Ignasi Beltrán Ruiz

Del umbral de la piel a la intimidad del ser


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la piel (que bien pudiera ser bajo la óptica de los nuevos conocimientos al respecto), no solo como un órgano más de los sentidos, sino como el gran órgano de lo sentido, por el profundo nexo que realiza a través de las diferentes modalidades táctiles y sus posibles transformaciones en otras modalidades perceptivas potenciadas en la interioridad del individuo.

      En todo caso, es un órgano sofisticado y uno de los más extensos, perceptivos e interrelacionados de la persona. Ello nos ofrece diferentes imaginarios que pueden desplegarse; desde un sentido que nace a flor de piel y que maquillamos en exceso pero de cuya trama, ligada profundamente a la vida emocional personal, solemos hablar poco.

      El escenario de la posturología (que iré desarrollando en diferentes apartados) será el marco de referencia desde el que crecerá una parte importante del libro. En posturología son muy importantes los órganos de los sentidos y la piel; entre otros, a este tipo de órganos de los sentidos tan plurifuncionales ligados a las percepciones y relacionados con el entorno sensorial les denominamos captores posturales; aunque de manera común se hable más de los ojos y la mirada, de la planta de los pies y del oído interno. A la piel voy a darle, en el panorama que planteo, un papel primordial, muy relacionado con el resto de los sentidos.

      La piel como captor es tan importante para su estudio, exploración, diagnósticos y tratamientos que ocupa un lugar primordial en el conjunto de lo que denomino sistema postural y posicional humano, del cual hablaremos. Las informaciones sensoriales que desde ella realizamos están relacionadas con las terapias psicocorporales.

      Desde la ortodoxia, la piel se contempla de forma muy diferente y reduccionista; por lo cual pretendemos resituarla de forma destacada en un novedoso marco desde esta nueva especialidad que la estudia, que nos parece adecuado denominar posturología integradora (que ampliando el término también podemos denominar humanista, dado que contempla el posicionamiento y relación del individuo con el ecosistema en el que se ubica y el entorno sensorial, relacional y cultural envolvente). Vamos a ver también el entorno perceptivo, propioceptivo, interoceptivo sensorial y orgánico interno desde una regulación propia y natural de tipo homeostático, en la que todo está incluido e interrelacionado.

      Todas estas propuestas y aspectos comportan estudiar las relaciones de la percepción individual ligada al espacio externo, que nos lleva de nuevo al ecosistema envolvente del individuo en resonancia con el propio ecosistema interno, con cultura y sociedad, cosmovisión, tipología y otros aspectos, tomados en conjunto como un cotinuo relacional, perceptivo, incluidos en una esfera espacio-temporal sin límites ni centro.

      Y como no podía ser de otra forma, vamos a relacionar toda la extensión de nuestra piel con el espacio de una interioridad y exterioridad prurimodal, que denominaremos hábitus*. Podemos decir que no existe, como tal, el cuerpo separado de su hábitus en el espacio, y en el tránsito por cualquier rincón del mismo nada deja de estar relacionado con la imagen inconsciente del yo perceptivo de la persona.

      El cuerpo ocupa el espacio percibido por los sentidos, y él mismo es habitado con un sentido (como una construcción simbólica) que las culturas denominan yo, pero que también podemos convertir en un nosotros y vaciarlo en momentos de transcendencia dejando la interioridad hueca, resonando con el universo que lo gestó y en el cual se disolverá.

      Para ello, y de forma previa a los apartados anatómicos, histológicos y neurofisiológicos que en el caso de este contexto que trataremos creemos prescindibles (aunque según la necesidad de correlato que tenga el lector puede consultar en otras fuentes), parece adecuado considerar al captor piel, también, desde un punto de vista antropológico, filosófico y humanista, para acercarlo más a los aspectos psicoterapéuticos que me he propuesto.

      Vamos a ir a la piel a modo de tránsito constante, en un dentro-fuera, como si se tratara de un umbral, o un obligado paso fronterizo hacia diferentes imaginarios corporales, que muestre como en ella se manifiesta lo humano, la sensibilidad, la emoción y a la vez sus infinitas interdependencias con la globalidad corporal y su marco relacional.

