Jimena Canales

El físico y el filósofo


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derecho a barrerlas y considerar que ambos observadores tenían entre manos una sola entidad valiosa y controvertida: el tiempo.

      Si se ignoraba la disimetría ocasionada por la aceleración, Bergson estaba dispuesto a conceder esto a Einstein: «Uno podría decir sin ambages que [los relojes que viajan a diferentes velocidades] no pueden estar sincronizados». En estos casos, «es cierto que el Tiempo se ralentiza a medida que aumenta la velocidad». Pero, para Bergson, la introducción de la aceleración demostraba que todos los tiempos descritos por Einstein no eran igual de reales. «¿Pero qué es este Tiempo que se ralentiza? ¿Qué son estos relojes que no están sincronizados?»9. Estos relojes no eran iguales en todos los sentidos porque uno de ellos había experimentado algo que el otro no.

      Cuando los observadores o los relojes discrepaban porque viajaban de manera diferente, ¿cómo podía uno afirmar —con total certeza— que uno era correcto y el otro incorrecto? ¿Se podía ignorar el hecho de que discrepaban porque viajaban de manera diferente? ¿Se podía impedir que se les juzgara según su historia diferente? ¿Se podían obviar las diferencias en su trayectoria, recuerdo y experiencia? Bergson respondería que no. Desde «el punto de vista social», remarcaba, estas distinciones revestían una gran importancia10. Einstein respondería que sí.

      ¿A los científicos deberían importarles estas diferencias? Para entender el caso de los dos relojes en el marco de la teoría especial, los científicos y filósofos se dedicaron a concebir nuevos escenarios durante décadas. En el primer planteamiento, los dos gemelos separados estaban interconectados con ondas electromagnéticas. Así, los dos se intercambiaban señales horarias en las sucesivas fases del viaje. Los tiempos discrepantes de los gemelos se podían comparar cara a cara y a cada paso. Otro planteamiento alternativo era vincular el viaje de cada reloj con otros relojes coordinados, o automatizar completamente un conjunto entero de comparaciones entre relojes. Uno de los escenarios más célebres implicaba introducir un tercer reloj, pasándose a llamar la paradoja de los tres relojes. Según esta, los dos gemelos podían comparar su reloj respectivo con un tercer reloj sin aceleración y verificar la diferencia temporal. Estos nuevos escenarios resolvían algunos problemas, pero suscitaban otros. Se enredó aún más la madeja y el debate se intensificó11.

      El hecho de que Bergson analizara solo la teoría de la relatividad especial, y no la general, se podía considerar fácilmente su mayor flaqueza. Por esta razón, el filósofo amplió su obra para abordar el problema de la aceleración. Aun así, sus aclaraciones sobre esta cuestión pasaron bastante inadvertidas. Como la asunción generalizada era que Bergson se había «equivocado», los lectores olvidaron uno de sus mensajes centrales: que la filosofía tenía la potestad de estudiar los procesos que nos llevan a deducir ciertas conclusiones a partir de observaciones directamente verificables (aunque limitadas), en la ciencia y en general.

      Pero un aspecto de la crítica de Bergson de la relatividad sí caló durante décadas: los resultados experimentales no conducían directamente a las conclusiones de Einstein. Los científicos lo escucharon y físicos influyentes que trabajaron en la teoría de la relatividad estuvieron de acuerdo con él, incluidos Paul Painlevé, Henri Poincaré, Hendrik Lorentz y Albert A. Michelson. Aceptar «la invariabilidad de las ecuaciones electromagnéticas» no desembocaba necesariamente en la interpretación de Einstein12. Admitiendo que no se podía urdir ningún experimento para decidir si uno de los dos tiempos podía ocupar un estatus especial, todos estos científicos se negaban a aceptar que no pudiera elegirse uno de ellos por encima del otro para un propósito específico, ni significaba que fuera a ser imposible que, en algún momento futuro, alguien pudiera encontrar el modo de distinguir un tiempo como único y especial.

