un sujeto que tenga frío no hay frío sino baja temperatura. Es verdad que la baja temperatura la llamamos también frío, pero es claro que aquí se trata de dos cosas diversas, el tener frío y el hacer frío, la primera claramente subjetiva, la segunda en principio objetiva, pero fácilmente interpretable en sentido subjetivo.
Lo mismo se puede decir del adjetivo “psicológico”: si no hay una psique no hay frío ni hambre, lo cual no le quita realidad al hambre que tengo. Por lo que se refiere a las cosas que se declaran “relativas”, basta preguntarse si no serán relativas de suyo. Un uso (bastante impropio) del término lo hace sinónimo de “discutible”, “no seguro”, y por eso a nadie le gustará que le digan “Eso de que Fulano de Tal es tu padre es relativo”, aunque la paternidad es una realidad eminentemente relativa. Es un óptimo ejemplo de lo real que puede ser una relación.
1.2. La verdad en plural
En los tiempos que vivimos no es políticamente correcto importunar a quien declara que “Alá es uno”. Para quien afirma que la verdad es una, a veces no hay corrección política que valga: es un fundamentalista sin apelación. ¿Para qué acarrear sobre sí tan ominoso apelativo? No lo digo tanto por lo pesado de la acusación cuanto por la interrupción del posible diálogo. ¡Habiendo tantos sentidos no relativistas en los que se puede decir que hay varias verdades!
El primero de estos sentidos –muy elemental– es cuando “verdad” es sinónimo de “proposición verdadera”. La verdad de que los metales alcalinos tienen un número impar de electrones y la verdad de que Sri Lanka está en el hemisferio norte son dos verdades. Como se ve, no todo uso en plural del sustantivo “verdad” tiñe de relativismo la conversación. Incluso en temas tan delicados como la fe se usa pacíficamente ese plural. Se habla, en efecto, de “las verdades de la fe”.
Esto no niega la unicidad de la verdad. Es un fenómeno originado por la naturaleza de nuestro conocimiento y de nuestro lenguaje. Conocemos las cosas con una multiplicidad de actos, de varios tipos, entre los cuales están los juicios, que son también múltiples, y cada uno de ellos lo expresamos en una proposición.
Lo que estoy exponiendo tiene un valor estratégico, pero no es sólo eso. Es real: el conocimiento y el lenguaje son así. Lo estratégico reside en apelar a los recursos del interlocutor que más puedan facilitar la comprensión. Una adecuada conciencia de la estrategia nos llevará a “recuperar terreno”, que no es otra cosa que completar el sentido de lo que queremos decir. Si nos limitamos a la afirmación de que “las verdades son muchas”, el interlocutor podría quedar convencido de algo distinto de lo que deseábamos comunicar.
Un uso del plural de consecuencias más relevantes que el anterior es el de sustituir verdad por su definición. Un modo muy clásico de definir la verdad es el que la caracteriza como “adecuación entre el entendimiento y la cosa”. El autor es Isaac Israeli, médico y filósofo hebreo del norte de África, de los siglos ix y x. Factor decisivo en la fortuna que habría de tener esta definición es el haberla citado y hecho suya Tomás de Aquino.3
Así, si la verdad es la adecuación entre el entendimiento y la cosa, cabe preguntarse dónde está: ¿en el intelecto o en la cosa? Tal vez el instinto realista empuje a algunos a responder “en la cosa”, pero la adecuación no puede estar sino en el entendimiento, ya que es una realidad cognoscitiva. Además, cada acto de conocimiento que sea pertinente llamar verdadero es una adecuación. He aquí nuevamente multiplicada la verdad: hay tantas verdades como adecuaciones. Y de nuevo el origen de la pluralidad está en nuestro modo de conocer.
