es responsable de preparar a la próxima generación de líderes. Ninguna universidad cristiana, ningún curso o seminario puede hacer esto. Y esa preparación de nuevos líderes —tanto para servir dentro como fuera de la iglesia local— debería ser una de las metas de nuestra iglesia.
En retrospectiva, me anima ver la obra de Dios aquí y en muchas otras congregaciones. En la vida en comunidad de esta congregación he visto una iglesia sana en acción. Esta salud es evidente, creciente, es causa de gozo y glorifica a nuestro Dios.
Algunas personas piensan que la «salud» no es una imagen muy buena. Tal vez piensan que es una perspectiva demasiado centrada en el hombre o demasiado terapéutica. Pero tras considerarlo, yo cada vez estoy más convencido de que hablar de una iglesia sana es una buena imagen para representar algo firme, íntegro, correcto y justo.
Jesús habló de la salud de nuestros cuerpos como una imagen de nuestro estado espiritual (cf. Mateo 6:22–23 [Lucas 11:33–34]; cf. 7:17–18). Él dijo: «Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos» (Mateo 9:12 [Marcos 2:17; Lucas 5:31]). Jesús sanó los cuerpos de las personas enfermas para señalar la sanidad que Él ofrecía a sus almas (cf. Mateo 12:13; 14:35–36; 15:31; Marcos 5:34; Lucas 7:9–10; 15:27; Juan 7:23). Los discípulos en Hechos continuaron con el mismo ministerio de sanación que exaltaba a Cristo (Hechos 3:16; 4:10).
Pabló usó la imagen de un cuerpo para referirse a la Iglesia de Cristo, y describió su prosperidad usando imágenes orgánicas de crecimiento y salud. Por ejemplo, Pablo escribió que «hablando la verdad en amor, crezcamos en todos los aspectos en aquel que es la cabeza, es decir, Cristo, de quien todo el cuerpo (estando bien ajustado y unido por la cohesión que las coyunturas proveen), conforme al funcionamiento adecuado de cada miembro, produce el crecimiento del cuerpo para su propia edificación en amor» (Efesios 4:15–16 LBLA). Pablo describió la doctrina correcta en Tito 2:1 como «sana» doctrina. Juan saludó a su hermano en Cristo diciéndole: «deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma» (3 Juan 2).
No estamos sugiriendo que es la voluntad de Dios que todos Sus hijos tengan buena salud física en esta vida, sino simplemente afirmamos que la salud es una imagen natural que Dios mismo ha aprobado para referirse a aquello que es bueno y correcto. Como expresé antes, algunos cristianos, preocupados por no dar lugar a una cultura equivocadamente terapéutica, se abstienen de usar tales imágenes. Sin embargo, el abuso del lenguaje no debería limitar su uso apropiado. Y con este entendimiento de la salud —su conexión a la vida y la prosperidad; las normas objetivas de lo que es bueno y correcto; el gozo que implica; el cuidado que requiere— podemos ver fácilmente la sabiduría que hay en nuestro deseo de procurar la salud espiritual de nuestra propia alma, y de trabajar para tener iglesias sanas. Ese fue el propósito con el cual se escribió este libro. Y es mi oración que Dios lo use ahora para cumplir ese propósito en tu vida y en la vida de tu iglesia.
Mark Dever
Washington, D. C.
Junio de 2004
INTRODUCCIÓN
El autor y teólogo David Wells reportó algunos hallazgos interesantes de una encuesta realizada en siete seminarios en 1993. Uno en particular me pareció impactante: «Estos estudiantes no están satisfechos con el estado actual de la iglesia. Creen que ha perdido su visión, y quieren de ella más que lo que les está dando». Wells mismo estuvo de acuerdo: «Ni su deseo ni su juicio en esto son erróneos. De hecho, no es sino hasta que experimentamos una insatisfacción santa por el estado de las cosas que podemos plantar las semillas de reforma. Por supuesto, la sola insatisfacción no es suficiente»2.
La insatisfacción, ciertamente, no es suficiente. Encontramos insatisfacción con la iglesia por todas partes. Los estantes de las librerías gimen bajo el peso de libros con fórmulas para corregir lo que le aqueja. Los conferencistas viven de hablar acerca de enfermedades congregacionales que siempre parecen resistir y sobrevivir a los remedios que ellos proponen. Los pastores ven la vida de la iglesia y se gozan por razones equivocadas, o se desgastan en confusión e incertidumbre. Los cristianos quedan a la deriva, andando como ovejas sin pastor. Pero la insatisfacción no es suficiente. Necesitamos algo más. Necesitamos recuperar positivamente lo que la iglesia debe ser. ¿Cuál es la naturaleza y esencia de la iglesia? ¿Qué debe distinguir y marcar a la iglesia?