      EL VERANO PASADO

      En invierno de 1921, Bergson y Einstein no se conocían, pero algunos científicos y filósofos en Francia ya estaban preparando el terreno para el debate que iba a tener lugar en primavera. Langevin y Édouard Le Roy —uno defensor de Einstein, el otro de Bergson— volvieron a medir las armas en público, esgrimiendo argumentos que volverían a aflorar en primavera. Ante una «gran concurrencia» en la Sorbona, llovieron las objeciones a Einstein. Bergson presidió una de las sesiones. La más interesante, sin embargo, no fue la suya, sino una sobre Einstein, que volvió a contar con el amparo de su amigo y discípulo Langevin.

      Ese invierno, tanto filósofos como científicos ya estaban «planeando encontrarse en las conferencias de París que Einstein iba a dar pronto». Estaban cogiendo forma dos posturas claras: una a favor y otra en contra del científico. «La reunión que atrajo una mayor atención del público y provocó más “revuelo”» fue la defensa de Einstein a cargo de Langevin. Planteó sus argumentos contra Paul Painlevé, uno de los matemáticos más renombrados de Francia, que usó algunos de los mismos argumentos que Bergson volvería a sacar a colación en Duración y simultaneidad. Su discrepancia «fue un espectáculo fascinante para los presentes», sobre todo por el contraste entre los dos hombres intervinientes: la «elocuencia ardiente y brillante» de Painlevé contra «la simplicidad sonriente y tranquila del señor Langevin»13.

      El debate entre Painlevé y Langevin mantuvo en vilo a los participantes: «Tal vez la más animada de las asambleas generales de la tarde fue aquella que versó sobre la Relatividad. En ella, dos famosos matemáticos franceses, Langevin y Painlevé, se batieron en duelo, encontrando el primero más relevante, y el segundo menos, la teoría de Einstein»14. Un asistente dijo que la ciencia fue el tema de mayor interés durante esta reunión de filósofos:

      De particular interés, no obstante, fue la séance generale para la sección de lógica y filosofía de la ciencia, presidida por monsieur Painlevé, del Instituto… […] Debatieron con extraordinaria fuerza y viveza el profesor Langevin y monsieur Painlevé. Langevin habló en defensa de la teoría de la relatividad y Painlevé habló sin cuartel en contra. Cuesta imaginar un ejemplo más brillante de esta clase que esta asamblea general15.

      Einstein siguió estos sucesos en París desde la lejana Berlín. Le inquietaban tanto que, en una cena a la que asistió antes de irse hacia París, habló con el conde Harry Kessler, un emprendedor y diplomático mundano que acababa de regresar de la capital francesa. Kessler había hablado con Painlevé y Einstein quería enterarse de todos los pormenores. Le pidió que repitiera «en más de una ocasión y literalmente» cualquier comentario que Painlevé le hubiera hecho16. El físico tenía que estar preparado.

      PAINLEVÉ CONTRA LANGEVIN

      Además de ser un célebre matemático, Painlevé había destacado en su carrera política como ministro de la Guerra y primer ministro de Francia. Siguió activo en política durante la mayor parte de su vida, tratando de contener en vano la depreciación del franco17. Remarcó muchas veces que admiraba a Einstein como colega y como persona, pero que no coincidía con su interpretación de la relatividad. «A propósito de Einstein, se atribuye a Painlevé el haber dicho que: “uno puede admirar la habilidad de un buceador, aunque no conceda ningún valor excepcional a las perlas que trae a la superficie”»18. Einstein respondió de forma similar, siendo gentil y, a la vez, crítico.

      Al encuentro de París de 1921, celebrado entre Navidad y Año Nuevo, le sucedió el de la primavera siguiente, momento en que las alianzas y los argumentos volvieron a cambiar. Cuando el director de la Société française de philosophie supo que Einstein había aceptado la invitación de Langevin para charlar en el Collège de France, vio relucir una gran oportunidad para proseguir «el debate sobre las tendencias más recientes respecto de la teoría de la relatividad […] que se plantearon durante la extraordinaria sesión de Navidad», en que «nuestro colega y amigo Painlevé» desempeñó un papel considerable. Aunque Painlevé había impresionado muchísimo durante esa reunión invernal, la visita de Einstein consiguió revertir la situación. «La actitud que tiene uno aquí respecto a vuestras teorías ha cambiado completamente a cómo era antes», le explicó Maurice Solovine a su amigo Einstein unas semanas más tarde19.

      Pese a que oficialmente era una reunión profesional de filósofos, el acto