vida y en sus tránsitos.
Así, mientras vamos navegando entre luces y sombras, aprovechemos —yo así lo aconsejo y lo practico y vivo: cuando tengo ganas de reír, río; cuando tengo ganas de llorar (a menos que el entorno no lo permita), lloro, como una magdalena, me emociono con cualquier brisa rozando mi piel y voy viviendo muertes chicas, y algunas no tan chicas.
En esos tránsitos por las terapias y la propia evolución, poco a poco mis manos perdieron crispación y ganaron ternura, y creo que mi corazón se hizo más grande, y mis razones, los conocimientos que ocupaban un lugar inmenso y los conceptos que los adornaban, se van diluyendo, y lo hacen hasta tal punto que, cuando toco los cuerpos de las personas, puedo tocar y traspasar el umbral de su piel con toda naturalidad, sin dificultad alguna, en el preludio de una respiración. Entonces, puedo leer con toda atención en sus pieles, con los ojos y todos los sentidos ubicados en mis manos. Leo las diferentes historias, que se reflejan desde la profundidad a la superficie, porque ambas cosas son a su vez conceptos muy relativos; eso sí, siempre lo hago con el permiso explícito de la persona, con un respeto casi sagrado por lo que leo y con una atención absoluta a lo que verbalizo al respecto de la lectura, si es que creo necesario hacerlo.
En el inicio del proceso terapéutico y de forma previa, me dejo un rato a mí mismo, me posiciono con la persona; es como una calibración y una salida del dualismo al mismo tiempo, lo hago en una sintonía respiratoria y de mis oscilaciones posturales (ya lo veremos con detenimiento), y solo cuando siento que hay un cierto orden y empatía, entro en la lectura de su superficie, siguiendo su cartografía individual mientras se abre de forma progresiva el umbral de la piel.
Lo hace desde el prólogo previo que facilita dicha apertura a la intimidad táctil. Así, con la consciencia despierta, empiezo a buscar, y una vez localizado el sesgo en la trama personal de sus tejidos, dejo que mis dedos trabajen en esa urdimbre*, siguiendo una guía que percibo y que no es otra que la fuerza regeneradora y el sentido de la propia naturaleza sabia de la persona. Yo no hago casi nada; así, tal como suena. Entonces, es como quien lee un libro de tal calado y profundidad que no caben juicios ni razonamientos; lo que estás leyendo es lo que es, y en ese momento todo lo demás desaparece y aparece el trazo único del drama de algunas cuestiones humanas, a las que podemos dar una pequeña asistencia, que crecerá de manera exponencial por las leyes de los sistemas no lineales* que rigen cualquier sistema biológico y el propio Universo. Por esta ruta se pueden llegar a transformar muchos aspectos conflictivos de la persona, desde las claves de la memoria de su propia piel.
Lo que es placer o felicidad en el ser humano no necesita de esas lecturas, más bien de caricias de complacencia, o miradas de complicidad, y aunque parece que todo es samsara*, también hay muchos motivos de felicidad y placer. Pero cuando el sufrimiento llega a un límite, creo que se necesita una medicina sutil, que el terapeuta puede dar, porque ya la tomó y la experimentó lo suficiente; al menos, hasta el punto de llegar a ese nivel de lectura e reinformación sensorial de la piel que la persona precisa. Luego, con la información, el paciente y su médico interno se arreglan solos en un proceso natural de homeostasis.
Como iremos viendo, a ese proceso le siguen otros cambios, que conforman un contínuum de consciencia desde el terapeuta a la persona y su interior. Luego, en ocasiones se requerirá un trabajo personal de otro tipo, tanto para el paciente como por nuestra parte. Para prepararnos básica y continuamente se requiere que la persona desee encontrar y entienda los temas irresueltos y el sufrimiento a ellos adherido, tratarlos y poder reconocer de forma vivencial la carta de presentación del conflicto, vista desde las conexiones sin límites que tiene a flor de piel.
Dr. Ignasi Beltrán y Ruiz
Aquellos cuya visión no puede abarcar tres mil años de historia,
están condenados a revolotear en la oscuridad externa
y a vivir confinados en las fronteras del día.