1.3. La verdad poseída
Aquí viene lo más significativo que veo en esta nueva multiplicación, dado que el entendimiento no es algo abstracto: la pluralidad de entendimientos y su carácter individual. La adecuación de un entendimiento no vale para otro: nadie puede conocer en mi lugar. O la adecuación es mía, o yo no conozco. Llamar mía a la adecuación permite trasmitir el posesivo a la verdad. Sé bien que tal uso –mi verdad, tu verdad...– tiene un trasfondo relativista la mayor parte de las veces. También entiendo la consabida réplica realista: la verdad no es tuya ni mía, es la verdad. La entiendo, y probablemente comparto el pensamiento que expresa. Sin embargo, pienso que éste es otro de los frenos innecesarios del diálogo. Cuando alguien apela a “su verdad” en cuestiones morales, es frecuente que lo haga para justificar una conducta que se le podría reprochar, pero yo también he visto lo contrario. Una amiga de EUA, a punto de aceptar una propuesta de noviazgo entendió que para el muchacho el noviazgo implicaba cohabitación, y no dio el paso. Como explicación de su negativa decía: “this is not my truth!”. A la frecuente profesión de fe “yo soy católico a mi manera”, a mí me sale del alma responder que yo también lo soy a la mía: “No querrás que yo sea católico a tu manera...”, digo, y esto lo concede todo mundo. Pienso que, mientras uno no haya llegado a ser cristiano a su manera, no ha respondido aún plenamente a la vocación cristiana.
Dije antes que hay relaciones muy reales, o, dicho de otro modo, realidades importantísimas de carácter relativo. Una de ellas es la verdad, por su carácter de relación: precisamente por ser adecuación. Aquí se puede apreciar muy bien cómo el realismo no consiste en eliminar instancias subjetivas, relativas, etc., ni valorar éstas es volverse relativista. La adecuación es mía o tuya, y es una relación. Pero –a partir de aquí se “recupera terreno”– no es una relación cualquiera: es relación de adecuación. De adecuación con la cosa. Si estamos hablando de la misma cosa tenemos que coincidir. Si no coincidimos, es que al menos uno de los dos no se adecuó.
¿Y no hemos vivido nunca la experiencia de no coincidir y, sin embargo, tener la intuición –incluso la certeza– de que los dos tenemos razón? Éste es el siguiente paso de nuestra reflexión.
* * *
Sobre este tema tengo un trabajo posterior, de corte más académico: “Ambigüedades del rechazo de la verdad”, Open Insight, 2014, Vol. 5, núm.7, pp. 227-237 [en línea], disponible en <http://openinsight.mx/index.php/open/article/view/97>, consultado el 17 de abril de 2020.
Véanse también los siguientes textos de Franca D’Agostini: “Misunderstandings about truth”, Church, Communication and Culture, 2019, 4(3), pp. 266-286, doi: 10.1080/23753234.2019.1667252; Introduzione alla verità, Turín, Bollati-Boringhieri, 2011.
1 En el siguiente capítulo expongo esta polaridad.
2 Esta estrategia es conocida como argumentum ad lapidem, por la solidez de la piedra.
3 Santo Tomás atribuye varias veces la definición a Isaac (Summa Theologiae, I, q.16, a.2, ad 2; De veritate, q.1, a.1), aunque actualmente parece claro que el concepto viene de Avicena a través de Guillermo de Auxerre.
2. Márgenes del diálogo*2
El título que se me presenta de modo espontáneo para este segundo capítulo es “extremos del diálogo”. Si no lo dejo así es por evitar que se entienda sólo como el extremo que se debe evitar, siendo que cabe el sentido de puntos de referencia, de elementos entre los que se encauza el diálogo sin que prevalezca ninguno de los dos. ¿Qué cualidades vemos en las personas naturalmente dotadas para la mediación? Una de importancia capital es la capacidad de entender lo que el otro dice, a veces en marcado contraste con lo que el tenor de las palabras parece expresar. Ya la sola posibilidad de pensar en esto nos revela que hay allí dos elementos: algo que pueden compartir los dos interlocutores, y una presentación que puede cambiar sin que lo presentado se les escape de las manos.
2.1. Relativismo y fundamentalismo
Luigi Pareyson (1918-1991), del ámbito de la filosofía hermenéutica y del existencialismo (él prefería la segunda denominación), encontraba aquí la diferencia entre la verdad y sus formulaciones. Cuando se confunden es inevitable caer en uno de dos extremos: o se parte del principio de que la verdad sólo puede ser una, y se elimina la pluralidad