de descendientes de los primeros colonizadores puritanos de Massachusetts, y las raíces de muchas iglesias y denominaciones congregacionalistas databan de los primeros años de la colonia.
El puritanismo es un movimiento religioso protestante que se originó en Inglaterra durante el reino de Isabel I (1559-1603) cuando los protestantes más radicales desaprobaron los Acuerdos Religiosos de Isabel, pues sentían que eran demasiado flexibles frente a las prácticas católicas romanas. Los puritanos no estaban todos unidos en sus opiniones, pero compartían la creencia de que todas las iglesias existentes se habían corrompido por la influencia de prácticas paganas de adoración (particularmente las de la Iglesia de Roma) y, por lo tanto, necesitaban “purificación”. La creencia central del puritanismo es la autoridad suprema de Dios sobre los asuntos humanos, en particular en la iglesia, y especialmente como se expresa en la Biblia. Los puritanos defendían la supremacía de la Biblia en la formación y la influencia de todas las prácticas y creencias de la iglesia. Así, este punto de vista los condujo a buscar conformidad individual y eclesiástica a las enseñanzas de la Biblia, ya sea en los detalles más pequeños de la vida personal, o en los niveles más altos de las organizaciones eclesiales y sociales.
Los escritos de Elena de White reflejan muchas ideas y conceptos religiosos que los puritanos comparten. Igual que los puritanos, y como ya hemos visto, Elena de White enfatizaba la autoridad de la Biblia en todos los asuntos de fe y práctica. Este énfasis no era solo para la iglesia en general, sino también para la vida privada; y ella recomendaba el estudio privado regular de la Biblia. Declaraciones como la siguiente ilustran el modo en que ella resaltaba la autoridad de la Escritura: “En su Palabra, Dios comunicó a los hombres el conocimiento necesario para la salvación. Las Santas Escrituras deben ser aceptadas como una revelación autorizada e infalible de su voluntad. Son la norma del carácter; las reveladoras de doctrinas y las examinadoras de la experiencia” (CS 7). En 1902, en su diario, ella escribió aún más sobre la autoridad de la Biblia: “Debemos tomar nuestra posición reconociendo plenamente el poder y la autoridad de la Palabra de Dios, sea que esté de acuerdo con nuestras opiniones preconcebidas o no. Tenemos un libro guía perfecto. El Señor nos ha hablado; y sean cuales fueren las consecuencias, debemos recibir su Palabra y practicarla en la vida diaria; de lo contrario, estaremos escogiendo nuestra propia versión del deber y haciendo exactamente lo contrario de lo que nuestro Padre celestial ha planeado que hagamos” (MM 355).
Simultáneamente con la práctica del estudio personal de la Biblia, los puritanos también creían en la educación para todas las personas de la sociedad. En un mundo donde, a menudo, se percibía que la educación formal era el privilegio de los ricos, los puritanos creían que los hombres y las mujeres debían ser educados dado que esta práctica permitiría a las personas leer la Biblia por sí mismas. Elena de White también creía en la educación para ambos sexos. Durante su vida, ella defendió el establecimiento de escuelas y colegios donde el plan de estudios fuera fiel a las enseñanzas de la Escritura y promoviera un estilo de vida cristiano sano.
La primera declaración importante de Elena de White sobre la educación apareció en 1872 (TI 3:147-178). En esta declaración, ella resaltó el papel de los padres en la educación de los hijos y favoreció la centralidad de la Biblia en el plan de estudios de la escuela. También habló sobre la importancia de un desarrollo equilibrado de las facultades mentales, físicas y espirituales del alumno. Para ella, la verdadera educación “es el desarrollo armonioso de las facultades físicas, mentales y espirituales. Prepara al estudiante para el gozo de servir en este mundo, y para un gozo superior proporcionado por un servicio más amplio en el mundo venidero” (Ed 13). Así, las metas de la educación y las de la redención son las mismas: restaurar la imagen de Dios en su creación, y llevar al mundo y a la humanidad de vuelta a su perfección original (ibíd.15, 16). Quienquiera que coopera con Dios en darle a la juventud el conocimiento de Dios y en moldear el carácter en armonía con el de él logra una obra noble (ibíd. 19). Hoy, como resultado del énfasis que ella puso en la educación, el sistema educativo adventista es el sistema más grande del mundo de los que pertenecen a iglesias protestantes.
