Denis Fortin

Enciclopedia de Elena G. de White


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tradicionales de ambas doctrinas, la observancia del domingo y la inmortalidad natural del alma, son vistas como los ejemplos más flagrantes de la invasión del paganismo y la tradición no bíblica en el cristianismo primitivo (ibíd. 56, 57, 600, 601, 605). Ella incluso previó que, al final del tiempo, a través de estos “dos grandes errores, el de la inmortalidad del alma y el de la santidad del domingo, Satanás someterá a la gente [o sea, al mundo] bajo sus engaños” (ibíd. 645). Ella entendía que las prácticas de adoración no bíblicas (p. ej.: guardar el domingo como día de adoración) y las suposiciones filosóficas no bíblicas (p. ej.: la visión dualista de la naturaleza humana que conduce a la creencia en la inmortalidad natural del alma y su consiguiente creencia en un infierno que arde eternamente como lugar de castigo) contienen los elementos básicos de muchos engaños más. Solo aferrándose a la Biblia se descubrirán y corregirán esos errores. Aunque Elena de White creía que Dios siempre había tenido un grupo fiel de personas que creían en las verdades de la Escritura, ella sostenía la importancia histórica y profética de la Reforma Protestante como un movimiento dirigido en forma divina para restaurar muchas doctrinas bíblicas olvidadas, incluso la observancia del sábado.

      Su descripción del papel de John Wycliffe en la Reforma ilustra cómo percibía ella el rol crucial que tuvieron otros reformadores en la restauración de la Biblia como la única autoridad infalible en la iglesia. Wycliffe, visto como “el lucero de la Reforma”, fue el agente de Dios para preparar “el camino para la gran Reforma” (ibíd. 85, 103).

      La devoción de Wycliffe a la verdad y al estudio de las Escrituras lo preparó para servir en un papel similar al de Juan el Bautista, como “heraldo de una nueva era” (ibíd. 99, 100). Elena de White afirmó que él inauguró un “gran movimiento [...] que iba a liberar las conciencias y los intelectos” (ibíd.). La fuente de ese movimiento era la Biblia, que él aceptaba “con fe absoluta [...] como la revelación inspirada de la voluntad de Dios, como regla suficiente de fe y práctica” (ibíd.). Él enseñó que la Biblia no solo es “una revelación perfecta de la voluntad de Dios, sino que el Espíritu Santo es su único intérprete, y que todo hombre, por medio del estudio de sus enseñanzas, debe conocer por sí mismo sus deberes” (ibíd.). En oposición a la creencia común, Wycliffe declaró que la Biblia es “la única autoridad verdadera” y que debe ser aceptada como la voz de Dios (ibíd.). La mayor contribución de Wycliffe a la Reforma fue su traducción de la Biblia al inglés, “para que todo hombre en Inglaterra pudiera leer en su propia lengua las obras maravillosas de Dios” (ibíd. 94). Su traducción dio a sus compatriotas “el arma más poderosa contra Roma” (ibíd.). Así, según Elena de White, Wycliffe hizo “más para romper las cadenas de la ignorancia y del vicio, y para liberar y engrandecer a su nación, que todo lo que jamás se consiguiera con las victorias más brillantes en los campos de batalla” (ibíd. 95). Al ser Wycliffe “uno de los más grandes reformadores”, su vida es “un testimonio del poder educador y transformador de las Santas Escrituras” (ibíd. 100, 101). La influencia de John Wycliffe se esparció desde Inglaterra a otras partes de Europa, donde la Biblia también se convirtió en una fuerza liberadora.

