerzas antimisioneras increíblemente efectivas. Yo lamento profundamente el pecado en mi propia vida, y la amplificación colectiva del pecado en la vida de tantas iglesias. Estas hacen que Jesús parezca un mentiroso al prometer vida abundante (Juan 10:10).

      Todo esto cobró mayor importancia en mi vida cuando, en 1994, llegué a ser el pastor principal de la congregación donde hoy sirvo. Sentí el peso de esa responsabilidad sobre mis hombros. Pasajes como Santiago 3:1 («un juicio más severo» LBLA) y Hebreos 13:17 («han de dar cuenta») llenaban mi mente. Muchas circunstancias convergieron para enfatizarme la importancia que Dios otorga a la iglesia local. Pensé en una declaración del pastor y maestro de pastores escocés del siglo XIX John Brown, quien, en una carta de consejos paternales a uno de sus pupilos recién ordenado para pastorear una congregación pequeña, escribió:

      Conozco la vanidad de tu corazón y sé que te sentirás mortificado porque tu congregación es demasiado pequeña, en comparación con las de los hermanos a tu alrededor; pero confórtate a ti mismo con las palabras de un viejo hombre: cuando vengas a rendir cuenta de ellos al Señor Jesucristo, delante de su trono de justicia, pensarás que tuviste suficiente1.

      Al observar la congregación que tenía bajo mi cuidado, sentí el peso de tener que rendir cuentas a Dios.

      Pero fue al predicar series de sermones expositivos, un libro tras otro, que todas las enseñanzas de la Biblia acerca de la iglesia llegaron a ser más centrales para mí. Empezó a parecerme obvio que