violenta y agitada, primero del tránsito por el canal del parto y después de la expulsión, que marca la salida de un paraíso para, a lo mejor, entrar en otro, o para transitar el sufrimiento. En todo caso, el tránsito físico es difícil en humanos, por muchos factores alrededor del propio parto, y también por el tipo de pelvis femenina y los cambios que sufrió por el bipedismo.
La piel va a ser la receptora de miles de sensaciones de todo tipo; por tanto, ya desde el nacimiento, las informaciones agridulces de un cambiante ecosistema envolvente van a ir formateando sus improntas, algunas de la cuales son de posibles orígenes transgeneracionales.
Podemos considerarla también como la cubertura de resonancia de la intimidad del pequeño personaje que se va gestando en su interior. La piel, en apariencia frágil, engramará estos pequeños o grandes traumas de la vida intrauterina, extrauterina y del propio parto, también y por fortuna aspectos perceptuales felices ligados a estos momentos.
Todo ello acontece en paralelo al crecimiento y al complejo desarrollo de un yo, un ego y unas estructuras de personalidad que se van a ver sesgadas desde el obligado proceso de enculturación del niño en un entorno y sociedad determinados; con muchos aspectos que afectarán la propia estructura carácter de la persona y, como no podía ser de otra forma, en la progresión natural propia del niño y futuro adulto todo se irá reflejando en su postura y la cobertura global del todo personal: su propia piel, que de forma sutil lo llevará escrito de forma atemporal; pero recordemos que lo transcendente es que nosotros podemos ayudar a la persona en la lectura de su propia piel, desde unos nuevos recursos que conecten con su homeostasis reguladora. La grabación será la misma, la podremos seguir viendo, pero ahora solo si queremos, porque ya no aparece el dolor ligado a su escenificación.
Lo cierto es que toda esta estructura resonante queda, en definitiva y de forma más o menos manifiesta, necesitada de los contactos y de las caricias, que en su inicio le fueron constantes. Carencias, posibles cicatrices e improntas cutáneas (las de las personas que de alguna forma no se han sentido amadas, las que han sido negadas, abandonadas, reprimidas) lesivos para la profundidad del ser y reflejados en la superficie cutánea.
Esas zonas de la superficie son las que hemos de reinformar, dándole así a la persona la posibilidad de que, mediatizada por la capacidad informacional de un tacto sutil, conecte con un cambio perceptivo que puede colaborar a la remediación* de sus conflictos, puede que con ayuda terapéutica para que sus asuntos traumáticos o inconclusos se puedan solucionar.
El hecho de cambiar desde lo perceptivo, sin juicios pero con consciencia, será aquello que en lo posible nos deje vivenciar la realidad sin más, en el continuo del ahora fluyente.
De nuevo, consciente de la repetición de ideas y pequeños resúmenes, a modo de metáfora, podemos decir que la piel es un pergamino vivo, de una historia que nace de forma cronológica antes que el propio individuo, en los prolegómenos de un guion transpersonal ancestral tintado de matices del inconsciente colectivo, al que se irán añadiendo capítulos de su propia vida y percepciones de la realidad, todo reflejado en la piel. Conformando en conjunto un guion complejo que se va reactualizando y que se inició, como un contínuum de consciencia que, de alguna forma, se enganchó de manera sutil, como una memoria, de encaje apropiado para la evolución de esa persona en concreto, con las grandes incógnitas que todo lo transpersonal supone.
Lo cierto es que solo sabemos que acaba en un epitafio que con frecuencia queda lejos del genuino propósito que la persona intentó durante su vida. Recuerdo, a propósito del tema, las palabras directas de un lama que nos decía como ejemplo gráfico y expresivo: «una bola de billar recibe el impacto de otra, con ello su vibración y su energía penetran en su interior, mientras sigue una trayectoria propia por un tiempo, luego irá chocando con otras o se perderá en un espacio vacío».
Pero todo ello, no es como un destino inexorable, aunque tenga asociados más aspectos kármicos* (utilizando un término sánscrito menos reduccionista) que destino. Suele ser más bien como un camino sinuoso, que puede realizarse de muchas formas, con aprendizajes vitales y variantes accesorias individuales de crecimiento personal y avance, o sufriendo y aislándonos, no ya del mundo, sino de nuestro ser real y auténtico, y nuestras experiencias, en las que todo parece aunarse.