PARA LOS HISTORIADORES
Los cristianos a menudo hablan acerca de las «marcas de la iglesia». En su primer libro publicado, Men with a Message [Hombres con un mensaje], John Stott resumió la enseñanza de Cristo a las iglesias en el libro de Apocalipsis de la siguiente manera: «Estas, entonces, son las marcas de la iglesia ideal —amor, sufrimiento, santidad, sana doctrina, autenticidad, evangelismo y humildad. Esto es lo que Cristo desea encontrar en Sus iglesias al caminar en medio de ellas»3.
Pero este lenguaje también tiene una historia más formal, la cual debe ser reconocida antes de embarcarse en una consideración extensa acerca de «Las nueve marcas de la iglesia sana».
Los cristianos han hablado desde hace mucho acerca de las «marcas de la iglesia». En este tema, así como en mucho del pensamiento de la iglesia —desde las primeras definiciones de la persona de Cristo y la Trinidad hasta las reflexiones de Jonathan Edwards acerca de la obra del Espíritu Santo— la pregunta de cómo distinguir lo verdadero de lo falso ha llevado a una definición más clara de lo verdadero. El tema de la iglesia no llegó a ser el foco de debates formales sino hasta la Reforma. Antes del siglo XVI, la naturaleza de la iglesia no se discutía sino que se asumía. Esta era considerada como el medio de gracia sobre el cual el resto de la teología descansaba. La teología católica romana usa la frase «el misterio de la Iglesia» para referirse a la profundidad de la realidad de la Iglesia, la cual nunca puede ser explorada completamente. En la práctica, la Iglesia de Roma respalda su afirmación de ser la Iglesia verdadera y visible apelando a la sucesión de Pedro como obispo de Roma.
Sin embargo, con la llegada de las críticas radicales de Martín Lutero y otros en el siglo XVI, la discusión acerca de la naturaleza de la iglesia vino a ser inevitable. Como lo explica un académico, «la Reforma hizo que el evangelio, y no la organización eclesiástica, fuera la prueba para reconocer a la iglesia verdadera»4. Calvino cuestionó el que Roma afirmara ser la Iglesia verdadera con base en la sucesión apostólica: «Especialmente en la organización de la iglesia nada es más absurdo que respaldar la sucesión solo en personas mientras se excluye la enseñanza»5. Desde entonces, por tanto, las notae, signa, symbola, criteria o marcas de la iglesia han sido un foco necesario de discusión.
En 1530, Melanchthon redactó la Confesión de Augsburgo, que afirma en el artículo 7 que «la iglesia es la congregación de los santos, en la cual el evangelio es enseñado correctamente y los sacramentos son administrados correctamente. Y para la verdadera unidad de la iglesia es suficiente que haya unidad de creencia en cuanto a la enseñanza del evangelio y la administración de los sacramentos»6. En su Loci Communes (1543), Melanchthon repitió esa idea: «Las marcas que caracterizan a la iglesia son el evangelio puro y el uso apropiado de los sacramentos»7. Desde la Reforma, los protestantes generalmente han visto estas dos cosas —la predicación del evangelio y la administración apropiada de los sacramentos— como las marcas que separan a la iglesia verdadera de las impostoras.
En 1553, Thomas Cranmer produjo los cuarenta y dos artículos de la Iglesia de Inglaterra. Aunque no fueron promulgados oficialmente sino hasta más adelante en el siglo XVI como parte del asentamiento isabelino, estos muestran el pensamiento del gran reformador inglés con respecto a la iglesia. El artículo 19 dice (de la misma manera que aún aparece en los treinta y nueve artículos): «La iglesia visible de Cristo es una congregación de hombres fieles, en la cual se predica la palabra pura de Dios, y se administran debidamente los sacramentos, conforme a la ordenanza de Cristo en todas las cosas que por necesidad se requieren para los mismos»8.
En la Institución de la religión cristiana de Juan Calvino, el tema de la distinción entre la iglesia falsa y la verdadera se desarrolla en el libro 4. En el capítulo