su Espíritu obrando en nosotros y a través de nosotros” (ibíd. 54). Ella declaró claramente que “no podemos decir: ‘Estoy libre de pecado’, hasta que este cuerpo vil sea cambiado y formado como su cuerpo glorioso” (ST, 23/3/1888).
Sin embargo, otra vez en formas que recuerdan el pensamiento de Wesley,771 Elena de White hablaba de la posibilidad de la perfección del carácter durante la vida de uno.772 Al comentar sobre la parábola de los talentos en Mateo 25, ella escribió: “Un carácter formado a la semejanza divina es el único tesoro que podemos llevar de este mundo al venidero. [...] Los seres celestiales obrarán con el agente humano que, con fe determinada, busque esa perfección de carácter que alcanzará la perfección en la acción” (PVGM 267). De hecho, esa perfección de carácter es un reflejo del carácter amoroso de Dios. A medida que los siervos de Dios se vuelven cada vez más como Cristo, reciben “el Espíritu de Cristo, el espíritu de amor desinteresado y de trabajo por otros”. Ella declara que, como resultado, “tu amor se perfeccionará. Reflejarás más y más la semejanza de Cristo en todo lo que es puro, noble y precioso” (ibíd. 47). Así, ella “vincula su discusión de la perfección cristiana a la interiorización, en la vida diaria, del carácter amoroso de Dios”.773
Para Elena de White, esta perfección se extiende también a la derrota del pecado en la vida de uno. Aunque reconoce que la naturaleza humana seguirá afectada por las inclinaciones pecaminosas hasta el momento de la glorificación, ella también ratifica la posibilidad de la victoria sobre el pecado. “Podemos vencer plenamente y por completo. Jesús murió para hacernos un camino de salida, a fin de que pudiésemos vencer todo mal genio, todo pecado, toda tentación” (TI 1:136). Como se mencionó antes, nadie puede afirmar que está libre de tentaciones en esta vida; sin embargo, la meta de la vida cristiana sigue siendo la misma: reflejar el carácter de Cristo. Para Elena de White, esto es más importante aún cuando trata los eventos de los últimos días. “Ahora, mientras nuestro gran Sumo Sacerdote está haciendo la expiación por nosotros, debemos tratar de llegar a ser perfectos en Cristo. Nuestro Salvador no pudo ser inducido a ceder a la tentación ni siquiera en un pensamiento. [...] Jesús guardó los Mandamientos de su Padre y no hubo en él ningún pecado del cual Satanás pudiese sacar ventaja. Esta es la condición en que deben encontrarse los que subsistirán en el tiempo de angustia” (CS 680, 681).
Woodrow Whidden resume así los pensamientos de Elena de White sobre la relación entre la justificación, la santificación y la perfección. “Para Elena de White, la perfección era casi sinónimo de santificación. Pero siempre debemos recordar que la perfección (no importa lo que significara en cualquier pasaje) era la meta de la santificación. En su pensamiento, la justificación y la santificación deben estar distinguidas pero no separadas. Es lo mismo para la santificación y la perfección. La justificación definía, a menudo, la perfección y siempre formaba el fundamento de la experiencia de la santificación. La santificación, a menudo, definía la perfección pero, al mismo tiempo, la perfección siempre era la meta de la santificación”.774
El deísmo
Una cuarta corriente de pensamiento que tuvo un impacto indirecto en la teología de Elena de White es el deísmo, un movimiento filosófico y religioso de los siglos XVII y XVIII, nacido de la Ilustración. En la cultura occidental, la Ilustración cambió la comprensión de la persona humana y de cómo obtenemos conocimiento. Lo hizo primero reemplazando a Dios por la humanidad como el foco de su cosmovisión. Mientras que, para la cosmovisión medieval y de la Reforma, los seres humanos eran importantes en la medida en que encajaban en el relato de la actividad de Dios en la historia, los pensadores de la Ilustración tendían a revertir la ecuación y a medir la importancia de Dios según su valor para la historia humana.
Los filósofos de la Ilustración pusieron un gran énfasis en la razón humana y apelaban a la razón antes que a la revelación externa como árbitro final de la verdad. De hecho, apelaban a la razón para determinar qué constituía revelación. La máxima de Anselmo de Canterbury: “Creo para poder entender”, fue reemplazada por el lema de la Ilustración: “Creo lo que puedo entender”. La suposición era clara: la gente no debe aceptar ciegamente las autoridades externas, como la Biblia y la iglesia, sino que la verdad se encuentra solamente en la razón humana.
