Constantino Bértolo

¿Quiénes somos?


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la historia, esa narración difusa pero actuante en medio de la cual somos, vivimos, leemos, escribimos y estamos. En palabras de Jeanette Winterson: «Eso es lo que nos ofrece la literatura: un idioma lo bastante poderoso para contar cómo son las cosas. No es un lugar donde esconderse, es un lugar donde encontrar». Una conversación, por tanto, entre narraciones vivas que se desarrollan en un orden cronológico, aunque no lineal porque cada una tiene su propia dinámica, su propia memoria y sus propios procedimientos, medios de evaluación, legitimación y homologación.

      Así, estos cincuenta y cinco libros nos parecen relevantes por ser espejos de esa conversación dialéctica, cómplice o crítica, entre la literatura y la historia. Conversar, confrontar como formas de relación entre personas y cosas, como simpatía. Como careo o cotejo, como acción de poner dos cosas cara a cara, como un enfrentamiento. Conversación que en algunos casos puede dar paso al consenso o al acuerdo, y, en otros, al cuestionamiento, la discordia o el rechazo. Dialéctica, porque esa confrontación entre tesis y antítesis que protagonizan de modo alternativo cada una de esas narraciones da lugar a una síntesis dinámica sobre la que se construyen los imaginarios individuales y colectivos. La literatura como ecografía de la historia, chequeo semántico.

      Nuestro propósito es ofrecer una secuencia de la literatura en cuanto espejo proteico en continua evolución y transformación. En este sentido, entendemos que la literatura es espejo, pero a la vez es la historia de ese espejo, de los cambios técnicos que el propio espejo sufre a lo largo del camino. A nuestro parecer, la literatura se erige, pues, en mirada, en forma de ver el mundo, al tiempo que se erige en mirada sobre esa mirada y su evolución. La historia en su sentido de memoria cultural, y la literatura no en su sentido de contramemoria, sino en el de escrúpulo (piedra en el zapato), vigilancia y sospecha frente a una historia que más que ninguna otra narración está escrita desde el poder y para el poder. La literatura como piedra de toque, en disputa con la historia del relato de lo real, que interviene en la construcción de lo verosímil y cuestiona lo dado, lo aceptado, lo que se asume como verdadero.

      No estamos proponiendo un contracanon: tratamos de propiciar un diálogo crítico con la historia literaria dominante, ya manifiesta –considerando los manuales al uso–, ya implícita, si atendemos a los prestigios y prejuicios que circulan por nuestro campo literario. En ese diálogo consideramos que la literatura es un servicio público,3 un arte con vocación de intervenir en la esfera pública democrática.

      Una propuesta que no aspira a ser académica ni para académicos, que bien podría entenderse a modo de ironía, de gesto de deconstrucción con voluntad de intervenir en los procesos de jerarquización que tienen lugar en el seno de la sociedad. Al igual que sucede en toda selección, ésta supone exclusión, aunque no pretenda ser excluyente por más que a algunos les pueda parecer sectaria. Acusación ésta difícil de soslayar en toda propuesta que no lisonjee los criterios aceptables y aceptados. Una propuesta acaso violenta y no muy pacífica, consciente de que, más allá de los sueños de una horizontalidad anárquica o utópica, cuestionar una jerarquía implica la defensa de otra.

      Las pequeñas secuencias

      Hemos procurado perseguir algunas secuencias temáticas que, teniendo un orden cronológico, esbozan un mapa de la literatura española del siglo xx: España como problema, el mundo rural, proletariado y revolución, el feminismo, el poder de la Iglesia, la Guerra Civil y la posguerra, la resistencia antifranquista, Europa como destino, la cultura de la Transición y el fin del espejismo. Intentamos situar y comentar cada obra seleccionada según su representatividad y significación en esa conversación dialéctica con la narración histórica.

      Es obvio que no todas las obras literarias contienen la misma potencia a la hora de dialogar con la narración histórica. Esa capacidad depende de múltiples factores externos e internos: desde el poder en el medio literario y social de la autoría hasta el número de ejemplares vendidos, pasando por la autoridad del sello editorial donde se haya publicado y por el grado de legitimación obtenido en los espacios de la crítica y la opinión pública, sin olvidar el peso de las circunstancias culturales, sociales y políticas en que la recepción de la obra tiene lugar.