      Elena de White atribuye a Martín Lutero el papel más importante en la restauración de la segunda doctrina distintiva del protestantismo: la salvación por medio de la fe en Cristo. El estudio de la Escritura condujo a Lutero a dudar de la doctrina de las indulgencias y su venta, y de la salvación orientada a las obras. Su visita a Roma y sus confrontaciones con Tetzel lo hicieron ver, “con más claridad que nunca, la falacia de confiar en las obras humanas para la salvación, y la necesidad de una fe constante en los méritos de Cristo” (ibíd. 134). “Expuso ante la gente el carácter ofensivo del pecado y le enseñó que le es imposible al hombre, por medio de sus propias obras, reducir su culpabilidad o evitar el castigo. Solo el arrepentimiento ante Dios y la fe en Cristo pueden salvar al pecador. La gracia de Cristo no se puede comprar; es un don gratuito” (ibíd. 138).

      Otro principio protestante que Elena de White apoyó sin reparos es el sacerdocio de todos los creyentes, y ella abogó por la participación de todos los cristianos en la misión de la iglesia. “Cada alma que Cristo ha rescatado está llamada a trabajar en su nombre para la salvación de los perdidos” (PVGM 150). Aunque las mujeres y los hombres cristianos tengan diferentes roles en la iglesia, algunos trabajando como pastores mientras otros sirven como laicos, ella creía que “Dios espera un servicio personal de aquellos a quienes ha confiado el conocimiento de la verdad para este tiempo. No todos pueden ir como misioneros a países lejanos, pero todos pueden ser misioneros en el lugar donde viven, entre sus familiares y vecinos” (TI 9:25).

      A pesar de celebrar la importancia histórica y teológica de la Reforma, Elena de White era consciente ciertas limitaciones. “La Reforma no terminó, como muchos lo creen, al morir Lutero. Tiene que continuar hasta el fin de la historia del mundo. Lutero tuvo una gran obra que hacer: reflejar a otros la luz que Dios hizo brillar en su corazón; pero él no recibió toda la luz que debía ser dada al mundo. Desde aquel tiempo hasta hoy, nueva luz ha estado brillando ininterrumpidamente sobre las Escrituras y nuevas verdades han sido reveladas constantemente” (CS 158). Esta evaluación de la Reforma refuerza el fundamento de la siguiente corriente dominante de pensamiento en la enseñanza de Elena de White.

       La Reforma radical y el restauracionismo

      Las raíces más profundas y la orientación teológica protestante del adventismo primitivo yacen en la rama de la Reforma llamada la Reforma radical o el anabaptismo. Mientras los reformadores de la línea principal defendían el concepto de Sola Scriptura (solo las Escrituras son la base de las doctrinas), los anabaptistas se dieron cuenta de que un resabio de la tradición todavía era parte del sistema teológico protestante de creencias y decidieron buscar un regreso completo a las enseñanzas de la Biblia. Rechazaron muchas formas de la tradición eclesiástica y muchos desarrollos doctrinales desde el tiempo de los apóstoles, y buscaron regresar a los ideales y las formas de la iglesia del Nuevo Testamento. Así, ellos defendían el bautismo del creyente en lugar del bautismo de bebés, y defendían una separación estricta de la Iglesia y del Estado, lo que condujo a la formación de iglesias “libres”, en contraste con las iglesias “establecidas” (mantenidas por el Estado).

      En el protestantismo norteamericano del siglo XIX, la fracción de las iglesias “libres” de la Reforma estaba expresada en lo que los historiadores de la iglesia se refieren como restauracionismo, a veces llamado primitivismo. Los restauracionistas creían que la Reforma que comenzó en el siglo XVI no había sido completada todavía, y que era esencial un regreso firme a las enseñanzas y las prácticas de la iglesia del Nuevo Testamento. Patrocinaban una visión radical de Sola Scriptura y no sostenían otro credo que la Biblia misma. Dos de los fundadores del adventismo del séptimo día, James White y Joseph Bates, eran miembros de una denominación restauracionista, la Conexión Cristiana.

      En su trazado de esta historia de la Reforma y de las contribuciones de distintos teólogos y movimientos religiosos, la línea básica de pensamiento de Elena de White es anabaptista y restauracionista. Como ya hice alusión, su objetivo es demostrar que Dios siempre tuvo, a través de los siglos, un pueblo fiel a la Escritura