filósofo estaría aún más inquieto por la hipótesis de Einstein de que el espacio y el tiempo absolutos no existían, por más útiles que fueran estos conceptos y por más que los científicos los buscaran con afán. La filosofía de Bergson consideraba la ciencia una técnica extraordinariamente provechosa para lidiar con el «mundo material». Así pues, ¿cómo explicaría el filósofo el postulado en la teoría de Einstein de que uno nunca puede saber qué tiempo es el correcto de sistemas rivales, por lo que debe considerarlos ambos igual de válidos? Rey conjeturó que Bergson «podía mostrarse reticente a ver en el universo, así como en el conocimiento, niveles inaccesibles [plans irréductibles]»21.
En París, la presentación de Langevin en la Société hizo que muchos oyentes se hicieran cruces. La incredulidad de los asistentes se debía a la tesis de Langevin de que los efectos de la relatividad descritos por Einstein también afectarían a los seres biológicos y a los procesos psicológicos, con lo que afectarían «la concepción habitual del tiempo». Langevin comenzó con atrevimiento, recalcando que los efectos sobre el tiempo vaticinados por la teoría de la relatividad afectaban tanto los procesos mecánicos como los biológicos: «El principio de la relatividad consiste en admitir que incluso si en otros medios (mecánicos, biológicos, etc.) se pudiera conseguir un nivel de precisión comparable con las primeras [mediciones del tiempo y el espacio calculadas por medios ópticos y electromagnéticos], también se obtendrían los mismos resultados»22. Creía a pies juntillas que, «por tanto, desde el punto de vista del principio de la relatividad, es necesario que todos los procesos mecánicos, eléctricos, ópticos, químicos y biológicos usados para medir […] el tiempo produzcan resultados concordantes»23.
La elección de palabras de Langevin también fue controvertida. Describió la dilatación del tiempo diciendo que, «de los dos relojes, hay uno que envejece más que el otro», aduciendo que la equivalencia entre los procesos físicos y biológicos que describía «casi seguro» que era precisa. Tras escuchar cómo algunos colegas se plantaban ante la extrapolación directa del reino de lo físico a lo biológico, concluyó con una afirmación sugerente: «Pero si nosotros mismos somos relojes»24.
Pero espera, ¿de veras somos simples relojes? El filósofo Brunschvicg fue uno de los primeros en discrepar25. Recordó a los presentes que, para que las hipótesis de Langevin fueran correctas, antes los científicos tendrían que demostrar que los procesos biológicos experimentaban las mismas transformaciones temporales que los físicos: «Todavía está por corroborar que la vida del relojero está conectada al movimiento del reloj y que los fenómenos biológicos o físicos dependen de los fenómenos físicos que se utilizan para medir el tiempo»26. E incluso si uno pudiera aceptar cierta conexión entre los procesos del reloj y los biológicos, los científicos no deben olvidar que fueron los propios humanos los que fabricaron los relojes y que estos simplemente no existirían si no los hubiesen compuesto las personas: «No solo eres uno de esos relojeros unidos a un reloj; eres un fabricante de relojes»27. No somos relojes, argumentaba Brunschvicg. Somos fabricantes de relojes. Brunschvicg subrayó las cualidades inventivas, productivas y volátiles de los humanos respecto a las predecibles y mecánicas. También remarcó su voluntad de poder.
Si un viajante es lo bastante tozudo, egocéntrico o chovinista, podrá seguir argumentando que solo su reloj muestra la hora real. ¿La dinámica de poder entre los dos viajantes podría tener su relevancia? Brunschvicg puso encima de la mesa la cuestión de la «dominación» y destacó que los físicos no debían obviar que el «observador» de la teoría de la relatividad «querría dominar los distintos grupos de observadores, que eran incapaces de poner en acuerdo los relojes, en vez de confundirse entre ellos»28. Brunschvicg, en suma, no concedía a Einstein el haber iniciado una revolución29.
Después de los comentarios de Brunschvicg, otros se abalanzaron contra la afirmación de Langevin de que los relojes «envejecen» y «se hacen mayores». «¿Y por qué no? Llamad “envejecer”, si queréis, a la aceleración de las agujas de un reloj», expresó un miembro exasperado. El físico Jean Perrin, un apasionado partidario de Einstein y amigo de Langevin, añadió irónico: «Cuando los físicos dicen “envejecer”, es un término que me gusta especialmente»30.