      Es evidente que esto puede ser objeto de variadas lecturas, según la visión singular de cada persona, pero si dejamos resonando la metáfora «del umbral de la piel» ya no solo para su lectura y análisis, sino también para que a través de todo ello podamos entrar en una práctica clínica-terapéutica (o en un conocimiento novedoso que nos lleve de la mano de un paradigma complejista, interdependiente e interdisciplinar), se abren nuevos horizontes. Y todo ello, a buen seguro, puede que nos ubique en un conocimiento diferente de la persona, en una percepción más nítida del espejo de aprendizajes al que estamos confrontados siempre en terapia.

      Con cierta frecuencia, cuando un tema proviene del longevo y necesario paradigma científico, suele estar rodeado de un halo de ortodoxia un tanto reduccionista y alcanforada que nos desubica de aspectos esenciales, dado que se polariza al extremo lo que es ciencia y lo que no lo es, desligándose de la integridad y atrapando a los más rígidos de sus seguidores en un «debeismo» interesado que lo aparta de lo que por naturaleza, citando a Nietzche, es «humano demasiado humano».

      Por lo cual, en este constructo de la piel, y sin más calificativos ni preámbulos, de una parte de ello vamos a prescindir, o al menos intentarlo, con propuestas atrevidas y libres, sin que ello suponga una descatalogación de muchos de los aspectos vigentes en la ciencia que consideramos muy válidos en otros contextos.

      Pretendemos entrar en un análisis desde un imaginario distinto, algo lejano al anatomofisiológico, aunque no tanto si nos permitimos expandir conceptos. El escenario propuesto está lleno de metáforas y aparentes aspectos que puedan parecer un tanto fantasiosos; pero por eso creo que, del mismo modo que las técnicas de fantasía en terapia pueden ayudarnos a atravesar las dudas, incredulidades, recelos y rigurosidades (en definitiva, a superar el miedo al cambio y ver la realidad), también ahora pueden ayudarnos en esta travesía.

      Y ¿por qué no?, citar también que la incertidumbre del posible vacío que se origina al poner en primer plano aquello que en apariencia se sale de los excesos de la racionalidad académica y parece insustancial y vacuo de contenido aplicativo, puede llegar a ser (y así lo espero) algo muy creativo. En este caso, corro un riesgo que pienso que vale la pena, aunque solo sea para facilitar el tránsito de un cierto oscurantismo arcaico con intereses poco claros hacia un siglo que pueda ser de nuevo un renacimiento de las Luces; pero de eso ya han pasado veinte años y creo que, ya hemos dejado marchar demasiados trenes, ¡subamos de nuevo!

      De todas formas, me resulta muy difícil presentar un tema en el que pretendo desconceptualizar, o bien ayudar a superar algunos tópicos, o ponerlo todo patas arriba para luego reordenarlo diferente con nuevos conceptos. Suena a excusa, ¿verdad?

      La realidad relativa del tema surge después de observar, analizar y tratar, a lo largo de más de cuatro décadas, la postura corporal de infinidad de personas; todas ellas aquejadas de diversos tipos de dolor: crónico, funcional, idiopático, psicológico y un sinfín de denominaciones, vanas para la persona que sufre y también para el profesional inconformista que pretende salir de lo protocolario y es poco dado a los aspectos protocolarios clínicos y tipificadores al uso.

      Había y hay un común denominador en el tema, y es que todos llevamos encriptado y grabado «a flor de piel» algo así como un guion completo de vida que, por más que se intente esconder, está en la piel de forma perenne. En su ubicación y distribución (al modo de la clasificación del análisis transaccional de Berne extrapolada a la piel), posee múltiples localizaciones ordenadas en cartografías, que aparecen llenas de relaciones parentales; entre otros, allí están todos sus correspondientes traumas, abandonos, traiciones, desamores; tiene asociados y reflejados en su superficie todos los diversos sufrimientos; como también los tienen todo el sistema perceptivo, sensorial, sensitivo y los propios sentimientos.

      En definitiva, todo se corresponde con una postura corporal y un posicionamiento vital personal, con la historia de vida. Todo está dibujado de manera peculiar en el reflejo de la piel, e incluido en una muy extensa red de relaciones, muchas de ellas aún desconocidas.

      Pero lo más destacable es, sobre todo, que el sistema es muy reactivo al tacto terapéutico directo (eso sí, con una cierta metodología, entrenamiento y conocimiento del tema). Hemos de saber