Es bien sabido que los puritanos defendían altas normas estrictas de vida y conducta cristianas; y restringían o desaprobaban varias formas de recreación. De hecho, la palabra “puritano” se ha vuelto sinónimo de las formas muy conservadoras del cristianismo. El pensamiento de Elena de White sobre lo apropiado de algunos hábitos personales y de estilo de vida también refleja una influencia puritana. Por ejemplo, en 1886, cuando D. M. Canright, un evangelista adventista exitoso y popular, recomendó a los lectores de la Review and Herald una lista de buenos libros para los jóvenes (“A List of Good Books for Young Folks”, 7/9/1886) en la cual recomendaba libros “buenos” y “mejores”, como Robinson Crusoe, de Daniel Defoe, y La cabaña del tío Tom, de Harriet Beecher Stowe, Elena de White lo reprendió: “Fue un error escribir ese artículo” (TI 5:490).783 Lo que la hizo reaccionar con tanta fuerza a la lectura de ficción, por más útiles que estos dos libros puedan haber sido para efectuar cambios en la sociedad estadounidense del siglo XIX, fue su profunda convicción de que leer tales libros es obra de Satanás, para presentar relatos “que fascinan los sentidos y así destruyen el gusto por la Palabra de Dios” (ibíd. 488). En el contexto del Día de la Expiación antitípico y de la necesidad de prepararse para el cielo, “tenemos por delante la obra de apartar al pueblo de las costumbres y prácticas del mundo, de subir cada vez más alto, hacia la espiritualidad, la consagración y la obra ferviente por Dios” (ibíd. 490). Para Elena de White, no debe haber ninguna transigencia entre las formas mundanas de entretenimiento y la preparación para la segunda venida de Cristo. Muchos de sus escritos sobre cuestiones de entretenimiento, vestimenta y estilo de vida reflejan los principios puritanos de adherencia estricta e intransigente a la Palabra de Dios. También de influencia puritana es su deseo sincero de ver a otros seguir cuidadosamente lo que ella dice en estos asuntos.
La forma apropiada de las prácticas de la iglesia también estaba en el centro de las preocupaciones puritanas. Los puritanos no veían con buenos ojos lo que consideraban formas de adoración extravagantes y no bíblicas. En cambio, promovían la sencillez en el culto, incluyendo oraciones improvisadas, canto congregacional de himnos y la predicación de la Palabra de Dios. Su culto no era litúrgico y no seguía un calendario prescrito. Sus pastores no usaban vestiduras especiales; y sus iglesias no estaban adornadas con imágenes, velas, ni incienso. Esa misma simplicidad en el culto se refleja en los escritos de Elena de White cuando afirma la sencillez de la adoración de los puritanos mientras luchaban por seguir su comprensión del evangelio (cf. CS 294, 333, 334). Sabiendo lo fácil que es para los seres humanos apartarse de esta sencillez, ella animó a los adventistas a mantener la simplicidad en la adoración. “En las reuniones de devoción, nuestras voces deben expresar por la oración y alabanza nuestra adoración al Padre celestial, a fin de que todos puedan saber que adoramos a Dios con sencillez y verdad, y en la belleza de la santidad” (CM 222). En 1899, ella escribió a la Iglesia de Battle Creek: “Cuando los cristianos profesos alcanzan la norma elevada que es su privilegio alcanzar, la sencillez de Cristo será mantenida en todos sus servicios de culto”. Y agregó: “Las formas, las ceremonias y las realizaciones musicales no constituyen la fortaleza de la iglesia. Sin embargo, estas cosas han tomado el lugar que Dios debiera tener” (Ev 514).
Los puritanos creían que la obligación de obedecer la Ley de Dios, o sea, los Diez Mandamientos, todavía era un requisito de la vida cristiana. En contraste con algunos grupos cristianos que tradicionalmente han tenido una visión más bien negativa de la Ley, los puritanos, como otros cristianos reformados, veían la Ley de Dios desde una perspectiva positiva. A la vez que tenían en mente los peligros del legalismo y trataban de mantener un equilibrio apropiado entre la ley y la gracia, los puritanos enfatizaban la obligación de los cristianos de obedecer los Mandamientos de Dios. Estos Mandamientos no fueron eliminados en la Cruz, sino que todavía son obligatorios para los cristianos y se deben hacer cumplir estrictamente a los demás.
De ahí que el uso de imágenes y de estatuas estuviera prohibido en el culto; y en el habla personal sobre Dios, uno debía ser circunspecto y limpio. Cuando se trataba de la observancia del día de reposo, los puritanos creían que el día de reposo