ÉDOUARD LE ROY: CIENCIA, RELIGIÓN Y MAGIA
El filósofo «bergsoniano» Édouard Le Roy, que acabaría fichando a Bergson para el debate con Einstein, ya estaba escuchando con atención31. Poniendo punto final a su largo silencio, se ofreció a ayudar a los asistentes a superar sus discrepancias. «Permitidme que adopte momentáneamente el rol de intérprete», intervino con educación.
Le Roy tenía una idea fantástica para superar el enroque: ¿por qué no limitarse a usar diferentes términos para referirse a lo que los físicos y los filósofos tenían en mente al hablar del tiempo? ¿Por qué no usar «hora» para el tiempo de la física y «tiempo» para el de la filosofía? De este modo, Le Roy intentó delimitar y atenuar las pretensiones filosóficas de físicos como Langevin.
Ese día, tras escuchar atentamente las objeciones de Le Roy, Brunschvicg y otros, Langevin se batió en retirada. Matizó algunas de sus conclusiones más categóricas de su conferencia en Bolonia y admitió con modestia que no tenía «la pretensión de hablar desde el prisma de un filósofo». Lo cierto es que estas cuestiones, explicó, debían resolverlas ellos: «Es potestad de los filósofos decir cuáles son los elementos de la noción del tiempo que hay que modificar»32.
Las diferencias entre Langevin y Le Roy se ensancharon con el paso de los años. La relación del primero con Einstein se reforzó de forma inversamente proporcional a la distancia que le separaba de Le Roy y otros filósofos bergsonianos. Le Roy y Bergson, en cambio, se hicieron íntimos. Después de sustituirlo durante años en el Collège de France, en 1921 Le Roy acabó haciéndose con la cátedra de Bergson. ¿Qué papel desempeñó Le Roy a la hora de crear y ahondar las divisiones entre Einstein y Bergson? Un autor importante que se vio envuelto en el debate entre ambos describió a Le Roy como el «germen del error de Bergson»33.
Le Roy era más católico que la Iglesia y más bergsoniano que Bergson. Su fascinación por el filósofo nació al leer Materia y memoria (1896). Le comparó incluso con Sócrates, aduciendo que ambos habían revolucionado en la misma medida nuestra teoría del conocimiento. En las obras siguientes, atribuyó a la ciencia un papel enorme —pero no pleno— en los asuntos humanos. La ciencia nos aportaba «el patrón esquemático del mundo y sus elementos», pero también era importante no perder de vista «lo específico, lo concreto y lo vivo». Se tenía a sí mismo por una persona que amaba «la ciencia positiva, pero que no podía resignarse a sacrificar la riqueza del pensamiento, la representación de la unidad del saber y las relaciones mutuas entre las diferentes órdenes de indagación»34. Se convirtió en un miembro clave del modernismo católico, un influyente movimiento reformista que nació dentro del catolicismo pero que acabó siendo repudiado por la Iglesia por su radicalidad. El primer artículo que puso a la Iglesia en contra de Le Roy se tituló «¿Qué es un dogma?». En él, sostenía que la razón era en sí misma suficiente para entender a Cristo. Por culpa de este artículo, se le marginó del catolicismo. Le Roy empezó a discrepar de la corriente e hizo aún más hincapié en la vida y lo vivo. En ese momento, en la doctrina católica oficial imperaba el racionalismo tomista, cuyos principios generales emanaban de la reinterpretación de Santo Tomás de Aquino de la filosofía aristotélica. Contra Tomás de Aquino, Le Roy invocaba a San Pablo, un adalid claro del amor y la vida; contra Descartes apoyaba a Pascal, un crítico del racionalismo impasible; y contra Einstein, defendía a Bergson.
En Duración y simultaneidad, Bergson desarrolló una de las ideas que Le Roy lanzó una década antes, durante el primer encuentro con Langevin en la Société française de philosophie. Para él, la opción de encontrar otras palabras para los conceptos temporales usados por los científicos era perfectamente satisfactoria35. Al hablar sobre cómo Einstein usaba «esta palabra común [simultaneidad] en ambos casos», Bergson lo describió como un truco del físico para que la ciencia pudiera «hacer magia». Era su