Rafael Jiménez Cataño

Razón y persona en la persuasión


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de la concordia

       6.2. Las trampas de la teoría

       6.3. El otro es otra persona

       7. Recursos para manejar clichés y fenómenos semejantes*14

       7.1. Las funciones de la ignorancia

       7.2. Lógica y retórica

       7.3. Tipos de cliché

       7.3.1. Simple generalización. Error taxonómico

       7.3.2. Simbolismos

       7.3.3. Microfundamentalismo

       7.3.4. Herejía

       7.3.5. Cliché

       7.3.6. Argumentación ad verecundiam

       7.4. Recursos disponibles

       Bibliografía

       Notas

      Introducción

      Ciertamente alguna observación general se podrá hacer, pero siempre a sabiendas de que se está exponiendo una idea que después habrá que saber insertar en la situación concreta. Es posible también interrogarse por la eficacia concreta de una demostración, pero la pregunta, en este caso, se refiere precisamente al valor persuasivo de la demostración. No es una casualidad que el complemento del verbo “demostrar” sea una tesis (“demostré que p”), mientras que el complemento del verbo “persuadir” es una persona (“persuadí a Fulano”).

      El perfil vital de Ixtus, que podríamos denominar cristiano-gran-dhino, puede ayudar a comprender el carácter de estos textos, por la sensibilidad que cabía prever en la mayor parte de sus lectores. Cuando escribía para ellos, sentía como filósofo una gran libertad, que me venía de la convicción de que no estarían muy preocupados por distinguir con precisión entre lo que viene de la experiencia sensible y de la elaboración racional y lo que nace en un ámbito religioso, distinción que no desvelaba a Gandhi ni a muchos representantes de filosofías del siglo xx –fenomenología, existencialismo, hermenéutica–, con las que me siento en particular sintonía, mientras difícilmente me reconozco en otras sensibilidades que tienden a ser inexorables en la delimitación del alcance de la razón, como sucede en el cientificismo, en las posiciones más racionalistas del neotomismo y en buena parte de la filosofía analítica.

      Restar relevancia a esa distinción en un ámbito dialógico-argumentativo no es renunciar al rigor metodológico, sino profesar una determinada concepción de lo que es la razón y de lo que es el hombre. El hombre no es sólo razón: los recursos de la razón no agotan la totalidad de los recursos del hombre, y esto es de capital importancia en el campo que nos ocupa. Buena parte de los avances en la capacidad dialógica consisten en un progresivo ensanchamiento del horizonte, que de ordinario supone la superación de frenos de carácter racionalista: la inteligencia humana no es sólo razón, es también intelecto; para persuadir no basta razonar bien, pues también hay que infundir confianza y establecer sintonía emotiva (logos, ethos y pathos, en términos clásicos); el lenguaje no es sólo semántica (significado de los signos) sino también pragmática (uso de los signos, relación con sus usuarios).

      La enumeración de aspectos en que el reduccionismo nos frena podría continuar. Quisiera por ahora añadir sólo una reflexión sobre la naturaleza de la verdad que ilustra bien el lugar de esta noción en la dinámica argumentativa: la verdad no es todo. La verdad es débil al menos en dos aspectos, muy evidentes: a) es posible tener la verdad sin poder hacerlo valer (¿cuántas veces hemos vivido la experiencia de tener razón y que no nos crean?); b) con la verdad se puede engañar, corromper, maleducar (la mejor desinformación suele ser la que dice sólo verdades).

      Otra observación sobre el tono de los textos aquí recogidos es la convicción de que el ensayo filosófico tiene un valor que se debe defender ante el tecnicismo impuesto por los criterios formales de la meritocracia académica actual, lo que Guillermo Hurtado llama “la dictadura del paper”. De ahí que no se renuncie en este volumen al uso la primera persona ni a otros recursos del lenguaje vedados por la profesionalización de la filosofía, según la cual