Constantino Bértolo

¿Quiénes somos?


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      FUERA DE COLECCIÓN, 6

      Constantino Bértolo

      ¿Quiénes somos?

      55 LIBROS DE LA LITERATURA

      ESPAÑOLA DEL SIGLO XX

      editorial periférica

      PRIMERA EDICIÓN: febrero de 2021

      DISEÑO DE COLECCIÓN: Julián Rodríguez

      Esta obra ha recibido una ayuda a la edición

      del Ministerio de Cultura y Deporte.

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      © Constantino Bértolo, 2021

      c/o Agencia Literaria CBQ SL | [email protected]

      © de esta edición, Editorial Periférica, 2021. Cáceres

       [email protected]

       www.editorialperiferica.com

      ISBN: 978-84-18264-87-0

      La editora autoriza la reproducción de este libro, total o parcialmente, por cualquier medio, actual o futuro, siempre y cuando sea para uso personal y no con fines comerciales.

      A Julián, claro

      Qué o quién nos lee cuando leemos.

      juan carlos rodríguez

      introducción

      Este libro nace de un encargo. Semanas antes de su inesperado fallecimiento, Julián Rodríguez, director de la editorial Periférica, me propuso su escritura: «Se trata de seleccionar cincuenta y cinco libros de la literatura en castellano1 del siglo xx, a tu criterio, comentando de manera breve cada uno de ellos en no más de folio y medio o dos. Piénsalo y me dices».

      No me llevó mucho tiempo decidirme. Proponer o recomendar una lista de libros de la literatura española del siglo xx no es, en sí, algo inusual. En la prensa resulta frecuente la aparición de listas de carácter semejante o muy parecido: diez novelas inolvidables, siete mil libros imprescindibles, las noventa y nueve mejores novelas de la literatura universal, sesenta y nueve poemas de amor, los mil mejores libros del año… Autoras y autores, editoras y editores, periodistas culturales y famosas o famosillos del retablo cultural, a todos ellos se los sigue invitando a presentar sus listas de preferencia, la mayoría de las veces sin necesidad de apostilla o razón explicativa alguna. Lo que hacía diferente la propuesta de Julián era su publicación en forma de libro2 y la pertinencia de las dos condiciones señaladas: número y extensión.

      La literatura como conversación

      Si la literatura, como señala Juan Carlos Rodríguez, es una manera de intentar decir «yo soy», esta propuesta nace de un intento de saber cuál sería la respuesta de la literatura a la pregunta de quiénes somos. Sería ingenuo pensar que en ella se esconden respuestas claras o unívocas. Y sería pecar de inocente ignorar que toda respuesta depende también de la pregunta planteada y, aunque no hay preguntas sin juicios previos, hemos tratado de plantear las nuestras desde una actitud lo más abierta posible a fin de que la interrogación sobre quiénes somos contuviera miradas y ángulos de refracción diversos y a la vez complementarios.

      La literatura como un conjunto enorme e inabarcable de textos que la sociedad, para su acceso y conocimiento, organiza y ordena a través de la historiografía, la enseñanza y la crítica. La literatura en cuanto historia de la literatura y en cuanto jerarquía, dos conceptos que al acoplarse dan como resultado la relación o canon –un concepto teóricamente ya periclitado y que el mercado y las listas de los libros más vendidos se han llevado por delante– de obras literarias tenidas por modélicas según los criterios y gustos de aquellos agentes e instituciones culturales que, en cada momento histórico, detentan y gestionan de manera hegemónica, además de esa competencia, la de otorgar o negar a determinados textos y discursos la condición de obra literaria.