El deísmo como filosofía religiosa y movimiento buscó reducir la religión a sus elementos más básicos. Los deístas típicamente rechazaban la revelación divina por medio de la Biblia, y los eventos sobrenaturales como la profecía y los milagros. Se descartaron muchos dogmas de la iglesia para retener la existencia de Dios y alguna clase de juicio después de la muerte. Se rechazó la religión organizada en favor de la religión natural que se concebía, no como un sistema de creencias, sino como un sistema para estructurar la conducta ética.
Por supuesto, el deísmo atrajo numerosos ataques de los que lo veían como una amenaza para la fe cristiana. En la época del movimiento del Segundo Advenimiento, que dio surgimiento a la Iglesia Adventista, el deísmo era un movimiento moribundo y se lo estaba reemplazando con formas de romanticismo ético y liberalismo protestante. Sin embargo, el concepto de recurrir a la razón humana para adquirir nuevo conocimiento nunca se desvaneció. Por lo tanto, para los cristianos, el desafío era encontrar una manera de equilibrar el uso de la razón humana con la creencia en la confiabilidad y en la infalibilidad de la Biblia como revelación de Dios y fuente de conocimiento.
William Miller, uno de los fundadores espirituales del adventismo, fue criado en un hogar bautista devoto, pero se volvió deísta en los primeros años de su adultez. Como deísta, Miller aceptaba la suposición de que Dios es tan trascendente que no puede intervenir en los asuntos humanos. También rechazaba el concepto de que Dios se revela por medio de la Biblia y que alguna vez hayan ocurrido las actividades sobrenaturales de Dios como las describe la Escritura.
En marzo de 1841, el periódico millerita Signs of the Times reimprimió un corto artículo sobre Miller, que había sido publicado en un diario de Massachusetts, el Lynn Record. Lo llamativo de este artículo es que dio una razón interesante por la que Miller se había convertido en deísta. “El Sr. Miller, que deseaba entender a fondo todo lo que leía, a menudo pedía a los ministros que explicaran pasajes oscuros de la Escritura, pero rara vez recibía respuestas satisfactorias. Se le dijo que tales pasajes eran imposibles de explicar. Como consecuencia, a los 22 años, él se convirtió en deísta o incrédulo de la verdad de la Revelación. Pensó que un Dios omnisciente y justo nunca haría una revelación de su voluntad que nadie pudiera entender y después castigara a sus criaturas por no creer en ella”.775
Como deísta, Miller no creía en la objetividad y la transparencia de la revelación de Dios en la Escritura. Dios no solo estaba tan alejado de la humanidad que él no podía intervenir en los asuntos humanos; tampoco podía revelarse por medio del lenguaje humano, y ciertamente no por medio de la Biblia, ya que era un libro lleno de historias y símbolos ininteligibles. La única revelación de Dios aceptable para un deísta era por medio de la naturaleza.
Sin embargo, la cosmovisión deísta de Miller fue destruida cuando, durante la guerra de 1812 entre Estados Unidos y Gran Bretaña, él sobrevivió a la batalla de Plattsburgh en septiembre de 1814. A pesar de estar superados en número, las fuerzas estadounidenses ganaron esta batalla. La lógica y el razonamiento deísta no podían explicar la inesperada victoria estadounidense, y la derrota del ejército y la armada británicos, que eran superiores. Esta batalla se convirtió en un punto de inflexión en la vida religiosa de Miller. En un par de años, se convenció de que solo la gracia y la misericordia de Dios podrían haber intervenido para permitir que los estadounidenses ganaran esta batalla. Y en consecuencia, él comenzó a cuestionar su cosmovisión deísta y empezó a regresar a una cosmovisión bíblica en la que Dios puede intervenir en los asuntos humanos. Reflexiones adicionales lo llevaron a revisar su suposición de que Dios no se revela por medio de la Escritura. A los pocos años de estudiar intensamente la Biblia –algo que, en buen estilo deísta, él describió como “una fiesta de la razón”–,776 Miller se convenció de que Dios sí se revela por medio de la Biblia, dado que la historia prueba el cumplimiento de las profecías