Volviendo a la piel, con la habilidad y la conexión perceptiva se conformará la clave de acceso y lectura a la persona; como comentamos antes, lo hará por zonas y con unas jerarquías de disposición en torno a su importancia en la trama de emociones y sentimientos, que en ella misma podremos concretar; vendrán dadas desde las percepciones, cogniciones y sentimientos de la persona, unidas por vías de comunicación comunes, tanto neurales, como humorales, energéticas, etc.
Todo ello se une en la globalidad corporal en la esfera de los líquidos intersticiales y de las diferentes fibras de colágeno y, en definitiva, de una comunicación continua fluídica, bioeléctrica, bioquímica, fotónica y otras. Estos aspectos en realidad no pueden dividirse y están en resonancia con el exterior envolvente y el propio cuerpo; no hay dualidad, ni centro ni periferia que puedan separarse. Al no ser aspectos divididos, lo que se manifiesta es toda una orquesta, con una miríada de instrumentos, es una polifonía conjuntada de sentidos, sentimientos y cuerpo, en la que a veces, cuando también se produce ese nexo empático y no dual (persona-terapeuta y persona-paciente), se oye un sonido que creo que es universal, algo parecido a un silencio, o a un perfume indefinido, o a la vibración de un gran espacio vacío, no hay concepto.
Me arriesgo a cualquier cosa que piensen, así lo noto, solo a ratos; pero se parece mucho a lo que me explicaron algunos maestros y a lo que a ellos le relataban los suyos. Aunque, lo más relevante en el tema que nos lleva es que la piel de la persona es un fractal de todo ello y se convierte en una estructura de resonancia de una puerta sin puerta, que durante esos instantes nos ayuda a dar un paso, o a tener un profundo inside de lo que es.
Podemos añadir el hecho de que en el guion individual y en las páginas conjuntas con el guion colectivo humano, todo queda grabado, pero todo tiene una posibilidad de remediación.
Si consideramos nuestra superficie corporal como portal y espejo a la vez, con multiplicidad de interrelaciones, y tenemos en cuenta las nuevas teorías biofísicas, bien podría ser que en una cierta indefinición, esta, la piel, fuera solo un espejismo creado en una artificiosidad conceptualizada por muchos de nuestros esquemas mentales, necesitados de colocar coberturas a la angustia generada al querer delimitar mundos, en principio sin límites, en lugar de contemplarlos sin tener que hacer nada al respecto.
Y es este «no tener que hacer nada» un aspecto esencial de la práctica. En general, a los profesionales de la salud siempre nos inculcaron que hay que hacer algo más. Es como un sueño, lo contemplas, pero no haces nada, y sucede lo que ha de suceder; no hay momento más propicio para parafrasear a Calderón de la Barca, todo un clásico: «La vida es un sueño y los sueños, sueños son».
Parece interesante mirar espacios vacíos, como el cuerpo humano, pues aunque este pese 90 kilos, desde un punto de vista cuántico, es vacío en su relatividad, sin tener que describir mucho más; cito a Heisemberg: «Así el mundo aparece como un complicado tejido de acontecimientos, en el que conexiones de distinta índole se alternan, superponen o combinan, determinando así la textura de un conjunto».
Como se suele decir, la cita va como anillo al dedo. A pesar de estas observaciones de gran calado —que parecemos olvidar, ya que, por el contrario, hemos querido llenar y encorsetar desde nuestro imaginario cultural unas ideas erróneas respecto a lo corporal—, no hemos tenido en cuenta desde su rígido constructo, su densificación relativa; puede que para publicar densos libros de anatomía y fisiología, y así, del mismo modo, poder asegurar la frontera sólida de un yo y el otro, desde los cánones de normalidad o patología, ya sea desde una psicología, una medicina o una farmacología, hegemónicas y corporativistas, que hacen que «todo lo demás» esté condenado a pulular in eternum alrededor de su órbita para no encontrar nunca un espacio en el que ubicarse.
Esto es crítico, pero, como iremos viendo, no le quita el espacio a nadie ni a nada; pues pienso que el espacio no es de nadie en concreto, y debe ser transitado dentro de un cierto orden por todo lo que en él participa.
Tal