      Valdría entender aquí que la literatura es una de las herramientas que la sociedad utiliza para construir su identidad, un espejo semántico en el que mirarse y reconocerse: un mecanismo de autonarración, en definitiva. La literatura como espejo del transcurrir humano, de su ser, de su estar. Huelga señalar que para una sociedad la literatura no es ni el único espejo ni el único medio de construcción de su identidad, pues bien podríamos adjudicar también ese papel al cine, a la arquitectura, a la fotografía, a la música, a la pintura, a los medios de comunicación y, hasta si me apuran, a la numismática. Su relevancia, su singularidad vienen determinadas por el hecho de que la literatura está construida con materiales muy semejantes –palabras, frases, historias, silencios– a los que usamos de manera principal para construirnos en calidad de seres individuales y sociales: hablar, pensar, imaginar, callar.

      Sucede que la literatura no es la única herramienta semántica que cumple una función social y cultural parecida. También la historia se nos presenta con el carácter de autonarración del común construida con análogos materiales, como un género que la tradición clásica incluía, pero que las concepciones más contemporáneas parecen haber invertido al integrar en ella la literatura a modo de capítulo o segmento. Ya ese dilema sobre la ubicación relativa de una respecto a la otra da aviso de que sus mutuas relaciones no son fáciles de establecer. Al fin y al cabo, son narraciones que se disputan –metafórica pero también tangiblemente, y eso aun cuando sus espacios y naturalezas sean diversos– un mismo objetivo: ofrecer una visión del mundo y de la vida. Entendemos, pues, la Historia y la literatu­ra como dos narraciones que se abducen mutuamente, que comparten igual fundamento en la palabra y en la sintaxis, que ca­minan juntas (y acaso revueltas) si bien sus bases semánticas y sus metas descansan en presupuestos, al menos en apariencia, distintos: la objetividad es la procura de la historia; lo subjetivo, la fuente de la literatura. Distinción pertinente, aunque haya quien entienda que la literatura es una búsqueda de la verdad y se pudiera admitir que la incertidumbre y la subjetividad son caracteres inherentes a las reconstrucciones históricas.

      Frente a la historia como concepción que se quiere fuerte –pero que se ve lastrada y debilitada por la imposibilidad de mostrarse objetiva o ajena a las luchas que se producen en su interior–, la literatura, desde su subjetividad relativa, puede suplir o complementar aquella incertidumbre que toda interpretación de la historia supone. En la imposible objetividad de la historia, la literatura se aposenta para acompañarla, interpretarla y ponerla en escena. Si la tradición humanista nos presenta la historia como búsqueda de una imposible verdad, la literatura sería el consuelo o la nostalgia de esa verdad perdida e inalcanzable.

      Ni la historia ni la historia de la literatura dan cuenta de todo lo sucedido o escrito, sino que, ante lo inconmensurable, en su relato proceden por eliminación, sopesando y eligiendo lo distintivo, lo significativo. Historia y literatura, por consiguiente y a modo de hipótesis de partida, entendidas en su condición de narraciones que conviven y en consecuencia intervienen una en la otra, que a veces se reafirman, pero que otras se sospechan, contradicen, contrarían o incomodan. Sobre esa capacidad de mutua intervención descansa nuestro criterio de selección. Al igual que el transcurrir histórico deja su huella en la literatura –con mayor o menor intensidad, con mayor o menor potencia–, también ésta, al actuar sobre los imaginarios colectivos, al introducirnos en ella –la literatura no deja de ser una experiencia compartida–, ejerce su influjo sobre ese relato histórico.

      Una doble injerencia que, según la mayor o menor capacidad de intervención que se le otorgue a cada una, da lugar en las páginas y manuales de la teoría literaria a consideraciones más o menos relevantes acerca del grado de autonomía que hay que conceder a la literatura, y también acerca del peso que las realidades políticas, sociales y culturales ejercen en la gestación y recepción de las obras literarias.

      Atendiendo a esta relación bilateral y dialéctica, nuestro criterio de selección valora la relevancia de ciertos libros según su capacidad para intervenir directamente no en la realidad histórica, sino en su relato, en la narración que subyace a modo de subjetividad colectiva en toda