al antisemitismo, no todos los ataques estaban motivados por él, ni tampoco por diferencias políticas. Muchos de los destacados integrantes del Collège de France y de la Société française de philosophie (como Brunschvicg, Langevin, Paul Lévy, Charles Nordmann y el propio Bergson), así como el organizador, Xavier Léon, eran judíos. La crítica de Bergson y de muchos de sus adeptos se diferenciaba de los ataques antisemitas en aspectos importantes: Bergson no catalogó nunca la ciencia de Einstein como judía ni la impugnó por esa razón. Sus críticas apuntaban a tesis específicas de la obra de Einstein.
BERGSON Y POINCARÉ
Para muchos de los prosélitos de Poincaré, su filosofía representaba una entente cordiale beneficiosa entre científicos y filósofos de su generación. Otros pensadores, como Édouard Le Roy y Pierre Duhem, eran más radicales y querían llegar aún más lejos que él, recalcando el carácter artificial de muchas hipótesis científicas. Mientras que ellos lo veían a veces como una figura más bien conservadora, para muchos otros era demasiado radical. Bertrand Russell le llegó a tachar de nominalista y, en Francia, Louis Couturat bendijo esta apreciación. La etiqueta de nominalista atribuía a Poincaré el haber teorizado que la verdad científica era tan particular y dependía tanto de casos individuales y situaciones prácticas que no permitía extraer ni una sola conclusión general, y menos aún universal34. Poincaré desmintió esta descripción de su propio trabajo y se distanció de cualquier tipo de nominalismo.
En El valor de la ciencia (1905), Poincaré describió la influencia de Bergson como negativa y peligrosamente antiintelectual35. Pero luego, lo cierto es que ambos se hicieron buenos amigos. La hermana pequeña de Poincaré, Aline, se casó con el filósofo Émile Boutroux, uno de los maestros de Bergson36. En De la contingence des lois de la nature (1874), Boutroux había subrayado el papel de la contingencia sobre el determinismo en las leyes de la naturaleza, oponiendo su filosofía a una teoría cartesiana de verdades eternas. Bergson compartía con Poincaré y Boutrox la misma aversión hacia Descartes y las verdades eternas, hasta el punto de asociar a Einstein con esa doctrina filosófica.
El famoso libro Ciencias e hipótesis de Poincaré (original de 1902) empezaba con un ataque al descubierto contra Le Roy, uno de los mayores aliados de Bergson. En él, vinculaba la doctrina filosófica de Le Roy con el nominalismo y acometía contra un artículo del joven autor titulado «Science et philosophie», en que había afirmado «seguir» a Bergson «pas à pas»37. En El valor de la ciencia, publicado unos años más tarde, Poincaré escribió que las peores cualidades de la filosofía de Le Roy eran fruto de la influencia de Bergson sobre él. Según sus palabras, «la doctrina de Le Roy reúne otra característica que indudablemente debe al señor Bergson: es antiintelectual»38. Con todo, poco a poco la animadversión inicial de Poincaré contra Le Roy y Bergson se atenuó y acabó siendo un valedor del primero.
En 1910 Bergson detectó que Poincaré y Le Roy habían «llegado a conclusiones análogas» en sus respectivas filosofías39. Bergson elaboró un mapa rudimentario de las principales escuelas filosóficas contemporáneas en Francia y aclaró su relación con el pensamiento de Poincaré. Le consideraba heredero de una tradición francesa en la que «los matemáticos escribían la filosofía de su ciencia; e incluso de la ciencia en general». Según explicó, en su época esa escuela estaba representada por «nuestro gran matemático Poincaré», cuya filosofía denotaba, dicho en pocas palabras, el «carácter simbólico y provisional» del conocimiento científico40.