Goethe
Y semejante espacio lo llamamos infinito,
porque no hay razón o naturaleza que deba limitarlo.
En él existen infinitos mundos semejantes a este
y no diferentes de este en su género,
porque no hay razón ni defecto de capacidad natural
(en potencia pasiva o activa),
por la cual así como en el espacio que nos rodea existen,
no existan igualmente en todo otro espacio
que por su naturaleza no es diferente ni diverso de este.
Giordano Bruno (1584)
Nicolás Copérnico, en el siglo xvi, elaboró de forma científica una teoría que revolucionaría la concepción del universo en un mundo teocéntrico y rígido perseguidor de toda supuesta herejía y con estructuras de ortodoxia Aristotélica y Galénica. Lo hizo a partir de una nueva teoría con respecto al heliocentrismo (los planetas giraban alrededor del sol), escribió al respecto una obra que tituló De revolutionibus orbium coelestium, que terminó en 1531, pero se publicó de forma póstuma en 1543.
Siguiendo las ideas de Copérnico y sus elaboraciones al respecto, apareció Giornado Bruno con una mente brillante, una potente imaginación proyectiva y un fuerte espíritu luchador. Realizó un importante trabajo de erudición, creatividad y síntesis entre ciencia y metafísica. Tomó el riesgo de dejarlo todo, incluso lo que le daba protección, y viajó proclamando en auditorios y universidades sus teorías, demasiado revolucionarias para las mentes de la época. En 1584 publicó De L´Infinito Universo e mundi; acabó juzgado y en la hoguera.
Leonardo Da Vinci, de una creatividad inmensa, también buscó de forma magistral e incansable entre muchos aspectos de las ciencias y las artes; entre ellos —y con cierta relación con el texto que presentamos—, lo hizo sobre la trama profunda del cuerpo, y durante una época muy difícil e inquisitorial donde atravesar de forma física la frontera sagrada de la piel para buscar o indagar suponía de por sí un riesgo y un gran reto. Buscaba, hurgando entre los órganos y el cerebro, dónde podía ubicarse el alma humana, entre otras curiosidades. No creo que la encontrara, pero insinuó aspectos muy interesantes de la anatomía sutil del cerebro y sus ventrículos, y nos dejó unos dibujos y esquemas maravillosos. Entre su extenso legado, su Manuscrito Anatómico (1510) es una auténtica joya y una extraordinaria obra de arte, y a la vez todo un tratado anatómico que, más tarde, Andrés Vesalio —otro de los transgresores en la época de la frontera de la piel— acabaría de completar en su tratado de anatomía De Human Corporis Fabrica (1593), con un estilo anatómico diferente y pragmático, de cara a la práctica médica.
He citado solo algunas genialidades de personas con arte, ciencia y humanidades, porque a ellos y a otros muchos destacados personajes de la época, debemos los esbozos de una ciencia humanista más libre. En realidad, fue la aportación de todos ellos y muchos otros la que condicionó, tras un cierto ostracismo de la época medieval, un giro total y necesario en la rueda de la historia. A partir de la cual, la corporalidad se proyecta hacia el infinito espacio del cosmos, y las exquisitas tramas y estructuras del mismo aparecen unidas a las personas y a todos los elementos de la Tierra. Sobre esa época se producen cambios importantes en las estructuras sociales y culturales, y también en aspectos corporales y estéticos, la persona individual adquiere una elevada singularidad.
Todos estos sabios huyen de convencionalismos y miedos arcaicos ante cualquier cambio que se escapara de los dominios de una escolástica encorsetada, y nos aportan la frescura de una corriente que aún debiera seguir empujando la historia, aunque a veces tengamos la sensación de que la estamos empujando desde la soberbia y el individualismo narcisista, y desde un culto extremo a la personalidad y los personajes, en un sentido que, da la sensación, pudiera ser erróneo.
iNTRODUCCIÓN
Los tiempos antiguos fueron suficientemente sabios como para ver que lo inmensurable es la primera realidad (la realidad absoluta o última), y también para ver que la medida (la ratio) es un modo de considerar un aspecto secundario y dependiente, relativo, pero de ningún modo necesario de la realidad.
David