Denis Fortin

Enciclopedia de Elena G. de White


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haber destruido fácilmente toda oposición, pero ella cree que, al hacerlo, él habría echado una sombra sobre su gobierno y habría dado algo de credibilidad a las acusaciones de Satanás.

      “Por no estar los habitantes del cielo y de los mundos preparados para entender la naturaleza o las consecuencias del pecado, no podrían haber discernido la justicia de Dios en la destrucción de Satanás. Si se lo hubiese suprimido inmediatamente, algunos habrían servido a Dios por temor más bien que por amor. La influencia del engañador no habría sido destruida totalmente, ni se habría extirpado por completo el espíritu de rebelión. Por el bien del universo entero a través de los siglos sin fin, era necesario que Satanás desarrollase más ampliamente sus principios, para que todos los seres creados pudiesen reconocer la naturaleza de sus acusaciones contra el gobierno divino, y para que la justicia y la misericordia de Dios, y la inmutabilidad de su Ley quedasen establecidas para siempre más allá de todo cuestionamiento” (PP 22, 23).

      Esta libertad de elección dada a los seres angélicos también fue dada a la humanidad en la Creación. Aunque creados santos e inocentes, Adán y Eva no estaban más allá de la posibilidad de hacer el mal. “Dios los hizo entes morales libres, capaces de apreciar y comprender la sabiduría y benevolencia de su carácter, y la justicia de sus requerimientos, y les dejó plena libertad para prestarle o negarle obediencia” (ibíd. 29, 30). En este contexto, Elena de White hace una contribución teológica muy valiosa a la comprensión del carácter de Dios. Mientras que Satanás usa mentiras y el engaño para cumplir su propósito contra Dios y su gobierno, por otra parte, Dios usa solo la persuasión amorosa. Él nunca obliga a alguien a servirlo. Como se aludió antes, este concepto es la base de su comprensión de la libertad religiosa.

      A fin de revelar el verdadero carácter de Dios y para responder a las acusaciones de Satanás contra la Ley de Dios, Cristo vino a esta tierra para redimir a la humanidad (CC 9). “El acto de Cristo de morir por la salvación del hombre no solo haría accesible el cielo para los hombres, sino ante todo el universo justificaría a Dios y a su Hijo en su trato con la rebelión de Satanás. Establecería la perpetuidad de la Ley de Dios, y revelaría la naturaleza y los resultados del pecado. Desde el principio, el Gran Conflicto giró en derredor de la Ley de Dios. Satanás había procurado probar que Dios era injusto, que su Ley era defectuosa y que el bien del universo requería que fuese cambiada. Al atacar la Ley, procuró derribar la autoridad de su Autor. En el curso del conflicto habría de demostrarse si los estatutos divinos eran defectuosos y sujetos a cambio, o perfectos e inmutables” (PP 55; cf. DTG 15-17).

       Jesús, su muerte y el ministerio celestial

      Para Elena de White, Jesús no era solo el Redentor victorioso sobre las fuerzas del mal, sino también un amigo muy personal para ella y el Salvador que murió en la cruz por cada ser humano individual. Su conocimiento íntimo de Jesús como su Salvador personal se extiende a todos los aspectos de su tratamiento de la muerte de Cristo y de la salvación que él trae a la humanidad.

      Para Elena de White, la demostración principal del amor de Dios en el Gran Conflicto fue enviar a Jesús a redimir la humanidad. “Fue para disipar esta sombra oscura, para revelar al mundo el infinito amor de Dios, que Jesús vino a vivir entre los hombres” (CC 9). Después de la caída de Adán y de Eva, Cristo se comprometió a redimir a la humanidad de la transgresión del mandamiento de Dios. El plan de redención fue concebido en amor divino por la humanidad. Elena de White argumentó: “La quebrantada Ley de Dios exigía la vida del pecador. En todo el universo solo existía uno que podía satisfacer sus exigencias en beneficio del hombre. Puesto que la Ley divina es tan sagrada como Dios mismo, solo uno igual a Dios podría expiar su transgresión. Ninguno sino Cristo podía redimir al hombre de la maldición de la Ley, y colocarlo otra vez en armonía con el Cielo. Cristo cargaría con la culpa y la vergüenza del pecado” (PP 48).

      En 1901, Elena de White describió la importancia teológica de la muerte de Cristo, en una declaración que refleja la profundidad y el foco cristológicos de su pensamiento: “El sacrificio de Cristo como expiación del pecado es la gran verdad en derredor de la cual se agrupan todas las otras verdades. A fin de ser comprendida y apreciada debidamente, cada verdad de la Palabra de Dios, desde el Génesis hasta el Apocalipsis, debe ser estudiada a la luz que fluye de la Cruz del Calvario. Les presento el magno y grandioso monumento de la misericordia y regeneración, de la salvación y redención: el Hijo de Dios levantado en la cruz. Tal ha de ser el fundamento de todo discurso pronunciado por nuestros ministros” (OE 326).

      El aspecto más básico de la teología de la expiación de Elena de White se centra en la muerte de Cristo como una demostración del amor de Dios por la humanidad perdida. En 1869, ella escribió: “¿Quién puede comprender el amor manifestado aquí? [...] ¡Y todo por causa del pecado! Nada podía haber inducido a Cristo a dejar su honor y majestad celestiales, y venir a un mundo pecaminoso para ser olvidado, despreciado y rechazado por aquellos a quienes había venido a salvar y, finalmente, para sufrir en la Cruz, sino el amor eterno y redentor que siempre será un misterio” (TI 2:187). Es más, ella también afirmaba que tal demostración de amor de Dios ejerce una poderosa influencia moral en la humanidad y transforma el corazón de las personas que se dejan tocar por la vida y la muerte de Cristo. “Entraña intereses eternos. Es un pecado permanecer sereno y desapasionado ante él. Las escenas del Calvario despiertan la más profunda emoción. Tendrás disculpa si manifiestas entusiasmo por este tema. [...] La contemplación de las profundidades inconmensurables del amor del Salvador debieran llenar la mente, conmover y enternecer el alma, refinar y elevar los afectos, y transformar completamente todo el carácter” (ibíd. 192). Ella también escribió que reflexionar sobre los eventos del Calvario despertará “emociones tiernas, sagradas y vivas en el corazón del cristiano” y quitará “el orgullo y la estima propia” (ibíd. 191).

      Años más tarde, Elena de White ofreció este mismo tema como punto de partida de su libro El Deseado de todas las gentes: “Él vino a este mundo para manifestar esa gloria. Vino a esta tierra oscurecida por el pecado para revelar la luz del amor de Dios; para ser ‘Dios con nosotros’. [...] A la luz del Calvario, se verá que la ley del amor autorrenunciante es la ley de la vida para la tierra y el cielo; que el amor que ‘no busca lo suyo’ tiene su fuente en el corazón de Dios” (DTG 11). Los mismos sentimientos tienen eco en Patriarcas y profetas. Con una cita de 1 Juan 4:16, ella comienza la serie del Gran Conflicto con la declaración de que “Dios es amor”; y después, ella afirma que “la historia del gran conflicto entre el bien y el mal, desde que comenzó en el cielo hasta el abatimiento final de la rebelión y la erradicación total del pecado, es también una demostración del inmutable amor de Dios” (PP 11).

      Elena de White también afirmaba que el Calvario era una reivindicación del carácter, la Ley y el gobierno justo de Dios. “Su muerte no anuló la Ley; no la eliminó, ni disminuyó sus santos requerimientos,