Para Bergson, su filosofía y la de Poincaré eran incuestionablemente «distintas», pero creía que «se podrían reagrupar» porque «también tenían puntos en común». Lo que las atraía era que ambos «sentían una profunda repugnancia por una filosofía que quiere explicar toda la realidad mecánicamente»41. En este grupo Bergson incluía a grandes psicólogos (citó a Théodule Ribot, Pierre Janet, Alfred Binet y Georges Dumas) y sociólogos (mencionó a Emile Durkheim y Lucien Lévy-Bruhl). Bergson criticaba que estos pensadores se adhirieran a posiciones filosóficas sin saber lo suficiente sobre esa disciplina. Poincaré, que sobresalía en ambas áreas, era una excepción. Bergson también apoyó al enemigo de Durkheim Gabriel Tarde, que había elogiado a Bergson en su libro Les Lois de l’imitation (1890). En cuanto a los demás, defendían posturas mecanicistas, reduccionistas y materialistas implícitas y profundamente erróneas en las que la ciencia predominaba de forma axiomática e injustificable.
Bergson no solo tenía en muy alta estima a Poincaré como científico y como filósofo, sino que pensaba que ambos tenían enemigos en común. Y el enemigo de sus enemigos era su amigo. ¿Qué había en juego al destacar las similitudes entre la filosofía de Bergson y la de Poincaré respecto a otras? Los ataques vertidos por la otra facción eran simplemente demasiado despiadados e injustos, explicó Bergson. Pintaban su filosofía como «un retorno a la mentalidad de los primitivos»42. ¿Acaso podía haber algo más ofensivo? En 1915, Bergson fue aún más claro sobre los puntos que tenían en común su filosofía y la de Poincaré:
El gran matemático Henri Poincaré ha llegado a conclusiones parecidas a las nuestras. Ha demostrado qué se debe al hombre y qué se debe a las necesidades y preferencias de nuestra ciencia, y lo ha hecho analizando las condiciones que rigen la construcción de conceptos científicos en la red de leyes que nuestro intelecto extiende al universo, siguiendo una vía diferente y mucho más directa43.
Bergson y Poincaré compartían otra misión similar. Ambos remarcaban que la teoría de la relatividad tal como la concebía Einstein se podía adoptar, pero no tenía por qué ser adoptada. En una carta a lord Haldane redactada poco después de su debate con Einstein, Bergson explicó su postura usando el lenguaje popularizado por Poincaré, el del convencionalismo: «Por lo que a mí respecta, veo en el espacio-tiempo de Minkowski y de Einstein una forma de representación muy conveniente [commode], pero que quizás no está ligada en esencia a la Teoría de la Relatividad». Lo que criticaba en Duración y simultaneidad eran los intentos de Einstein por «elevar una representación matemática a la realidad trascendental» y por negarse a ver que su redefinición del tiempo no era «más que una convención, por más que fuera necesaria para preservar la integridad de las leyes físicas»44.
Por otra parte, los lectores repararon en que Bergson y Poincaré también sostenían posturas similares con respecto a la forma de medir el tiempo. En su opinión, medir el tiempo destruía partes del mismo. «Al mismo tiempo que Bergson, Poincaré rescató así la antigua refutación a la posibilidad misma de medir el tiempo», explicó un profesor de filosofía. Y añadió que, de un modo bastante similar a Bergson, Poincaré había recalcado que los científicos no miden el tiempo, «sino que lo cortan a trozos y aseguran que son fragmentos idénticos para que sus ecuaciones sean lo más simples posible»45.
En 1916, cuatro años después de que muriera Poincaré, el matemático y Bergson eran considerados íntimos camaradas en la cruzada general contra el materialismo y las filosofías mecanicistas. En las conferencias parisinas tituladas «Fe y vida», que irradiaban una clara aura religiosa, el filósofo Paul Desjardins citó juntos a los dos hombres46.
LA OBRA DE POINCARÉ
Poincaré estaba muy familiarizado con los problemas para medir el tiempo y determinar la simultaneidad. En 1898 publicó un crucial ensayo titulado «La medida del tiempo» en Revue de métaphysique et de morale. ¿Por qué un artículo sobre la medición del tiempo encajaba en una revista consagrada a la metafísica y la moral?
El artículo se rescató luego como el segundo capítulo de su famoso libro El valor de la ciencia. En ese ensayo, Poincaré señalaba que no había un solo procedimiento de coordinación temporal que pudiera considerarse un método absoluto para determinar el tiempo. De 1898 hacia delante, Poincaré escribió a menudo sobre cómo hacer frente a relojes separados que marcaban tiempos dispares47. En cada situación específica debería adoptarse el procedimiento más conveniente. En cuanto a Einstein, no era un problema que se tuviera que resolver