      Ésta es una propuesta política, que no propone una lectura neutral ni de la historia ni de la literatura: está realizada desde un criterio que podrá ser compartido o debatido o rechazado. No pretendemos dar ninguna lección moral ni política ni estética, pero tampoco rehuimos las respuestas y conclusiones si las hubiera. Sólo tratamos de mostrar que para la memoria cultural colectiva hay otros recorridos literarios posibles que acaso hablan de otras metas e intereses.

      Más allá de una idea autorreferencial y endogámica de la literatura, impermeable y ajena respecto a esa narración histórica de la que venimos hablando, cada libro se convierte en parte de un acontecimiento general –la literatura– y cobra significación histórica porque quiere pasar a formar parte del presente de esa narración de narraciones en la que respiramos y actuamos. Este libro, más que una antología, aspira a ser un ensayo sobre el entendimiento y el sentido de esa larga pregunta sobre lo que llamamos «literatura». Y sobre nuestra respuesta. La literatura: un buen lugar donde permanecer algún tiempo.4

      La voluntad

      azorín

      (monóvar, 1873 – madrid, 1967)

      En las primeras páginas de esta novela de Azorín, publicada en el año 1902, se lee la siguiente fábula protagonizada por un grupo de «jóvenes indignados»:

      En la deliciosa tierra de Nirvania todos los habitantes se sintieron tocados de un grande y ferviente deseo de regeneración nacional.

      ¡Regeneración nacional! La industria y el comercio fundaron un partido adversario de todas las viejas corruptelas; el Ateneo abrió una amplia información en que todos, políticos, artistas, literatos, clamaron contra el caciquismo en formidables Memorias; los oradores trinaban en los mitins contra la inmoralidad administrativa… Y un buen día tres amigos –Pedro, Juan, Pablo–, que habían leído en un periódico la noticia de unos escándalos estupendos, se dijeron: «Puesto que todo el país protesta de los agios, depredaciones y chanchullos, vamos nosotros, ante este acaso, a iniciar una serie de protestas concretas, definidas, prácticas; y vamos a intentar que bajen ya a la realidad».

      La fábula prosigue contando cómo, en contacto con la realidad, ese grupo de jóvenes acabará aceptando que el «ardimiento juvenil les había impulsado a concreciones y personalidades peligrosas» para, finalmente, integrarse en el juego político «haciendo votos para que en futuras edades mejore la suerte del pueblo de Nirvania, sin que por eso se atente a las tradiciones ni a los derechos adquiridos».

      En definitiva, y si quisiéramos de manera oportunista trasladar a hoy la moraleja, bien podríamos enunciarla diciendo que es la historia de cómo el podemos se acaba convirtiendo en esto es lo que hay.

      Pero no, esta no es una novela profética, sino una novela realista que, a través de la historia de un joven lleno de inquietudes literarias y políticas, nos da cuenta del desencanto político y vital de toda una generación de intelectuales –la llamada «generación del 98»– que, desde posiciones radicales, ya de corte anarquista, ya de raíz socialista, acaban acomodándose, vía pesimismo y escepticismo, «a lo dado», es decir, a la España del bipartidismo de liberales y conservadores.

      La voluntad representa dentro de la historia de la literatura española la muerte de la novela decimonónica, es decir, de aquella narrativa caracterizada por una arquitectura lineal, con asiento en el mecanismo de causa efecto, por su ambición de totalidad y por el deseo de objetividad. Para nuestra historiografía literaria, la novela de Azorín –junto con Camino de perfección, de Baroja; las Sonatas, de Valle-Inclán, y Amor y pedagogía, de Unamuno, publicadas también en ese año referencial de 1902– supone un giro radical, un salto, un cambio cualitativo en ese espejo que se pasea a lo largo del camino del que habla Stendhal: el surgimiento de una nueva mirada.

      Lo primero que llama la atención, ya desde sus primeras páginas, es la materialidad en el lenguaje:

      A lo lejos, una campana toca, lenta, pausada, melancólica. El cielo comienza a clarear indeciso. La niebla se extiende en largas